Histomagia

El pueblo fantasma…

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Mineral dePpozos como escenario de las apariciones del Charro negro, representación del demonio en la cultura popular mexicana.

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Guanajuato es una ciudad que está rodeada de muchas comunidades mineras que nutren y nutrirán por mucho tiempo las arcas de metales preciosos de los diferentes países por la producción de oro y plata extraída del subsuelo por nuestros mineros. Muchos trabajan todo el día y, en un afán por olvidarse de todo lo que es la vida allá abajo, beben sin medida. No sé qué pueda haber en la mina que muchos quieren olvidar lo que ven o todas las experiencias paranormales que suceden en las entrañas de la tierra; sin embargo, pese a esa evasión, muchas de las veces extraños personajes, espectros y fantasmas se hacen ver en la faz de la tierra y no en la oquedad de las minas.

Me cuenta una alumna mía que en la comunidad de San José de la Luz, pueblo minero y actualmente considerado pueblo fantasma, hace mucho tiempo, a los hombres no les quedaba de otra: la mina o la migración a los EE. UU. El auge de extracción de minerales era su principal fuente laboral, por lo que el vaivén de trabajadores era tan cotidiano que encontrarse a las personas aún en la madrugada era considerado normal.

Allí había un viejo panteón, tan viejo como albores del pueblo mismo de cuando encontraron la primera veta de mineral. Casi todo el mundo cruzaba de día por ese lugar y no daba miedo ni nada, pero de  noche era otra cosa. Su abuelo era de esa comunidad y en verdad bebía mucho para aliviar el dolor de los músculos que le provocaba el trabajo en la mina, eso decía él.

Una noche en que su abuelo ya había festejado de más, decidió que ya era hora de irse a su casa, pero para llegar más rápido y no rodear el panteón, decidió cruzarlo, total, qué más le daba pasar como siempre lo hacía de día, ese lugar que en verdad –pensó- no tiene nada de peculiar. Se llenó de valor e inició su recorrido por ese solitario lugar. No sé por qué pero es claro que la luz de otro ser humano, es codiciada por algunos seres que la quieren para poder oscurecer el camino y llevarlos consigo a las tinieblas o a los confines de otras dimensiones fantasmales o demoníacas.

El abuelo caminó ya dentro del panteón, tambaléandose por la infinita cantidad de alcohol ingerida, y es entonces cuando vio a un hombre vestido de charro recargado en una tumba, encendiendo un cigarro, mirándolo fijamente con unos ojos fulgurantes que, de haber estado en su juicio, él hubiera determinado que eso no era normal. Amablemente el abuelo saludó a ese ser con un “buenas noches” y no obtuvo respuesta. Se encogió de hombros y en su caminar inestable se agarraba de cualquier tumba y no tenía reparo en pisarlas, pues no tenía cómo sostenerse por sí mismo. Ni siquiera pedía perdón a los difuntos, él lo que quería era cruzar el panteón y llegar a su casa. Caminó unas cuantas tumbas y de pronto, al querer agarrarse de una lápida, trastabilla y casi cae, regañándose por ese hecho, mira al suelo y ve unas botas de charro negras como la noche, poco a poco levanta la mirada y, entre sus zigzagueantes movimientos, recorre con la vista ese ser vestido de negro, sube su mirar poco a poco hasta llegar a estar cara a cara con ese charro negro que pareciera lo vigilaba desde siempre; entonces lo ve: esa mirada demoníaca, sin rostro visible, que ahora ya no trae el cigarro, no, ahora ese macabro ser le ofrece un siniestro esbozo de sonrisa y sí, ahí el abuelo se da cuenta: ese ser es aquél charro que vio en la entrada, se sobresalta y mira entonces, ahora sí, la situación: la soledad del cementerio, de madrugada…los ojos como de fuego…no, no, eso no era alguien, esto no era normal.

Ahí es cuanto se le baja la borrachera en un segundo,  brinca hacia atrás como un resorte y  como puede comienza a correr hacia la salida que cada vez se hace más lejana y a la vez escucha una carcajada que le hiela la sangre y que le hace desear, ahora más que nunca, no haber conocido el vino. Desesperado corre hasta la puerta y cuando la alcanza, se queda un instante paralizado y no sabe por qué pero voltea lentamente hacia la tumba de la derecha y sí ahí estaba ese charro, viéndolo, sin sonrisa ni nada, sólo haciendo un gesto con su cabeza, la inclina agarrando su sombrero, como una manera de despedida y de aceptar que el abuelo salió ileso y no cayó en sus garras. Dice mi alumna que su abuelo llegó pálido, pálido a su casa, contándole lo sucedió a su mujer, y jurando que jamás volvería a tomar.

La leyenda del charro negro que representa al diablo es una de las más comunes en México, lo verdaderamente sorprendente es el cómo se les aparece hasta en el  más escondido de los pueblitos de este mágico país. ¿Quieres probar suerte? Aunque esta historia es de hace más de cincuenta años, ahora, como pueblo fantasma, Mineral de Pozos te ofrece más experiencias extrañas y aterradoras, anímate. Ven, lee y anda Guanajuato.