Ecos de Mi Onda

Ay Amor (Cuento)

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Amor es el pan de la vida. Amor es la copa divina. Amor es un algo sin nombre,

que obsesiona al hombre, por una mujer.

Pedro Flores

Abrí la puerta de la oficina de improviso, pensando en encontrar a Teresa ya lista para salir de los flagelos de la rutina cotidiana de la empresa, disimulando con recato la condición de esclavos zarandeados, por la rudeza de las labores, correteados por el látigo de los jefes de producción, nunca hay que bajar los brazos, nos exigían a cada instante para mejorar los registros anteriores. No obstante, siempre hay mañas para distender los pesados lapsos con pláticas triviales. Trabajando platicaba con Mau sobre los nombres que la gente mayor acostumbraba ponerle a los hijos, fatalmente de acuerdo con el nombre del santo del día de su nacimiento. Recordamos nombres de familiares, y le decía que tenía un tío que se llamaba Elviro, y él me contestó que tenía una tía que se llamaba Sergia. Curiosa plática en la que luego opinamos sobre lo feo que se escucharían algunos nombres netamente femeninos a masculinos, como por ejemplo Martha y Martho, Rosa y Roso, Leticia y Leticio, pero Mau se retorció de risa cuando pensó en Ana y Ano.

tuDespués de salir de la oficina, Tere y yo caminamos hacia los jardines de la empresa, por el camino enlosado que conduce a las rejas negras de la entrada, cruzamos la caseta de vigilancia bajo la mirada indiferente del policía privado, que serio como piedra pómez anota algo en una libreta grande de pasta negra, y luego enfilamos hacia la esquina de la calle para abordar el pesero que nos lleva hasta el centro. Pero esa vez no fue así. Ella ya me había comentado algo, pero no me lo esperaba con la crudeza que me vino a la mente. No hacían nada malo, debo aceptarlo, pero Tere estaba sentadita muy seria y el señor Araiza casi abrazándola le dictaba algo, como si fuera su maestro en clase, pero con una confianza que excedía ese carácter, de tal forma que tuve la sensación de que al abrir la puerta me asomaba a un momento de intimidad y no me gustó el brillo de su mirada, ni el trémulo de su voz cuando me contestó, al preguntarle si saldríamos juntos, que se iba a quedar todavía una hora a trabajar. Sin protestar cerré la puerta y salí solo de la fábrica. Confieso que me sentí humillado, con profundo coraje y vergüenza. Todos nos veían salir juntos y ahora ella se quedaba a trabajar con el elegante, apuesto ¡y casado! señor Araiza, con la puerta de la oficina cerrada. Abordé el pesero y no niego que a pesar de tratar de evitarlo, varias lágrimas salieron de mis ojos, lágrimas de rabia, el martirio del orgullo atropellado, no así del amor, pues no podía amarla a tan sólo un mes de tratarla, pero al estar juntos no dejaba de decirme que me quería y nos besábamos con pasión, acostados sobre el verde pasto y bajo la sombra de los álamos blancos del jardín Reforma. Yo sólo me dejaba querer con la seguridad de haber logrado una rotunda conquista, pues para mí la seriedad del amor era cosa de risa.

¿Estaba celoso? Para estar celoso se tiene que estar enamorado y yo no lo estaba, pero entonces ¿por qué esa extraña sensación parecida a un ahogamiento sofocante? ¿Por qué las lágrimas de rabia y de dolor derramadas por esa oscura sospecha de un desengaño? Recordé las miradas subrepticias que Araiza le dirigía cuando coincidimos en la oficina por algún trámite administrativo, la forma como se le acercaba en el jardín durante la media hora de descanso, y lo quietecito que se quedaba ella, tomando aire y aguantando la respiración, como sumergida bajo el agua para no mostrar los síntomas de ese cierto estado de excitación que se experimenta al estar junto a alguien que nos gusta, y que hasta los pelitos nos enchina. Yo lo sentí así cuando ella abiertamente me pidió que la besara. Estábamos solos en la oficina y yo le di un beso en la mejilla. Así no tonto, me dijo muy quedito, yo quiero que me beses así, y me beso apasionadamente en la boca. En ese instante se abrió la puerta y su jefe casi nos sorprende, instintivamente tuve que saltar hacia atrás para evitar la impresión de que estábamos demasiado cerca y de lo que esta situación atípica podría significar para nuestro jefe en horas de oficina. No pasó nada, pero me gustó la adrenalina y entonces empecé a idear pretextos para ir con la mayor frecuencia posible a la oficina, a sabiendas que si por fortuna teníamos un momento a solas, sería inevitable que nos besáramos ardorosamente. Empezamos a salir y me llamaba mi vida, dime mi vida, sí mi vida, lo que tú digas mi vida. Sentada en mis rodillas me acariciaba las manos y luego estiraba hacia atrás mi dedo pulgar, el suyo no se doblaba, permanecía rígidamente recto y por eso me decía que yo tenía dedos gimnastas. Caminábamos abrazados, tomábamos café en VIPS y me cantaba las canciones de moda que escuchaba en el radio y en los videos de telehit. En apenas un mes sentí sinceramente que vivíamos un idilio, me pregunto entonces si todo fue una falsedad ¿Fue capaz de fingir, de engañarme? El brillo de sus ojos era el de una colegiada enamorada del maestro, puedo reconocer las miradas, la gente se conoce a través de la mirada, no por nada se dice que los ojos son los espejos del alma. De mi parte soy incapaz de hacer reclamos altisonantes, y mucho menos a una mujer. Siempre he pensado que nadie puede querer a la fuerza a una persona, si no se quiere, no se quiere y a dar vuelta a la hoja, viví sin conocerte, puedo vivir sin ti, decía una vieja canción que escuchaba mi madre, ¿pero por qué en esta ocasión pensé irremediablemente en la venganza, en una dulce venganza?

Al día siguiente no la busqué y no pasó nada, al siguiente fue ella quien entró a la planta para decirme que tenía que firmar un documento en la oficina. Caminé indiferente a su lado, llegamos a la oficina y quedamos solos ¿Qué te pasa mi vida, te noto raro? Me quedé callado, no le reproché nada y al ver que no había ningún documento que firmar, di la media vuelta y salí dejándola con la palabra en la boca. Esa actitud me parece que la inquietó más. Por la noche, cuando intranquilo no podía conciliar el sueño y restregaba la cabeza entre las almohadas para dilucidar mi estado lamentable, se me ocurrió la gran idea: con frialdad haría que se enamorara absoluta y totalmente de mí y luego la desecharía con desprecio, como un pañuelo kleenex tras un estornudo mucoso (Frialdad, frialdad). Estaba seguro que iría nuevamente a buscarme, y así ocurrió, al quedar solos lloró por mi inexplicable conducta y me pidió explicaciones. Saqué mi pañuelo, afortunadamente limpio, y enjugué sus lágrimas. Perdóname cariño, le dije, he tenido mucho trabajo, me siento tenso y preferí no buscarte, además no quise incomodarte con mis tonterías y menos ahora que estás estudiando. ¡Ay mi vida, cómo tonterías! Todo lo que venga de ti me importa, nunca pienses lo contrario amorcito, y perdóname tú a mí por ser tan desconsiderada, ven siéntate, mi jefe salió ¿quieres un café? cuéntame lo que te pasa (Ya te tengo en la red, ya lo verás maldita araña). Le solté una sarta de problemas banales y no sé la razón, pero imaginé a Teresa lanzando pelotas desde el montículo hacia el home y yo tratando de conectarlas con el bate, pero también la presencia de Araiza, perturbadora, actuando como ampáyer cantándome con una risa burlona el tercer strike.

¿Paso por ti chiquita? Le pregunté con ansia reprimida. Discúlpame amorcito, respondió con una impecable inocencia, hoy salgo tarde. ¿Sí me comprendes? tengo clase con el contador Araiza, veremos elementos de contabilidad y a revisar los procedimientos de archivo. Necesito aprender porque hay mucho desorden y mi jefe me puso ultimátum para ordenar todos los documentos. Pero no te enfades, mañana salimos juntos y verás que te compenso ¿si mi vida? Está bien chiquita, le contesté con aplomo, me gusta que pienses en superarte, te felicito, me saludas al contador Araiza y nos vemos mañana (Hija de…, me tragué de nuevo el orgullo, pero ya verás finalmente quien gana ¡chiquita!) No pasa nada, me dije convencido, que se dé gusto con el galancete, ya se las verá conmigo. Para mitigar la triste situación me fui al cine, compré palomitas y una coca cola y vi una película curiosa de ciencia ficción en la que los personajes del siglo XXIII hacían burla y escarnio de lo que pasaba en el siglo XXI, de la sexualidad, de los sentimientos, para ese tiempo futuro ya estimados como una simple función biológica, algo así como defecar. Sí, defecar la tristeza, el odio, el resentimiento y limpiarse luego con papel higiénico. Esos seres humanos avanzados eliminaban el amor del acto sexual, que junto con el parto natural, eran tenidos como actos de salvajismo primitivo. Se estaban fusilando a Huxley y su Mundo Feliz.

Como prometió, al día siguiente me compensó saliendo conmigo y le platiqué la película. Estaba extasiada, se me quedaba viendo con la misma mirada luminosa que le advertí en la oficina junto a Araiza, sonreía y seguía la narración con interés sincero, al menos eso me parecía. Al terminar me abrazó muy fuerte y me pidió muy seria que nunca olvidáramos el amor, que ambos estábamos unidos y que nuestra historia con el paso de los años sería la de un gran amor, pero no como la de Romeo y Julieta, dijo apuntando con su índice hacia mi cara, ellos se murieron jóvenes y nosotros vamos a morir viejitos.

passers-by-in-the-rain-1935Hace ya más de dos años que empezamos a salir y sigo tejiendo las redes de mi propósito, verla arrodillada a mis pies suplicando amor. Ya tengo más de cuarenta y cinco minutos de esperarla, es muy impuntual, es otro de los defectos que le tengo que corregir. Se quedó en su clase de contabilidad y me dijo que la esperara en el jardín y cuando pasa esto siempre se tarda más de la cuenta, pero no puedo irme porque tengo que lograr que se enamore de mi como una loca, y para eso debo necesariamente ser tolerante y comprensivo, las mujeres siempre aprecian esas posturas de caballero, y yo, por sobre mis fines vengativos, soy un caballero. Ella es sumamente apasionada, ya en ocasiones le he pedido que vayamos a un lugar en donde estar a solas, pero nada más sonríe, me besa y me dice que no puede, que nunca podría hacerlo por temor a su madre, que sería capaz de matarla si se llegara a enterar que dio un mal paso. Por otra parte, dice convencida y tratando de convencerme, que su madre es tan sagaz, que con sólo mirarla se enteraría. Por tanto, sólo me queda el consuelo de estar con ella en los prados de este jardín, amparados en el atardecer tras el verdor oscuro de la maleza, horizontalmente entrelazados, pero nos tenemos que cuidar, estar alertas, ya que hace alrededor de medio año, al levantar la cara lo primero que vi fue la mirada maliciosa de un policía que, estoy seguro, ya tenía un buen rato vigilándonos. ¡Qué bonito jóvenes! ¡Qué bonito! ¿No saben que eso que están haciendo se llama faltas a la moral?, a ver señorita ¿cómo se llama? Teresa no contestó nada. No, pos sí, voy a tener que llevarlos a la delegación y llamar a sus padres señorita. Espérese mi oficial, yo creo que podemos arreglarnos. Le di el dinero que traía para invitarla a cenar y apenas me quedé con lo suficiente para el camión de regreso a casa. La acompañé a la parada de su autobús y como si no hubiera pasado nada, se despidió como siempre.

Aquí viene por fin, tan bonita y sonriente. No sé, pero cada día la siento más feliz y enamorada. Estoy seguro que pronto se cumplirá mi propósito.