Entre caminantes te veas

Mostaza

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(Foto: Especial)
 (Foto: Especial)

Ahí, sentada frente a la mesa en la cocina desierta Remedios siente que el mundo se le viene encima. Esa noche es 5 de enero, afuera es evidente la algarabía de los niños que esperan inquietos el paso de los Reyes Magos para soltar el globo con esa carta en la que han escrito sin miedo al fracaso la lista de regalos que esperan recibir. El cristal de la ventana se llena de colores en movimiento y los gritos no se hacen esperar: los Reyes Magos acaban de pasar y su pequeño Luis en el balcón de la estancia ha soltado ya sus deseos y los mira mientras se elevan con rapidez hasta que se pierden en la negrura del cielo.

Los pasos apresurados de su hijo llenan la habitación y con mucha emoción llega hasta ella para rodearla con sus brazos emocionado y darle un beso “los Reyes ya pasaron, debo dormirme temprano para que puedan venir” y con la misma inquietud fascinante da media vuelta y se va dispuesto a dormir temprano para permitir que lo mágico suceda y los regalos aparezcan. Pero lo único que llega con su salida de la cocina son las angustiantes lágrimas de Remedios, ni siquiera leyó la carta de su hijo, tampoco intentó indagar qué decía, simplemente se rindió.

Porque Pedro, el padre de Luis, su esposo por 10 años “el gran amor de su vida” los había abandonado llevándose el dinero que Remedios ahorró con tanto esmero para que su hijo recibiera el mejor regalo de Reyes que podría recibir un niño. Frente a ella el frasco de mostaza vacío brilla reflejando la luz de la luna, pero no lo percibe porque el llanto ciega su vista, porque ya no es capaz de nada que no sea lamentar su mala fortuna. La niñez de su pequeño, siempre cariñoso y obediente, se fracturaría sin remedio. ¿Cómo explicarle que los Reyes nada le trajeron a pesar de ser el mejor de los hijos? ¿Cómo sobrellevar tantas penas? ¿Qué sería de sus vidas de ahora en adelante?

Y cada vez que la mujer se formulaba una pregunta el ser en su interior le daba la respuesta: Tal vez no haya necesidad de explicar nada porque los milagros existen, lo sabes desde que eras una niña… No tienes que sobrellevar las penas sino afrontarlas, un hombre que no lucha por los suyos no es un hombre que merezca tantas lágrimas, el dinero que se llevó era lo de menos… sus vidas seguirían siendo las mismas de siempre, tal vez mejores… abandónate a las manos de Dios, cree. Sin embargo, conforme las respuestas surgían ella las apagaba con nuevos lamentos.

Tomó entre sus manos el frasco destapado de mostaza y lo arrojó al pie del árbol, sobre el heno del nacimiento para abandonarse al sueño y olvidarse por unas horas de tanta amargura. Despertó horas después cuando los gritos eufóricos de Luis retumbaron en toda la casa y tragando saliva se levantó para enfrentar lo inevitable. Sin embargo, en cuanto salió del cuarto los brazos de su chiquillo rodearon su cintura mientras con una sonrisa enorme confirmaba: “Sí vinieron mamá”, “Vinieron”. Miró a su hijo sin comprender, pero antes de que pudiera decir nada él interrumpió: “Los Reyes me trajeron el regalo más valioso del mundo, me lo dejaron dentro de este frasco ¡Mira!”. Y abriendo su manita le mostró una pequeña piedra que Remedios guardó desde niña cuando la encontró enterrada en la tierra creyendo que era un diamante real por su transparencia y brillo, hasta que al crecer, entendió que era una roca mineral como tantas que hay entre la tierra de Guanajuato, ciudad minera por excelencia. Aun así, la nombró custodia de sus ahorros y desde entonces, estaba en el fondo del frasco de mostaza que usaba para guardar el dinero que conseguía ahorrar.

—¿Te das cuenta mamá? —seguía diciendo el niño con una luz intensa en sus ojos—pudiéndome traer cualquier juguete de tantos que hay en el mundo, los Reyes Magos me han regalado… ¡Un pedazo de estrella!

Y en tanto su hijo corría de un lado a otro para encontrar el mejor lugar para su nuevo tesoro Remedios recordaba las palabras sabias que su abuela solía repetir para ella: “Si tu fe fuera del tamaño de un grano de mostaza…”