
Todos los días escribía cartas que luego echaba en el correo, eran cartas de amor, sin embargo, todas con distinta destinataria. De eso había vivido a lo largo del último año. Por supuesto, que no era un trabajo fácil el suyo, necesitaba de mucha dedicación y empeño pues había que hacer una ardua labor de investigación para dar en el blanco.
Nombre de la víctima, un poco sobre su vida, no importaba el estado civil, la mayoría de las personas están insatisfechas con su vida, siempre es gratificante refrescar el día con palabras de amor. Estudiaba muy bien la posición laboral de las mujeres, calculaba el sueldo, y echaba el anzuelo. Después todo era más sencillo.
Una vez que la víctima recibía la misiva era fácil saber cómo sucederían los hechos en adelante. Algunas reaccionaban de inmediato, sonrojadas respondían agradeciendo el halago, solicitaban que el interesado se hiciera presente para saber con quién hablaban, entonces era obvio que el pez había picado. Otras, costaban más trabajo, se hacían las interesantes, miraban a todas direcciones en cuanto comenzaban a leer y luego tiraban la carta a la basura sin más —algunas la recogían minutos después con remordimiento y volvían a alisarla para borrar las arrugas— después, contestaban. Había aún quien necesitaba una docena de cartas para caer, pero la realidad es que todas, todas caían.
El juego de las cartas secretas era infalible. Él se las arreglaba para que las suyas llegaran a sus manos por los medios más insospechados posibles, ellas tenían que dejar sus respuestas en un lugar fijado con anterioridad desde la primera carta. A veces, junto con el sobre aparecían también chocolates, muñecos, detalles de diversa índole… el corazón de las mujeres es tan sensible y generoso.
Al término de un tiempo, cuando al fin el momento de conocerse en persona estaba cerca, fingía cualquier enfermedad o vicisitud para disculparse por faltar a la cita pretextando falta de recursos económicos para poder solventar la situación. La respuesta era siempre la misma: “Dime cuánto necesitas, no estás solo”. Los problemas continuaban, los te quiero volaban, el dinero seguía siendo proporcionado bajo la promesa de “te pagaré algún día no sólo con dinero sino poniendo mi corazón en tus manos” y ese día jamás llegaba, tampoco la fecha en que pudieran reunirse personalmente hasta que la situación de prolongaba de manera indefinida, sin grandes problemas porque al fin de cuentas sus “Julietas” estaba felices de poder ayudarlo… Las mujeres son tan solidarias.
Así, había podido vivir cómodamente durante esos meses, fingiendo problemas, recibiendo dinero y agradeciendo con rosas y más cartas. Llevaba y traía cartas siguiendo una ruta diseñada por él mismo. La última que debía entregar ese día era la de la asistente de un director de escuela, una chica exquisita, con los ojos más lindos sobre la tierra, y un cuerpo regio. Ese día se reuniría con ella en un callejón cercano al trabajo, con ella sí. De sólo pensar que en un momento más se perdería entre los labios de aquella mujer su pulso se aceleraba, y quién sabe, tal vez hasta consideraría llegar a algo más serio. Algún día debía sentar cabeza y qué mejor que con ese monumento. Además, escribía con tanta pasión.
Todavía llevaba la carta con él cuando lo interceptaron en el callejón sus destinatarias lideradas por la muñeca de los ojos sublimes y el cuerpo de tentación quien de alguna manera ató cabos, se fue reuniendo con cada una de las víctimas comprobando y comparando las mentiras escritas, hasta que terminaron por reunirse en un café.
Aquella noche, el escritor de cartas lloraba frente a una botella de tequila. Ahora sí tendría que buscar un trabajo serio ¿quién podía imaginar que una mujer tan bonita fuera tan sagaz? Las mujeres ya no estaban hechas como antes. La cara todavía le ardía de tantas bofetadas recibidas, pero ninguna le dolía más que la de “Ojos bonitos y cuerpo de tentación”. ¡Tan cerca que estuvo del cielo y se cayó al infierno!… decididamente, en estos tiempos, ya no se podía confiar en las mujeres que escriben cartas de amor.