Toda ocupación implica necesariamente tres factores: obtener dinero para la supervivencia propia y de las personas que dependen de nosotros, la contribución a la comunidad y la posición que se obtiene entre los demás al ejercerla, es decir, el status que conlleva. Desgraciadamente estos tres factores no siempre van de la mano.
Nos encontramos, por ejemplo, con trabajos que aunque hacen increíbles aportes a la sociedad no son ni bien pagados ni reconocidos por los demás, aunque sin ellos estaríamos perdidos, es el caso de los bomberos, de los profesores universitarios sin plaza fija o de los agricultores. Estas posiciones se encuentran en riesgo pues ambos factores disuaden a las generaciones futuras de dedicarse a ellos, por la disparidad entre el esfuerzo y la remuneración.
Por otro lado podemos ver ocupaciones que no hacen ningún aporte o incluso son nocivas para los demás, pero que obtienen importantes ganancias lo cual puede servir perfectamente de consuelo por no contar con un reconocimiento que no merecen o peor aún, para comprarlo, es el caso de los políticos y los narcotraficantes. Estos trabajos son además una constante tentación para las personas que se dedican en un principio a las ocupaciones útiles pero mal pagadas y reconocidas, pensemos en el agricultor que decide cultivar marihuana porque los jitomates se los pagan en una miseria.
Existen también personas cuyo aporte es ser excepcionales, ya sea por sus dotes deportivas, histriónicas, musicales o por su apariencia física y que reciben grandes sumas de dinero y mucho reconocimiento por parte de los demás. Esto no tiene nada de malo porque no solo de pan vivimos los hombres, pero puede constituir un espejismo para aquellos que no poseen ningún talento y que tratan de conseguir la fama y el dinero al precio que sea.
Evidentemente se dan situaciones en las que se cumplen los tres rubros, para bien cuando se tiene todo, en cuyo caso surgen montones de personas que tratan de seguir ese camino hasta que se satura el ámbito, o para mal cuando nos encontramos con trabajos inútiles, mal pagados y sin reconocimiento. Esas ocupaciones frustrantes para malvivir que convierten a las personas en tristes zombis o Sísifos, pero que por lo menos no conllevan muchos años de estudio y preparación.
El mal reparto de estos elementos desequilibra la balanza al fomentar la reducción alarmante de las labores que nos sostienen y el crecimiento desmedido de lo ilegal, de la obsesión por la fama y el consiguiente cargamento de entretenimiento basura, de la falta de puestos para profesiones sin salida y del gran grupo de personas sin vocación ni aspiraciones que pasan por la vida de noche. Mejor sería darle a cada quien lo que merece.