Histomagia

La noche anterior

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De la importancia y la función de tener cerca al mejor amigo del hombre en esta vida y en la otra.

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Guanajuato es una ciudad que te recibe con sus callejones abiertos, sus bellezas arquitectónicas, sus templos, sus plazas, sus ciudadanos y sus perros. Sí, esta ciudad es peculiar porque el mejor amigo del hombre aquí lo demuestra cabalmente al cuidarte en vida o en la muerte. Sabemos que la cultura de los antiguos mexicanos señalaba la importancia del perro al ayudarte en tu viaje al inframundo. Es cierto, la fidelidad del animal es la que te mantiene en tu muerte, te cuida que llegues a donde tienes que llegar para el descanso eterno de tu alma. Almas van, almas vienen y se presentan cuando menos te lo esperas. Mi entrañable amiga Andrea cuenta una historia en que unos perritos les dieron aviso de una visión oscura que, de haberse quedado en su casa, hubiera sido una tragedia.

Me cuenta que su abuelita, cuando vivía por el barrio de las Momias, todas las noches, a cierta hora cerca de su casa sucedía algo inexplicable: los perros que ella tenía de pronto se alteraban y ladraban sin cesar mirando fijamente hacia un lugar del patio en donde se quedaban a dormir; se alteraban de tal forma que desesperados arañaban las puertas para que los dejaran entrar a la casa. Su abuelita siempre los ignoraba, pues creían que, pese a que tenían su cobijita para acostarse ahí afuera, sólo tenían frío y buscaban el calor del hogar. Así sucedía bastante seguido, hasta que un día su abuelita se quedó recogiendo su cocina a altas horas de la noche, los perros ladraban igual que siempre, y ella tuvo que salir al patio a dejar sus trastes en el fregadero.
En cuanto salió, los perros asustadísimos corrieron detrás de ella entre las enaguas, en sus piernas, como escondiéndose de “algo”. Ella, que iba cabizbaja para no pisar a los perros, dejó de ver hacia el piso, levantó la mirada, observó lo que pasaba, miró hacia donde veían los perros que ladraban desesperados y entonces vio lo que siempre, al parecer, se aparecía ahí: un espíritu convertido en una sombra muy oscura y, a la vez, detrás de ese ser, una silueta pasar. Su abuelita siempre ha sido muy religiosa y le ha tocado vivir en la familia más experiencias paranormales, y sabía que lo que estaba viendo era mucho más que una simple ilusión óptica, por lo que se puso a rezar y a pedirle a ese ser que no le hicieran daño ni a su familia ni a ella, que si quería que le ayudara en algo le dijera, pero que ya de plano dejara de espantar a los perros y a su familia. El espíritu que levitaba entre sus propias sombras etéreas, en cuanto escuchó la petición, se detuvo por un momento y lentamente giro su rostro de sombras vaporosas, más negras que la noche, hacia ella, como absorbiendo el miedo y la valentía que a la vez le presentaba al defender a los suyos. Al parecer eso le satisfizo, se retiró entre brumas y vientos desatados, que de repente dieron cuenta de su presencia y luego, al tornarse todo en calma, el ladrido de los perros cesar, su abuelita sintió que ya se había ido. Volteó y efectivamente, en un instante, la vio desaparecer para siempre.

Esa noche la ancianita soñó con que iba a algún lugar que ella no conocía y que hablaba con alguien que le daba las gracias por la intención, y aunque en su sueño le pareció normal, cuando despertó no le encontró sentido, hasta que, ya más despierta, recordó la terrorífica experiencia de la noche anterior.

En verdad es sano tanto física como espiritualmente tener una mascota, ya sea un perro o un gato, porque estos animalitos nos protegen, nos avisan de esos seres vivos o muertos que se nos acercan, nos cuidan de lo que nosotros no vemos, pero que sentimos su presencia. La abuelita de Andrea vivió esta experiencia y de seguro tiene unas cuantas más historias de su familia. Si quieres conocerlas, ven, lee y anda Guanajuato.