Candil de la Calle

La Realpolitik

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(Foto: Especial)
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¿Políticos idealistas o políticos pragmáticos?

La Realpolitik es algo así como el ejercicio de la política basado en intereses, no en convicciones o ideales.

Pragmatismo puro.

Políticos que tienen ideales, pero no toman sus decisiones con base en ellas. Lo hacen por lo que más les conviene.

Lo contrario del realista político, dicen los que saben, es el idealista político. Aquél que basa sus decisiones en su ideología o sus dogmas.

Hace tiempo, veíamos cómo evolucionaba ese dilema o esa simbiosis entre las filas de partidos como Acción Nacional.

De las marchas pacíficas, la entonación del himno del partido y la ortodoxia doctrinaria, se evolucionó a la encarnación del panista práctico que quiso entender que sólo accediendo al poder el PAN cambiaría cosas en este país.

Nada más que la encarnación de ese perfil recayó en personas como Vicente Fox, que mandó a la doctrina de vacaciones, y todo valió.

Candidatas y candidatos de todos los partidos políticos que contienden en las elecciones cuyo desenlace podríamos decidir el domingo 7 de junio, dan muestra de este espectro entre la convicción en principios y doctrina y el pragmatismo simple y llano.

Muchos de los que hoy son candidatos no militaban en los partidos que hoy los postularon, sino en otros.

Algunos representan a dos o tres partidos. No militan en ninguno, pero dicen que desempeñarán sus cargos tomando en cuenta los principios y compromisos de todos.

Otros han decidido abanderar a un partido y olvidarse de él en unos días, para gobernar o ejercer cargos públicos de acuerdo a sus muy particulares intereses. Lo han hecho y lo harán.

Hay candidatos que han sido militantes de dos o tres partidos, y que han sido candidatos de dos o tres partidos. O que abandonaron a esos partidos en cuanto quedaron fuera de las listas palomeadas de candidaturas, y rápidamente se acomodaron en uno distinto.

Y los hay que no tienen el mínimo interés de hacer honores a las convicciones doctrinarias de los colores que representan.

Todos estos candidatos y candidatas están, en nombre, en las boletas electorales que los ciudadanos cruzarán —o no— el domingo 7.

Y en el fondo, los emblemas de los partidos sugieren decisiones que, nunca como ahora, se antojan harto complicadas, difíciles. Para muchos, imposibles.

No sé por quién votar.

¿Y tú, por quién vas a votar?

Las preguntas que más he escuchado en los últimos días en mi entorno.

En medio de esta confusión es todavía más difícil. No hay claridad en quiénes son, en qué representan, en qué compromisos abanderan, qué causas defienden.

Se contradicen en el discurso y en los hechos.

Su historia personal ya no es suficiente. Porque es evidente la desesperación por sobrevivir, por ganas elecciones, acumular trofeos de guerra, conseguir más prerrogativas, más diputaciones, más nóminas públicas.

En el partido que sea.

Al ciudadano no le queda más remedio que reflejarse en la RealPolitik.

Votar “por el menos malo”, “mejor no votar por ninguno”, “anular el voto para no dárselo a nadie”, “elegir al mismo para que la cosa no empeore”.

Nos piden acudir a votar. Nos ofrecen una elección resguardada, vigilada, cuidada, legítima y legal. Nos piden no hacer caso de los agoreros del fraude, del voto nulo, de la protesta.

Pero ese no es el problema.

El problema está del otro lado, en la boleta.

Ahí es dónde.