Estoy casada con la muerte

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

No puedo celebrarlo. No sé desde cuándo sucedió.

Hoy tomo conciencia de que es así. Y lo sé… porque cuido, venero, custodio, pienso y amo sus mortíferas formas. Porque trabajo para ella, y no hay un día, y no hay un instante, en el que deje de verme en su lustroso espejo, y regresar a mi vida con más intensidad.

Y luego me pregunto si verdaderamente estoy viva. Me respondo que sí. Que este cuestionamiento no debería inquietarme tanto, pero lo hace…

Pues bien, supongo que estoy viva. Hay cosas que me emocionan… Y me aferro a ellas. Aunque tengan la forma de la muerte, y se crea que están muertas. Las preguntas me son muy importantes. Sé que, junto con mis emociones, me empujan incesantemente. Me acuerdo de los electrones, las pequeñísimas partículas que, entre otras, conforman lo conocido de este mundo. Se dice que no es posible saber de ellos al mismo tiempo su ubicación y velocidad. Así siento a mi corazón, a veces impredecible, se ensancha, se oculta… Lo escucho (y procuro hacerlo cada vez más y más). Sé que vibra por razones que resulta delicioso buscar… y reproducir. Eso alimenta mi certeza en la vida.

Y también estoy muerta. Porque estoy cerca de la muerte. Porque adoro que no cambie, aunque luego sospeche, a menudo, que eso implicaría vivir eternamente. Y la verdad… no lo sé, pero sí que murió una parte de mí, o que algo de mí muere, como el tiempo. Y que me he aferrado a esas cosas dentro de mí, o afuera, que murieron sin que yo quisiera. Y ahora que lo noto… me entristezco doble. Por lo que murió, y por la vida misma (que debiera tener aún) concentrada en el dolor de esa partida.

Me preocuparía dejar de sentir. Qué sería de mí sin mis sentimientos. Pueden voltear al dolor… y quizás lo hago frecuentemente. Desde luego, se debe a que lo decido, si bien titubeo. ¿Qué sería preferible? Sufrir, o no sentir… ¿Y qué habrá pasado con la alegría?

Mi pensamiento revira a las Momias. Vuelvo a verlas. Siempre regreso a ellas (y me emociona descubrir las dos cosas, que el movimiento vive en mí, y que soy capaz de regresar), rostros en los que me encanta reflejarme. ¿Qué siento? Paz. Angustia. ¿Cómo las vivifico? Es posible que la sola existencia de tal interrogante… baste para vivificarme.

Siento que, al pensarlo así, me encuentro más comprometida que nunca. Estoy consustanciada con la muerte, y eso abre mi posibilidad, apetencia y deseo de avivarme… y desde mí… al mundo entero.

La serpiente (significado del náhuatl coatl) es el alma gemela de la Tierra. Así la vida y la muerte, entrelazadas perpetuamente, coexisten, se eclipsan, se confunden. La gran tragedia de la vida es lo que dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos, he leído recientemente.

La pasión, tal vez, sea el único estandarte que nos salve. Si se quiere vivir… sería necesario no dejarla morir.