El Laberinto

Obsolescencia programada

Compartir
(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Una mañana, inesperadamente, pues no había ocurrido nada extraordinario como una caída mojada o desgracia, mi celular ya no pudo prender,  no sirvió  de nada  conectarlo a la computadora o llevarlo a reparar, el hombre que se encargó de revisarlo me comunicó  solemnemente que era la nueva dueña de un novedoso, pero sobre todo costoso, pisapapeles. El teléfono no me duró ni un año.

Ante tal panorama desempolvé mi aparato viejo y me dispuse a usarlo, funciona maravillosamente, pero ya es demasiado tarde para él, las nuevas tecnologías no le caben y cuestiones que no tienen que ver  con sus piezas o con mis cuidados lo alejan cada día más de la tecnología imperante, y que el mundo se sigue moviendo sin él,  hasta que llegue el día en que lo alcance la obsolescencia.

Que las cosas se rompan o dejen de funcionar no tiene nada de raro, recuerdo mucho una historia de ciencia ficción rusa (ustedes disculparán si esta vez no recuerdo el nombre del autor) donde un niño experto en destrozar calzado, para tremenda molestia de su madre, recibe unos zapatos de un científico que parecen ser inmunes a sus travesuras y que además crecen con él y este fenómeno asusta y sorprende a todos los que le rodean. Supongo que si llegáramos a poseer cosas de esa naturaleza acabarían por cansarnos y por ser abandonadas a pesar de mantenerse  en perfecto estado, pero nuestro mundo actualmente parece funcionar en sentido contrario.

La tendencia, que aplica para todo lo que se fabrica actualmente, se hace muy notoria en lo que concierne a la tecnología, los dispositivos están diseñados para cumplir un periodo definido de vida útil y si esta por suerte logra prolongarse, contienen una segunda traba, los fabricantes los abandonan, se acaban las refracciones, desaparecen los programas que los hacen funcionar y se suspenden las actualizaciones hasta que prácticamente se vuelven inútiles.

Esta manera de concebir la cobertura de necesidades implica muchos factores, desechar tan rápido lo adquirido nos llena de basura a la vez que fabricar cosas nuevas acaba con nuestros recursos; las personas vivimos en un estado constante de deseo y la satisfacción es tan efímera como sus productos, pues siempre está a la puerta la siguiente versión, la nueva función, la sutil variable y entonces toca trabajar,  gastar, endeudarse y seguir comprando.

Sería prudente preguntarnos si esta concepción del uso temporal, del objeto reemplazable y ese inmenso culto a lo nuevo no está empezando a permear nuestra concepción sobre las otras personas y a transformar todas nuestras relaciones humanas, temo que una mañana, sin mediar tragedia alguna, alguien descubra que ya no sirvo, que el mundo ya se ha movido sin mí y que no  tengo cabida en lo nuevo.