Histomagia

Mirándome dormir

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Las madrugadas en esta ciudad son realmente hermosas por los silencios que nos llevan a soñar despiertos, a pasar a otros lugares y poder vernos a nosotros mismos.

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Las noches en Guanajuato estos días son muy calurosas, por ello muchos de nosotros dejamos las ventanas abiertas para entre por ellas el poco fresco –no viento – que hace ya entrada la madrugada. Aquí ha llovido, pero muy poco y en verdad se agradece cuando caen las gotas de lluvia porque eso significa que la sequía se irá y vendrán los tiempos de bonanza para el campo en toda la región del Bajío. Pues bien, en estos días el viento se ha presentado ocasionalmente y, no he de mentir, el viento es una de las cosas que hace disfrutable la vida en cualquier lugar del planeta, pero los vientos en Guanajuato toman otra dimensión.

Me cuenta mi amiga Nanis que la vida en esta ciudad es realmente muy diferente a los Estados Unidos de donde es originaria; ella ama la tranquilidad de las plazas y calles, ama el poder salir por las noches a su balcón mostrándole siempre el hermoso Jardín Florencio Antillón, en el barrio de La Presa de la Olla,  y ver cómo las tardes ceden ante la noche que, calurosa, llega para quedarse y mostrar cómo es que los seres fantasmales se dan vuelo para salir. Me relata que durante esta semana en que no hubo mucho trabajo de traducciones textuales, pudo dormir mucho más tarde poniéndose al tanto en sus series favoritas, así que las madrugadas las ha vivido como hace mucho tiempo no lo hacía: sin culpa, sola y en paz.  Así que uno de estos días se fue a dormir ya casi dando las tres de la mañana, el calor era realmente insoportable, por lo que apegada a su ritual de ver cada noche el solitario jardín desde su balcón de blancas cortinas de gasa, decidió que se quedaría dormir en el sillón cerquita del ventanal en aras de cambiar un poco su rutina en casa y estar cerca de ese balcón que le daría un poco de fresco y poder descansar mejor. Y así lo hizo, se acomodó en su sillón, se dispuso a dormir a pierna suelta, apagó la pequeña luz de la lámpara de la mesita y cerró los ojos. Ya en la duermevela siente la cortina resbalar en su rostro, ella lo atribuye al vientecillo frío que comienza a sentir, y piensa que ha sido la mejor decisión el haber dormido ahí. Sin abrir los ojos, se sonríe y se arremolina en su sillón cubriéndose con la sábana azul que la entibia un poco, pues el frío –raro en estos días—se hace cada vez más y más intenso. Dormitando sigue el papalotear de la cortina en su cara, lo que se hace que el viento, ahora helado, la tome por sorpresa. Incómoda decide que es mejor irse a dormir a su cama, abre los ojos y ve a alguien idéntico a ella que está en el balcón, no, no viendo hacia afuera al jardín sino mirándola dormir. Extrañada piensa que es un sueño, parpadea con la esperanza que eso que no es ella se desaparezca, pero no “ella” sigue ahí. Lentamente se sienta en el sillón e incrédula mueve la cabeza como buscando verle bien el rostro y es en ese momento que “ella” hace exactamente los mismos movimientos con su cabeza tratando de reconocerse. Nanis con miedo se levanta lentamente y ve con pánico como es que esa otra sigue sin dejar de mirarla, ahí, de pie en el balcón, dándole la espalda a la calle. El viento frío sigue y ahora se penetra hasta los huesos, haciendo bailar la cortina hasta el techo; es cuando ella –colmada de terror– decide levantarse, correr hacia su cuarto para esconderse y olvidar esta pesadilla, pero cuando intenta erguirse ve con infinita desesperación cómo es que su otro yo levita hacia ella y quedan cara a cara, en ese momento es cuando ve los ojos del ese ser ella, ojos que son azules como el viento de verano. Nanis no puede más y se desploma.

Horas después, ya con la luz azul que indica la claridad de un nuevo día, mi amiga abre los ojos y se ve acomodada como exactamente lo hizo la madrugada anterior: la sábana azul doblada a un lado suyo, la cortina en calma como siempre en estos días de calor y sin viento, acurrucada y con algo de calor, pero eso sí, ella siente que la luz en sus ojos le quema. Los cierra, se levanta y a tientas llega al lavabo a ponerse agua fría y calmar su dolor. Se lava la cara, se la seca y ahora sí abre sus ojos, ve su rostro y se reconoce a sí misma como todas las mañanas, pero me dice que, por un instante, observó cómo un viento de verano le cambió el color de ojos haciendo –de sus bellos ojos cafés—un bello mar azul. No le dio importancia, pero ese día, por la noche, su vista era increíblemente buena, tanto que esos lentes para vista cansada que a sus cuarenta y cinco años porta, ya no le son necesarios. Ahora puede ver la noche plena y sabe que, muy a su pesar, se lo debe a esa otra que se le presentó la madrugada anterior con el viento típico viento frío y azul de Guanajuato en invierno.

Las madrugadas en esta ciudad son realmente hermosas por los silencios que nos llevan a soñar despiertos, a pasar a otros lugares y poder vernos a nosotros mismos, pero en el caso de mi amiga Nanis, el verse a sí misma fue literal y, en verdad, su vista por las noches se agudiza y en sus ojos se aparece por momentos el inmenso color azul que es fecha que no sabemos si “ella” llegó para quedarse. ¿Quieres ver un inmenso azul mar aunque sea por un instante? Ven, lee y anda Guanajuato.