
Ser un actor y llevar mucho tiempo haciendo un gran trabajo hasta que un escándalo personal inunda los periódicos; estar platicando con otra persona sobre un tema entretenido y que nuestra atención se desvíe a ese tremendo y voluminoso barro que inflama su frente; organizar una fiesta donde todo marche de maravilla hasta que alguien pierde el estilo y se convierte en el tema durante días, lo anormal, el negrito en el arroz, siempre atrae la atención y desdibuja lo bien hecho.
Resulta que actualmente “mexicanizarse,” como un proceso social temible para cualquier nación latinoamericana, consiste en llenarse hasta el borde de corrupción, drogas y violencia, nuestros problemas actuales han pesado más que nuestras mas grandes virtudes y que nuestra identidad misma, resulta que el país se ha convertido a los ojos de todo el mundo en el mal ejemplo, en un negrito sin arroz.
Ante tal fama negativa, los sucesos positivos se han convertido en lo anormal y por lo tanto en la gran noticia, hemos hecho de nuestros problemas algo tan cotidiano que han dejado de llamar la atención hacia el interior del país, lo raro aquí no es que el actor haga escándalo, sino que trabaje apropiadamente; lo inusual es que no encontremos la imperfección en el rostro de nuestro interlocutor y que la fiesta salga bien, se nos ha olvidado que el arroz no debería ser negro.
Esta cuestión encarna tres graves peligros, primero que nos acostumbremos a la porquería y que lleguemos al punto de pensar que es lo natural y no hagamos nada por cambiarla, es decir que nos comamos la negrura, el segundo es que lo agradable que nos suceda siempre nos parezca sospechoso, que nos sorprendamos de encontrar un arroz en medio de la bazofia y que empecemos a dudar de su procedencia y por último puede que nos parezca insuficiente un solo grano de arroz y olvidemos que de uno por uno podemos volver a llenar la olla.