La ciudad cada octubre se viste de gala, el FIC o Festival Internacional Cervantino le da la bienvenida a propios y a extraños en aras de la difusión de la cultura y el arte. Por estas fechas, las calles se ven repletas de personas que vienen a disfrutar de los espectáculos y de la ciudad misma. Yo tengo muchas amigas que viven el Cervantino de diferentes maneras: una que renta habitaciones a los viajantes, otra que hace comida especial en su restaurante, otra que sigue el movimiento hippie que cada octubre hace de las calles de Guanajuato su hogar su lugar de trabajo. Una muy buena amiga mía que conoce a varios de los jóvenes y no tan jóvenes que vienen por estas fechas, y les da hospedaje en varias de sus casas, me cuenta que muchos de sus amigos y clientes han sufrido por las lamas en pena que viven en las casonas que son de su propiedad. Todo va desde la típica subida de muerto, pasando por escuchar cómo mueven los muebles de la casa atribuido a un espíritu femenino visto en esa casa, entre otras experiencias paranormales. Ella me dice que sólo hay una que le ha impactado tanto, al grado de que por días no pudo dormir y se acompañaba de sus luces pequeñitas (lamparitas) dice, que le pudieran salvar de quién o quiénes entrarían a su cuarto. No siempre apagar las luces es buena idea, porque, me cuenta, con las luces apagadas los muertos hacen fiesta hasta en tu cara, dice. Y así le pasó a ella. Me cuenta que una madrugada estaba trabajando muy afanosa en un documento importantísimo que tenía que llevar al juzgado por la mañana. Tan absorta estaba en su trabajo, que no pudo ver cómo por debajo de su puerta se metía una especie de humo casi imperceptible, pero que ella, esa vez, pudo ver. Asustada pensó que tal vez se estaría quemando algo de la recámara contigua que había rentado, desesperada salió corriendo de su recámara para ver qué es lo que pasaba en el patio. Nada, no pasaba nada. De hecho salió y uno de sus inquilinos hasta la saludó cobijado por la brisa de la sierra que cae por la noche en la ciudad. Contestó el saludo y se volvió a meter a su cuarto, pagó la luz y se fue directo a su cama ya a dormir. Mañana seguiría su trabajo. A tientas se fue acercando a su cama, cuando estuvo cerca de ella, sintió con horror cómo una mano fría la jalaba con violencia hacia el colchón, ella gritó e intentó levantarse, pero no pudo, porque otras manos la sostenían de todas las partes de su cuerpo a la cama; lo peor es que estaba bocabajo, inmóvil a merced de esos seres que por primera vez aparecían en su vida. No sabe cuánto tiempo duró así, el chiste es que ella no pudo ni gritar porque una mano enorme y fría como el hielo, le cubría la boca. Con los ojos desorbitados dice que vio, con espanto, cómo es que seres salías de debajo de su cama, de la parte de adentro de sus roperos, se metían hasta por las ventanas, sombras, espectros que al parecer, ya habían encontrado en dónde vivir. Mi amiga no se pudo dar valor, porque en ese instante se desmayó. A la mañana siguiente, ella despertó en su cama, cuidadosamente cobijada, como si nada hubiera pasado. La luz del sol le pegaba en el rostro, pues alguien había dejado abierta la ventana. Ella pensó que había sido un sueño, pero no, se dio cuenta que era verdad cuando se levantó para verse en el espejo, pues sentía una especie de plasta en su cara. Al verse al espejo, se quedó trémula: en su cara había sangre seca, una sangre color negro, muy negro como si le hubieran sacado los músculos de su cara, pero no, todo en su rostro estaba bien. Ella atribuye este accidente, como ella lo llama, a que de seguro se rascó por la noche y se sangró.
Mi amiga no quiere creer en eso, de hecho lo platicó y lo borró de su mente dice, porque no es grato volver a recordar y vivir cada vez, la extraña presencia que le puso en su cara una sangre tan oscura como sus intenciones, dice. ¿Quieres conocer el lugar dónde ocurrió? Ven, lee y anda Guanajuato.