Tengo sentimientos encontrados respecto al celular, hay veces que me veo tentada a dejarlo sobre el buró durante muchos días y otras en las que mataría por cinco minutos de batería o por un poco de señal, he conocido la desesperación por que suena demasiado y la tristeza porque no lo hace. Todo depende del lugar donde estoy y las personas que me acompañan y lo o los que me esperan del otro lado de la línea.
Los artefactos que nos rodean, desde siempre, han condicionado la forma en que nos relacionamos con los demás y mantienen su vigencia mientras todos los utilicen y crean en ellos, pues siguen fabricándose las refacciones y los insumos que requieren, y se mantienen en pie los parámetros y expectativas que generan.
En el caso concreto de los teléfonos celulares, actualmente es casi una obligación tenerlo, atenderlo y cambiarlo, cuando el paso del tiempo lo manda a la obsolescencia, si es que queremos ser incluidos en el ámbito familiar social y laboral, todo esto crea la ilusión de que todos estamos siempre disponibles.
Esta disponibilidad es un arma de doble filo, obtenemos y brindamos información de manera inmediata, aunque a veces en ese intercambio nos perdemos de lo que está sucediendo alrededor; podemos encontrar entre una multitud a la persona con la que nos citamos, pero también puede encontrarnos aquella de la que nos estamos escapando; tenemos la facilidad de acercarnos a los otros y sentimos la profunda decepción de saber que a pesar de esto hay quienes no se toman la molestia de hacerlo; somos casi omnipresentes, aunque por desgracia esto también aplica para seguir trabajando, rindiendo cuentas o cuidando de los demás donde quiera que estemos.
Tendemos a olvidar que las personas tienen, o deberían tener, más cosas que hacer que vivir pegados a las pequeñas pantallas, confundimos las relaciones completas con las respuestas que recibimos en forma de pequeños mensajes que muchas veces sacamos de contexto o malinterpretamos e incluso sustituimos el contacto real con los otros con el simple intercambio de imágenes y letras, cuando podríamos usarlo como un medio para encontrarnos en vivo.
Ante un panorama de comunicación ilimitada, surge la necesidad, si no queremos esclavizar y ser esclavizados y ahorrarnos berrinches y elucubraciones, de aprender a poner límites humanos , a pedir tiempos fuera y dárselos a los demás, en fin de entender que estar para todos en realidad es no estar para nadie.