Histomagia

Manitas, manitas por todos lados…

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Mayo en Guanajuato es toda una fiesta, aquí se realizan peregrinaciones para ir a la Basílica  a ver a la Virgen de la ciudad y así agradecerle los favores recibidos durante todo el año. Dar las gracias es una de las cosas que ayudan a que los seres humanos podamos seguir adelante en sociedad, nos ayudamos los unos a los otros en todos los ámbitos de la vida, es la certeza de saberte apoyado por otros.

13095957_809039619231504_4692072284344858918_nEl día de hoy, un amigo taxista me contó que un compañero suyo, hace años, cada que iba a entregar el taxi, lo iba a lavar a las afueras del Panteón Santa Paula -edificio emblemático que es el lugar de reposo de muchos cuerpos, pero al parecer de algunas almas no-. El taxista siempre iba allí, y le dijo a mi amigo que lo hacía por gratitud, ya que le ayudaban con esa labor que él ya no podía realizar debido a una lesión que aún padecía.

Me dice mi amigo taxista que este compañero lavaba su carro con unos muchachos que se ponían todas las madrugadas, a partir de las tres de la mañana, en la mera puerta del panteón, pues aprovechando que muchos ruleteros necesitan el servicio, de que ahí adentrito del camposanto está a la mano la pila de agua que se usa para regar las flores y tumbas, y que el cuidador del camposantos les dejaba usarla para lavar los carros, habían puesto su negocio en plena entrada del cementerio.

Cuenta, entonces, que uno de tantos días, el chofer llegó más temprano que de costumbre al lavado porque como había ido al rumbo de Santa Ana a llevar a un señor y el camino estaba terregoso, él decidió ir en cuanto regresara a Guanajuato, y así lo hizo. Como a eso de las dos y media, llegó a las puertas del camposanto  y, en la espera de los muchachos, se acomodó en su asiento y se quedó dormido. Ya le había entrado bien el sueño, cuando de repente escuchó el correteo de unos niños que jugaban alrededor de su carro, sobresaltado volteó a ver hacia delante de su auto, hacia los lados y nada de niños; pensó que había sido su imaginación y se reacomodó para seguir su siesta de espera. Ni siquiera había terminado el reacomodo cuando escuchó que ya en su puerta estaban -otra vez- jugando y riendo unos niños, ya molesto revisó hacia adelante, a los lados, pero esta vez se le ocurrió mirar por el espejo retrovisor y, efectivamente, vio a dos niños pequeños como de seis años que correteaban alrededor de su auto, vestidos con andrajos de ropas antiguas, tan divertidos y sonrientes, que al inicio no se dieron cuenta que él los observaba, pero, en un instante, al darse cuenta de que habían sido descubiertos, voltearon a verlo girando sus cabezas sobre su propio eje hasta quedar con su rostro totalmente hacia atrás, lo veían con unos ojos tan negros como la noche misma, con una mirada tan escalofriante que el taxista no salía de su extrañeza intentando pensar si en verdad eran niños o espectros convertidos para engañar y robar el aliento a los vivos. Su  asombro creció, pues conforme los fantasmas de los niños caminaban hacia el Santa Paula, iban desapareciendo en una neblina oscura.

(Foto: Escalofríos/ Archivo)
(Foto: Escalofríos/ Archivo)

Sobresaltado se incorporó y de inmediato salió del taxi para poder entender lo ocurrido. No podía creer lo que le había sucedido, se engañó diciéndose que todo era un sueño de la duermevela, “sí, es lo más seguro”.  Y esbozó una sonrisa. En eso, ve en el toldo terregoso unas marcas pequeñas, se acerca y ve con horror una profusión de manitas marcadas en el polvo, tan definidas como en papel carbón. Incrédulo revisa todo su taxi y efectivamente, manitas por todos lados, manitas que tocaban su carro, manitas que de seguro era para sentir que estaban vivos otra vez, otra vez. Asustado y muerto del terror, se subió a su auto, volteando por el retrovisor hacia la puerta del panteón, pero en la desesperación no podía arrancar su auto, hizo el intento, una, dos, y a la tercera prendió el carro, marchándose y olvidando el porqué estaba ahí esperando.

Al otro día, ya más calmado y valiente por la plena luz del día, les contó a los muchachos lo que había sucedido, a lo que ellos le respondieron: “no se preocupe Don, esos niños siempre se salen del cementerio a jugar por ahí, si no pregúntele al enterrador”. Y efectivamente preguntó y el encargado del panteón le dijo que sí, que esos niños siempre andaban jugando entre tumbas y que se salían de vez en vez, ya sea de día o de noche, que no debería de asustarse “esas cosas siempre pasan aquí”, y, desde esa terrible madrugada, jamás regresó a ese lugar al lavado de autos, no vaya a ser que los niños lo esperen y esta vez se decidan a jugar con él toda la noche.

¿Quieres conocer el Panteón Santa Paula y sentir a los niños jugando cerca de ti? yo te muestro el camino, de veras. Ven, lee y anda Guanajuato.