Guanajuato como estado tiene una riqueza cultural inigualable, comparte tradiciones y costumbres, así como la cosmovisión del pensamiento mágico que nos remite a diversidad de seres fantasmales y espectros que alguna vez fueron gente viva como nosotros los que estamos aquí.
Pedro Ortega, un amigo mío, me cuenta con cierta reticencia, lo que alguna vez le sucedió en el municipio de San Luis de la Paz, Guanajuato, cuando estaba comisionado por el IMSS, en el departamento de farmacia de la clínica de dicho pueblo. Para los que no saben, San Luis de la Paz es todavía un pueblo muy pequeño y rural, calles poco transitadas con la estructura española de un jardín principal y su iglesia que dicen que es famosa por haber filmado ahí Pedro Infante y Sara García, la película “Los tres García”. Como es de esperarse, la ciudad no tiene mucha vida nocturna, y por ello no es común ver a jóvenes muy entrada la noche, porque como son muchachos de familia, pues duermen muy temprano. Pedro me cuenta que una noche estaba a la espera de que llegara un embarque de medicinas para la farmacia, de hecho ya estaba un poco desesperado porque no llegaba y él necesitaba descansar porque su jornada laboral había sido dura y a la mañana siguiente tenía que presentarse muy temprano, en verdad mi amigo no ocultaba su cansancio, pero ni modo, el trabajo es el trabajo y tenía que esperar el surtido médico. En esas cavilaciones estaba, cuando ve que llegan las medicinas, y se pone a manos a la obra a descargar aprisa, porque el tiempo es oro. Ya casi para terminar, de pronto ve que alguien entra y alcanza a ver que es un muchacho joven cabizbajo, con las manos en los bolsillos, muy pálido. De inmediato, Pedro decide ir a decirle que a esas horas ya no surten medicinas, que por favor regrese mañana. Sin pensarlo cruza rápidamente el pasillo de archivos que lo separa de la barra de atención, sale y nadie. Ahí no estaba nadie. Extrañado voltea de inmediato hacia atrás, al no ver a nadie, voltea lentamente a su alrededor para dar con el muchacho, estaba seguro que sí lo había visto entrar, estaba seguro, como de que ya eran casi las tres de la mañana y que debía irse de ahí ya. Con el miedo en su ser, mi amigo decide ir a preguntarle al vigilante el por qué había dejado entrar a alguien a esas horas al Seguro, el vigilante le dice que no ha entrado nadie, que lleva más de tres horas sin entrar ni salir nada ni nadie. Pedro, no puede creerlo y si por él hubiera sido, se hubiera ido a su casa ya, pero tenía que apagar las luces de la farmacia. Su regreso era inminente. Sabía que no estaría solo ahí adentro. Piensa, piensa y decide sólo eso: entrar, apagar las luces y salir a toda velocidad de ese lugar. Las medicinas pueden esperar, poner en riesgo su vida y
su alma no. Así que lo hace, en menos de cinco minutos: entra rápidamente, sin voltear al lugar donde sabe que él está, que esa cosa o ser está, siente cómo los vellos de su nuca se erizan, sabe que no está solo, de repente siente, como si alguien lo quisiera alcanzar con su mano, Pedro apaga las luces y no grita porque el miedo lo motiva para salir de ahí lo antes posible. A oscuras, a tientas, recorre el estrecho pasillo de archivos que esa noche, lo jura, le pareció interminable, sintiendo cómo ese ser lo seguía, me lo jura, lo seguía. En segundos alcanza la calle, se despide del vigía, ya acompañado voltea hacia la farmacia y no ve a nadie. Nadie estaba ahí, pero él sabe que esa presencia lo esperará la noche siguiente. Pedro, aún con el sopor del miedo, se va por el camino solitario de siempre rogando que ese ser, encuentre el descanso que su alma necesita.
Mi amigo me dice que en el Seguro Social, no es difícil que sucedan este tipo de experiencias, pues como es un hospital muchos de los que mueren ahí no quieren irse, quieren seguir aquí, como vivos, pero ellos ya están muertos. No lo saben. ¿Quieres decirle a ellos su realidad? Ven, lee y anda Guanajuato.