Ecos de Mi Onda

Lo que sucede en el trayecto

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La esperanza no es ni realidad ni quimera.

Es como los caminos de la tierra:

sobre la tierra no había caminos;

han sido hechos por el gran número de transeúntes.

Lu Xun

(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Gonzalo llegó a la casa de Regina siguiendo las indicaciones anotadas en su agenda, tocó a la puerta y los enormes doberman empezaron a ladrar hasta que un sirviente le abrió el portón, ya lo habían monitoreado las cámaras de seguridad. La casona le pareció de ensueño con sus jardines extensos y bien cuidados, árboles y flores ubicados perfectamente siguiendo el patrón de una maqueta. Cuando entró a la sala lo esperaba Regina que lo invitó a que se preparara una bebida.

Abrió una botella de tequila, se sirvió una copa y se sentó a esperar en la sala, amplia, magnífica. La recorrió con la mirada y se paró a observar los cuadros dispuestos de manera ordenada, como en una galería. Miró con curiosidad uno de los cuadros tratando de interpretarlo, brochazos gruesos verde pastel entreverados con líneas de color turquesa, puntos violeta por aquí y por allá. En el estilo amorfo creyó descubrir un brazo extendido hacia el cielo con los dedos crispados y el perfil simulado de una mujer desnuda… Es la visión de un mundo angustiado, “un mundo angustiado”, le llamaría yo. En eso regresó Regina vestida espléndidamente de manola, quien lo encontró totalmente abstraído examinando el cuadro.

¿Te gusta? —Sí, es interesante —le contestó mientras regresaba a sentarse y tomar la copa que había dejado sobre la barra del bar. Se titula Gaia Taumaturgia. Marcelo Rendón se basó en conceptos egipcios de los colores con respecto a la salud humana; cuando me duele la cabeza vengo y lo miro por unos minutos y aunque no lo creas el dolor desparece como por arte de magia. Marcelo es un genio que se va a ganar un lugar en la historia de la pintura internacional, ya lo verás.

Se alegró de no haber abierto la boca para dar su opinión, evitando el riesgo de parecer ignorante frente a la elegante dama de sociedad, que le brindaba la oportunidad de asomarse a un mundo ajeno a su entorno ordinario de dentista destacado con una cartera de clientes acomodados, pero consciente que sólo les abría la boca para arreglar dentaduras de fina arquitectura, moldeada con implantes de titanio y toda la gama de esmaltes, resinas y porcelanas aplicadas mediante las técnicas que se esforzó en aprender justamente en la Escuela de Odontología.

Hizo el intento de intercalar comentarios sobre la teoría del color, Newton, Huygens, longitudes de onda, radiación electromagnética, temas de sus clases de Física. Trató de impresionarla hablando de la simbología de los colores, pero cayó en la cuenta que sólo podía seguir los comentarios apasionados de Regina sobre el arte de la pintura, asumiendo una actitud de máxima atención y respondiendo sólo con —Sí, desde luego, tienes toda la  razón, ¿no me digas? —lo que confirmó en Regina la opinión de que Gonzalo era un “magnífico conversador”.

La fiesta brava le era indiferente, pero esa mujer madura lo atraía con fuerza, deseaba estar con ella, respirar lo que respiraba. Llegó al consultorio con la boca sangrando tras un accidente de tránsito, el chofer frenó de imprevisto con tal fuerza que Regina, que no tenía abrochado el cinturón de seguridad, salió disparada hacia el tablero. Fue el mismo chofer que viendo el letrero del Dr. Gonzalo Duarte, tomó a la señora en los brazos y la introdujo solicitando acongojado que la atendieran. Gonzalo hizo una curación excelente y el trato profesional le impresionó a ella de manera muy favorable. La mujer salió del consultorio con una mínima hinchazón, los dientes provisionalmente fijos y una cita para presentarle un diagnóstico integral, el tratamiento a seguir y el presupuesto correspondiente. Al día siguiente llegó Regina al consultorio, exquisita, deslumbrante. Gonzalo, muy profesional, trabajó con el grato aroma de su perfume hasta terminar la revisión. Le dio un informe pormenorizado de la situación, explicándole que el tratamiento requeriría de seis sesiones, una por semana. Regina sólo le contestó para darle las gracias, pero en la siguiente sesión fue tomando confianza.

Llegaron agitados a la plaza de toros y no hicieron fila dirigiéndose a los lugares preferentes. En el pasillo se encontraron con un grupo de seis amigos sesentones de Regina, hombres de negocios exitosos ataviados con traje cordobés y puros descomunales en la mano; la saludaron con efusión y le pidieron que girara para observarla morbosos con su vestido blanco, peineta y un clavel rojo en el pelo y mantón sevillano en los hombros. Atrevida giró con ritmo flamenco entre los olés del corifeo  geriatrocrásico. Gonzalo se sintió fuera de lugar, había fantaseado con una tarde divertida, en la que sin duda estarían rodeados de gente, e incluso de amigos eventuales, pero nunca que iba a estar en medio de tal sainete, lo que le desvanecieron las posibilidades de intimar, de invitarla a cenar tras la corrida, luego tal vez a bailar y así hasta quizá concretar los anhelos escondidos. Las botas de vino circularon y con un trago desmedido de coñac trató de disipar su frustración, pensando con sarcasmo que sólo presenciaba una comedia decadente.

Regina lo presentó como el mejor cirujano odontólogo de México, al que le debía el retorno de su sonrisa después del accidente, lo que para Gonzalo no fue incentivo para recuperar el buen ánimo, pero logró mostrarse relajado. Se dirigieron a sus asientos de contrabarrera presagiando una espléndida tarde y el triunfo de Santiago Pereira El Chago, torero andaluz de moda, triunfador de Las Ventas y amigo personal de Regina. En la plaza el ambiente era radiante, pasodobles, mantones de manila, claveles, flashazos, sombreros de todo tipo, con algunos de alas descomunales en las tribunas de sol. La multitud enardecida saludó el paseíllo de los toreros y de los alguaciles, subalternos, picadores y monosabios. La trompeta anunció el primero de los seis astados de la Milpa en los corrales.

Los toros fueron saliendo uno a uno por la puerta de toriles sin gran suerte para los alternantes, hasta que saltó a la arena al sexto de la tarde, de casi media tonelada de peso, negro bragado, muy bien armado. Se escuchó Cielo Andaluz y El Chago, elegante, taleguilla, chaqueta y chaleco en grana y bordados en oro, caminó con lentitud y parsimonia hasta el centro de la plaza, donde esperó la embestida de Violín y se lució con el capote, verónicas, gaoneras, chicuelinas, que arrancaron los aplausos del respetable. En el tercio de varas el picador sufrió por la bravura del toro que por nada lo tumba del caballo, pero finalizó su labor aplicando tres puyazos y El Chago acudió presuroso a rescatar al noble toro para evitarle más castigo. Decidió banderillear él mismo, tres pares en todo lo alto y exclamaciones fervorosas del numeroso público. Caminando con garbo andaluz avanzó frente al tendido donde buscó a Regina: —Va por ti guapa, este brindis a tan bella mujer sólo me traerá suerte, ¡sale guapa! —Regina capturó la montera y llevó la mano a los labios para soplarle un beso. Muletazos con la derecha, naturales espléndidos, seriedad y gracia, valor. Olés ensordecedores en los tendidos, estocada a volapié en todo lo alto que hizo rodar sin vida a Violín. El Chago agradeció los aplausos y la plaza rugió al conocer que los jueces otorgaron las dos orejas y el rabo. El Violín salió en arrastre lento, despedido con notas musicales en homenaje a su bravura y nobleza; él, en hombros por la puerta grande.

El corrillo saltó, brindó, abrazaron y felicitaron a Regina, aventaron al aire los sombreros “Maldita fiesta brava” pensó Gonzalo con enfado: —Valientes toreros maricones ¿lucha del hombre contra la bestia? Montón de pendejos, el cabrón a caballo lo pica en el lomo ¡le imposibilita el movimiento del cuello! luego seis banderillas ¿de qué se trata?, el maricón lo maneja con el trapo y para matarlo usa una espada ¡vaya valentía! ¡A ver, que le dejen al toro como salta a la arena, que se le enfrente solito, aunque le dejen la espada, a ver si es tan listo y tan valiente! —Descompuesto fue a buscar un baño, sintió ganas de salir corriendo, pero su dignidad le hizo regresar. Cuando volvió buscó a Regina para despedirse, pero no la encontró, le dijeron que había ido al tocador. Alguien le comentó sobre la fiesta ya organizada en casa de Regina. —Con el triunfo de este cabrón estará en todo lo alto doctor.  Caminó desorientado, pero de pronto sintió que alguien le jaló por el hombro y le susurró al oído: —Sígueme Gonzalo, vamos al motel, quiero contigo —Trémulo la siguió en su auto. “¿Dónde se mudó de ropa, cómo consiguió el coche?”, se preguntaba.

Confundido trataba de no perder la pista del auto que seguía. Después de varias calles viró para entrar rápidamente por el portón de un edificio iluminado, se estacionó en uno de los espacios discretos del motel y la vio descender, lucía pantalón negro, blusa blanca y una pañoleta negra de seda cubriendo su cabeza, lentes oscuros, tratando de no ser reconocida. En el lujoso cuarto, como si ya lo conociera encendió la televisión y de la enorme pantalla saltaron escenas candentes. Se desnudó y se acercó a Gonzalo para ayudarlo a desvestirse, lo empujó a la cama, sacó un sobre de la bolsa, extrajo el condón y ella misma lo colocó. Enseguida se le trepó como brioso jinete y después de un instante arqueó el cuerpo maduro, esbelto y flexible, casi hasta tocar con la cabeza sus talones. Ella terminó, pero él no acababa lo que empezaron juntos, la volteó con fuerza para ponerla boca arriba y terminó la acción. Se quedaron quietos y callados por unos tres minutos, encendió un cigarrillo y le invitó a Regina, pero ella se vistió con rapidez y lo besó en los labios: —Luego te llamo querido, me tengo que ir.

Finalmente Regina le pareció vulgar pero terriblemente excitante, fue ella quien jodió con él. Había sido la primera faena y después de la fiesta, sobre la cual no le mencionó una sola palabra, su segunda faena sería con el famoso torero. Frustrado, aletargado, trató de ordenar los pensamientos, la rabia le resbalaba por el rabillo de los ojos y se tragó el orgullo, todo entero, aceptando que le quedaba claro, le sirvió de juego, lo desinfló con un alfiler. Resignado, en su cuerpo se fueron disipando las tensiones. Las escenas eróticas seguían en la pantalla, apagó la televisión y encendió otro cigarro.

Se quedó dormido y despertó a las tres de la mañana. Se lavó la cara y se ajustó la ropa. Al llegar a casa Liz estaba dormida y furtivamente se metió a la cama tratando de no despertarla (en vano. Liz estaba despierta). Sentía malestar estomacal por las bebidas, pensó que le estaba haciendo la cruda. No obstante, logró conciliar el sueño y a los pocos minutos se escuchaban feroces ronquidos. A la mañana siguiente todo fue como siempre, un desayuno ligero antes de ir al consultorio, en la cochera se despidieron con un beso y cada quien por su rumbo. Ya lo esperaban dos clientes. Al mediodía recibió un mensaje en el celular: “Me gusto, espero k lo repitamos un dia destos”.