Lo primero que Carmina hacía al despertar era mirarse al espejo. Observaba su reflejo, primero con ropa y luego desnuda. Cada ángulo, cada milímetro de piel, cada asomo de grasa acumulada. Odiaba profundamente sus imperfecciones, su gordura, su poca estética. Siempre terminaba llorando, maldiciéndose por su poca fuerza de voluntad.
Se ponía la ropa deportiva con el rostro aún bañado en llanto y salía a correr a lo largo de la panorámica sin importar el clima, lo importante era quemar las calorías, ejercitarse, conseguir su objetivo. Porque ella era una luchadora nata, jamás perdía batallas, se decía que no había nacido aún quien pudiera derrotarla, así que unos kilos de más no serían la diferencia.
Después regresaba sintiéndose cansada antes de iniciar el día y luego de ducharse, de las píldoras para quemar grasa y el té adelgazante mordía la única manzana que constituiría su alimentación a lo largo del día. El agua haría el resto, ayudaría a que el estómago se sintiera lleno. Había que conseguir a toda costa tener fuerza de voluntad.
Y con esta idea en mente salía a trabajar, durante todo el día intentando que la obsesión por la perfección laboral sustituyera a la obsesión por la comida. Al llegar a casa la última mordida a la manzana a manera de cena. Y después, la habitual rutina de ejercicios nocturnos que serían complementados con las cremas y los aceites.
Antes de ponerse el pijama, nuevamente se miraba al espejo con tristeza, sus ojos cada vez más hundidos recorrían la superficie del espejo observando las piernas gordas, el vientre abultado, los brazos carnosos… su horrible aspecto físico. Terminaba vistiéndose con rapidez repitiéndose que tal vez una mordida menos a la manzana, un litro más de agua, un kilómetro adicional a su carrera matinal y otra rutina más pesada de ejercicios en la noche podrían ayudar… ¡necesitaba ayuda! La necesitaba tanto…
Terminaba acostándose tal y como amanecía: con el corazón destrozado, el cuerpo cansado, su estómago cual víctima de guerra, su alma adolorida… y los 35 kilogramos que su cuerpo pesaba, ocupando un espacio en esa cama que terminaba siendo el único consuelo a tanta desdicha, porque en ella podía dormir y olvidar, soñar que comía sin culpa ni consecuencias, que reía, que era libre y feliz porque en los sueños el cuerpo no importa.
La piel, pegada por completo a su esqueleto, dolía tanto como la piedra que apresaba su pecho. Carmina cerró los ojos intentando dormir, suplicando en silencio, pidiendo misericordia ¿quién sabe? quizás algún día podría ser que ya no despertara, que se quedara viviendo en sus sueños mientras ese gordo y feo cuerpo permanecía en esta vida pudriéndose… más.