El Laberinto

Las marchas

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MarchaForman parte ya de nuestra cotidianeidad pero no por eso dejan de molestarnos, vemos todos los días las cifras y no nos detenemos a preguntarnos: ¿cómo es posible que tanta gente se lance a las calles?, ya sea por legitimas protestas o por la necesidad que los hace vender su tiempo, las marchas son, tal vez, uno de los lados obscuros de vivir en una gran ciudad, pero son mucho más que eso.

Seguro que más de una vez hemos pensado que hacer que las vialidades infarten tapando sus arterias principales no debe ser la mejor manera de ganar la simpatía del resto de la población hacia una causa, y aunque sería importante buscar nuevas formas de manifestar la inconformidad, no es menos importante aprender a leer los mensajes que se ocultan tras estas caminatas en la indumentaria de quienes marchan, en las pancartas o mantas que portan, los símbolos que adoptan y las consignas que repiten.

Además de toda esta serie de mensajes presentes de los individuos, hay otros más que se encuentran en la marcha misma como son la locación, que normalmente nos da una señal sobre quiénes son las autoridades a las que va dirigida la queja, ya sea que se ubiquen en las sedes del poder o en lugares que representan los valores que este defiende o que sean representativos de su gestión, como lo fue la estela de luz para el presidente pasado.

La forma en que se manifiestan también varía y nos da una pista de la intencionalidad de los participantes, las variables que podemos encontrar se dan al final de la marcha que puede terminar por disolverse, desembocar en un mitin con uno o varios oradores, dirigirse a zonas de confrontación o trincheras donde las agresiones son lo más probable, o establecerse en un el punto final en forma de plantón hasta que se resuelvan sus peticiones o se les corra por la fuerza.

Forman parte de nuestra cotidianidad y ahí se encuentra la ironía del asunto, un acto cuyo propósito inicial es hacer visible el descontento acaba por ser invisible ante la repetición y peor aún, puede llegar a ser percibido como un problema, por lo que en vez de resolver el conflicto inicial las autoridades solo se conforman con acabar con las manifestaciones, lo que es el equivalente político de tomarse un analgésico para un tumor en el cerebro.