El Laberinto

Las plagas de Egipto

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

La historia del faraón que se negaba a dejar partir a los hebreos esclavizados en su reino y las diez plagas, que como consecuencia de su intransigencia, azotaron a su pueblo con alimañas, hambre, sed, oscuridad, enfermedad y muerte son un claro retrato de la naturaleza de las desgracias.

Nos hacen sentir culpables si pudimos evitarlas pero no lo hicimos, como el faraón que no escuchó a Moisés; y si al contrario son inesperadas y sobrepasan nuestras precauciones dan la sensación de impotencia o peor aun de maldición, no hay método más efectivo para despertar al creyente que todos llevamos dentro que el infortunio.

Por si esto fuera poco, como las terribles plagas bíblicas nunca llegan solas, sospecho que hubiera bastado con que se invocara a la primera para que el resto aparecieran naturalmente y que tal vez lo milagroso de la historia seria que se hubiesen detenido desde el principio,  pues el equilibrio es tan complicado de lograr que una vez roto desata una reacción en cadena, que muchas veces supera los alcances del impulso inicial y que llega a tener consecuencias inesperadas.

Hacia donde apuntan las arremetidas de Dios para liberar a su pueblo elegido, nos da además una idea bastante acertada acerca de lo que es verdaderamente indispensable para considerarnos afortunados, más allá de lo superfluo y lo remediable, desgracia debe ser para nosotros y eso nos libraría de muchas desazones innecesarias, solamente cuando afecte a la salud, la vida, el sustento, la seguridad o a la familia.

Esto último es importante de recordar porque el principio de las plagas de Egipto fue justamente un desorden de prioridades. ¿Cuántas desgracias no serán atraídas de ese modo todos los días en todo el mundo?