El Laberinto

El quehacer y los ajolotes

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Durante una actividad con amas de casa, al pedirles que evocaran aquello que podría molestarlas mas recibí una respuesta unánime, todas odian que sus hijos mayores y esposos las hagan encargarse en solitario de todo el “quehacer”, pero lo afrontan de manera fatalista pensando que si ellas no lo hacen no lo hará nadie y que prefieren sacrificarse a que las cosas estén mal hechas, inconscientemente están criando ajolotes.

maltrato-mujerjpgSin pretender insultar a esta bella especie, el parecido con los hijos o esposos comodines reside en que el ajolote puede pasar su vida entera, e incluso reproducirse, sin llegar a convertirse en salamandra, deslizándose entre las aguas que lo acogen, sin nunca necesitar tener patitas para sostenerse. En ambos casos, el cambio está condicionado por el ambiente y por las necesidades de su grupo.

Nos encontramos con un problema de género, donde se hace una atribución de características y obligaciones dependiendo del sexo con el que se nace,  las mujeres a pesar de que actualmente pueden aspirar a realizar actividades que antes les estaban prohibidas, tienen que combinarlas con el cuidado de los demás, es decir en mantener para todos un ambiente cómodo  y peor aún, satisfacer sus necesidades al interior de su estanque.

La misma presión que las hizo convertirse en salamandras las obliga, al ser interiorizada, a evitar que todos los que dependen de ella pasen por el proceso de cambio, pues se niegan a delegar sus tareas, corrigiendo a las más jóvenes cuando lo llevan a cabo, criticando sin piedad a las mujeres que no se ocupan de su casa o han decidido compartir el trabajo y dispensando a los varones, esperando que al casarse alguien se ocupe de ellos como ellas lo hacen.

Immigration Raid AnniversarySe sigue considerando la participación del resto de la familia en el “quehacer” como una ayuda, que como tal puede no ser permanente y debe agradecerse, pues los pobres ajolotes están pasándola mal en un ambiente seco y no como una obligación nacida del hecho de que todos comparten el mismo espacio, tienen las mismas capacidades y deben cooperar.

La repartición del trabajo domestico será más justa solo en la medida en que las mujeres salamandra estén dispuestas a dejar de ser el escudo que impide que sus ajolotes pasen por la metamorfosis, a dejarlos equivocarse quemando el desayuno, quedándose sin ropa limpia o brincando entre el tiradero ocasionado, mientras sus patitas se van fortaleciendo. Finalmente la presión y la necesidad están ahí, solo hay que dejarlos sentirla.