Como es bien sabido, Guanajuato es una ciudad colonial que se caracteriza por sus construcciones de cantera y templos diseminados a lo largo de toda la cañada en que se ubica. Las plegarias de los creyentes siempre están a la orden del día porque como es un pueblo minero, se pide a Dios que ellos salgan enteros y sanos después de viajar tierra adentro. Las mujeres guanajuatenses son muy devotas de varios santos y todas y cada una, en este pensamiento mágico, en las capillitas o altares que hacen dentro de sus casas, piden por sus hombres para que regresen con bien sea el trabajo que sea, prendiendo una veladora para darle luz a su alma o espíritu y no se pierda y así pueda regresar a casa completo, donde le quieren bien.
Así, en esta diversidad de energías, cada vez que paso por el Templo de San Sebastián, me vienen a la mente muchas historias que vecinos del barrio de Pastita me han narrado. Como en esa iglesita hay un cementerio, me cuentan de las apariciones de seres que deambulan por la madrugada como paseando ahí en el atrio-camposanto, o también hablan de espectros, fantasmas o seres que representan a demonios desde un charro negro siempre cerca de una de las tumbas, hasta la sombra blanca vaporosa que levita entre las lápidas derruidas por el tiempo como buscando su lugar y con una desesperación de no encontrarlo. Sin embargo, una de las que me han dejado impactada es precisamente la del charro negro. En realidad me la contaron hace tiempo y aún no olvido los detalles de la historia.
Me cuenta una amiga que ella desde siempre ha asistido a ese templo ya sea a misa de dar gracias el fin de año y bendecir las veladoras para la Divina Providencia en donde piden casa, vestido y sustento, una guía y consuelo del penar en el paso por esta tierra, o sólo a una misa dominical para dar gracias por los favores recibidos. Ella dice que el charro negro siempre se ha aparecido por ahí. Sé que ya una vez les he contado lo que uno de mis exalumnos me dijo sobre un charro negro que salía levitando del río de Pastita, de abajo del puente, acariciando el lomo de un gallo giro, con el sombrero puesto y la cabeza baja, pero escuchando a quienes quieren pedirle favores de dinero, mujeres o vicios. El asunto es que al parecer este personaje es el mismísimo demonio que sale por las noches en busca de quien quiera perder su alma, y mi amiga me dice que es el mismo: él sale de una tumba que está ubicada a la izquierda de la puerta principal de San Sebastián y que alguna vez lo vieron cuando la tumba se abrió de a poco y dejó a la vista una especie de lava roja y vibrante de donde así de la piedra hirviente se fue formando de a poco el 
charro negro, con una altura como de dos metros, su traje negro y abotonadura de oro macizo, con el sombrero bajado hacia delante no dando a conocer la mirada, de donde toma un poco de lava y los convierte, según sea el caso, en un brioso caballo negro o en un gallo de pelea con espolones de oro. Dice mi amiga que sólo mira a quien él ya sabe que quiere perder su alma, que sólo se le aparece a quien quiere convencer, pero siempre acariciando el lomo de su caballo o del gallo giro. El sepulcro del que sale es de alguien que le vendió su alma y que quiso engañarlo mandando a su familia lo sepultara en tierra santa, lo que evidentemente no le funcionó, y en castigo estará a perpetuidad con él en un sin descanso eterno. Para este ser supremo de bajo astral, las almas que le son ofrecidas son suyas y de nadie más.
En verdad no me ha tocado ver a este personaje siniestro por las noches en que he caminado con mis amigos por Pastita, pero sí creo que lo que me han contado es verdad, porque aquí, en este plano, venimos a vivir y aprender de los errores y caídas, pero algunos al querer tenerlo todo en esta vida, hacen pactos que no son de un momento, a veces lo hacen sólo por jugar o por salir de su aburrida vida, y como vemos les espera una eternidad para comprenderlo. Te invito a dar un paseo por el barrio antiquísimo de Pastita. Ven, lee y anda Guanajuato.
