Ecos de Mi Onda

Moneda de cambio (II/III)

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«Moneda de Cambio», la entrega 2/3, siguiendo la historia de la simpleza del intercambio de bienes y servicios para satisfacer las necesidades básicas del ser humano, en una comunidad ficticia.

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Por nuestra codicia lo mucho es poco; por nuestra necesidad lo poco es mucho.
Francisco de Quevedo

Continúa II/III… y en una plaza abarrotada por todos los pobladores inquietos, Geteye inició la asamblea expresando:

– En este pueblo hemos conseguido sobrevivir decorosamente intercambiando objetos y servicios para satisfacer nuestras necesidades vitales. Con el tiempo pudimos fortalecer este sistema, de tal forma que todos, hasta el más humilde de los habitantes, hemos podido sobrevivir dignamente, logrando además mediante la aportación de cuotas razonables, la construcción de nuestro mercado, esta plaza que nos aloja, asimismo de los caminos y puentes para transportar nuestros materiales, y hasta un presupuesto para proteger a enfermos y discapacitados. El sistema ha sido natural y espontáneo en la fijación de las equivalencias con un acuerdo tácito libre de prejuicios, quien saca una muela se ha beneficiado con telas y alimentos, quien aporta cereales ha tenido a la mano materiales para construir su casa, ¿qué ha ocurrido pues últimamente que ha nublado esta forma de vida? La razón de reunirnos aquí es para recapacitar acerca de esto, y para ello aquí tengo la lista de los oradores que expondrán sus quejas, sus argumentos, sus propuestas y pretensiones.

De uno en uno pasaron los oradores representantes de los grupos de campesinos, cazadores, artesanos, matarifes, molineros, carpinteros, constructores, pescadores, terapeutas, prostitutas, sepultureros, ganaderos, y de todos los giros existentes. Sin embargo la nota fue siempre la misma, el encomio de las labores particulares y la sospecha respecto a la minusvalía evidente y creciente, según ellos, de sus productos en las transacciones mercantiles. Después de las tres tardes terminaron las exposiciones y a continuación se abrió una sesión de deliberaciones para el establecimiento de acuerdos, la cual se empantanó por la cerrazón de los criterios grupales.

Fue Elena Fulgor quien sugirió que se llamara a Olegario, el hombre más anciano del pueblo, quien casi ciego fue conducido hasta la plaza. Olegario estaba informado de las discusiones, pero no había intervenido por respeto al pueblo que lo mantenía pensionado, y a sí mismo, pues la misma edad le aconsejaba no meterse en donde no era llamado. Una vez instalado, Geteye le ofreció un resumen de lo discutido al momento y le pidió, en nombre de los reunidos, que los orientara con su sabiduría. Todos guardaron silencio para escucharlo con atención.

– Hay muchos rumores, pero en mi larga vida, concretamente sólo he escuchado a dos hombres hablar de asuntos relacionados con estos problemas que actualmente nos aquejan. Hace muchos años Caleb Audaz, hijo de Orestes, morador de las montañas, se atrevió a subir hasta las cumbres nevadas para luego bajar por las laderas opuestas buscando clanes desconocidos. Su padre lo lloró por años creyéndolo perdido, pero ya viejo la vida le alcanzó para verlo regresar, no con mucha alegría pues llegó estropeado y marchito, con apenas el aliento para pedirle perdón a sus padres por la culpa de haberlos abandonado. Yo trabajaba con ellos en los altos bosques cuando en sus delirios febriles contaba sus vivencias. De sus narraciones extraviadas inferimos que después de muchos días de caminar llegó sucio y hambriento a un pueblo a las orillas de una playa. Los habitantes lo recibieron temerosos y lo llevaron ante Meghan y lo inclinaron ante él. Su voz se quebraba al mencionarlo, dando a entender que era un ser superior a los demás y a quien rendían tributo como a un dios. Asustado le presentó sus saludos y le solicitó la oportunidad de desempeñar un trabajo para intercambiar sus servicios por un baño, cambio de ropa y comida, tal como ha sido costumbre en nuestro país. Sin embargo, Meghan no le respondió y ordenó a sus hombres que lo ataran con cadenas, luego lo llevaron a una barraca a la orilla de unos acantilados, le dieron agua, algo de comer y le permitieron dormir hasta el día siguiente. De madrugada los hombres de Meghan lo despertaron y lo subieron a una barca junto con otros hombres y mujeres semidesnudos, se adentraron un poco en el mar y luego los empujaron a todos hacia el agua. Caleb aprendió por experiencia directa que su labor correspondía a desprender ostras pegadas en las rocas del fondo marino, abrirlas para ver si contenían unas pequeñas esferas brillantes e iridiscentes de alta estima para Meghan, que las guardaba celosamente y las distribuía entre la población como una especie de pago. Al parecer esas pequeñas esferas representaban un valor equivalente al de los diversos productos y servicios, por ejemplo, una esfera por un mes de trabajo, pero esa esfera se regresaba a Meghan quien daba a cambio, a los individuos y sus familias, comida, vestido y habitación. Aquellos que no ganaban esferas no recibían nada a cambio y sin misericordia eran echados del pueblo, donde al poco tiempo fallecían. Después de muchos años Caleb fue echado del pueblo, pero tuvo la lucidez mental para orientar su regreso y la fortaleza para apenas llegar a su destino. Murió bendiciendo a Dios por haberlo reencontrado con sus padres.

Calló un momento y después de la pausa pronunció con gravedad:

– Me parece que el mensaje de esta historia es de que cuidemos que no se desarrolle entre nosotros una actitud acaparadora y la aparición de un grupo fuerte adquiera la fuerza suficiente para dominar a los demás en su propio beneficio y en perjuicio del pueblo. Esto es un sentimiento innoble.

Volvió a hacer otra pausa para proseguir.

– La segunda historia la escuche también hace muchos años, de la boca de un navegante que a escondidas del grupo de vigilancia de nuestro pueblo, se lanzó desde su barco hacia las aguas de la caleta. La tripulación le tenía ojeriza porque había denunciado ante el capitán, que varios marineros robaban paquetes de especias muy valiosas que transportaban desde lugares muy remotos para comerciarlos en su tierra. Lo golpearon dejándolo inconsciente. No lo ataron muy bien pues logró desprenderse de las ligaduras y decidió huir lanzándose de cabeza al mar al amparo de las sombras de la noche. Nadando llegó a las arenas de la playa. Nosotros habíamos venido desde las montañas al pueblo para entregar cortes de madera y decidimos pasar esa noche en la playa frente a una gran fogata en la que asábamos cortes de pescado. Eufrasia vio un bulto arrastrado por las olas y curiosa lo descubrió casi sin sentido. Lo jalaron hasta la arena y vieron que respiraba, de rato se asustó al verse rodeado por nosotros, pues sabía de la amenaza de que a todo marinero que se atreve a tratar de llegar a tierra firme en nuestro pueblo es decapitado. Sabemos que esto es una mentira, pero es una sentencia que nos ha permitido librarnos de los extraños. Dijo llamarse Irving y nos platicó las razones por las que se había lanzado al mar. Lo llevamos a las montañas, quedando al pendiente de la llegada de una nave para embarcarlo de regreso. Así sucedió y después más de un año en el que nostálgico sólo suspiraba por los aires de su tierra, de algún modo pudo negociar con el capitán del navío el retorno esperado.

Tras un nuevo paréntesis en el que aprovechó para dar un sorbo a su tarro de vino, continuó con su relato.

– Irving nos comentaba con tristeza: Ustedes son como una gran familia que viven enraizados a la tierra, a los bosques, al mar, a todo su entorno natural. Ustedes se tienden la mano y velan unos por otros. En todos los países que conozco todo es diferente, existen clases y castas ya determinadas y un poder que ejercen los soberanos que son dueños de casi todo. Pagan un ejército que vigila que nadie se rebele y quien se subleva es fuertemente castigado. Le preguntamos sobre su forma de vida, sus costumbres. Nos platicó que tenía a su esposa y dos hijos, un niño y una niña hermosa, a quienes deseaba ansiosamente volver a abrazar. Triste mencionó que todo su dinero se lo había quitado la tripulación del barco y que por tanto al regresar no iba a poder ofrecerles la nueva vida que soñaba para ellos. Tuvo que explicarnos lo que significaba dinero y lo definió como “monedas” fabricadas con metales, oro y bronce, con forma de pequeños discos aplanados y figuras en relieve en las caras opuestas, por una el símbolo del poder de su rey y por la otra el valor referido de esta forma de objeto de cambio, de acuerdo a su peso. Formó con el índice y el pulgar un círculo y nos dijo que más o menos ese era su tamaño y sopesó varios guijarros para diferenciar el peso de las monedas circulantes.

Todos estaban absortos con las historias que el anciano narraba y la idea de dinero les pareció interesante a los congregados y le pedían que abundara más sobre el tema. Contestó que no sabía gran cosa, pero comentó que escuchó en voz del marino que el rey de su país tenía un sistema de gobierno, en el que le encargaba a un grupo de personas de su confianza la fabricación de las monedas y que la emitía en circulación entre la gente a cambio de trabajo, pago, le llamó Irving, y que así como se le asignaba un valor a estos discos de metal, así también se le estipulaba un valor comparativo a todas las cosas. De esta forma, en los mercados la gente entregaba dinero a cambio de artículos. Finalmente recordó que existían comerciantes y productores, y que estos últimos entregaban sus mercancías a un sector de la población que se dedicaba exclusivamente a la venta y que el intercambio se hacía no por trueque, sino por cantidades contadas de dinero. Agotado el anciano Olegario solicitó que le permitieran irse a descansar, expresando que definitivamente ya no tenía más comentarios. En el fondo albergaba temor, pues sentía que era un tiempo inminente de cambios y en su mente sólo podía vislumbrar incertidumbre.

Todos los congregados se fueron a dormir confundidos con las historias de Olegario, pero programaron una nueva reunión para la tarde siguiente, inquietos por definir propuestas para la solución de sus problemas…. (Continuará)