Guanajuato es muy rico y vasto en historias que se relacionan con momias, espantos, espectros, subida del muerto, la llorona, fantasmas, en fin, relatos paranormales con un sabor típicamente mexicano; sin embargo, no debemos olvidar que al ser una ciudad cosmopolita, los que aquí se quedan traen de sus países, tradiciones que se mezclan en un mosaico cultural con la magia que vivimos en México. Esta historia relata algo muy interesante, porque pese a que la ciudad es antigua, es poco común escuchar historias que versen sobre seres elementales de la naturaleza.
Hoy, la ciudad se viste de gala porque en tiempos de lluvias, los árboles y los cerros reverdecen cubriendo de musgo las piedras de la cañada, y haciendo crecer hierbitas en el pavimento donde la tierra reclama su espacio. Aquí hay muchos jardines que ayudan a respirar a la ciudad: el Florencio Antillón en Paseo de la Presa, el Jardín Unión en pleno centro, Los Pastitos a la entrada de la ciudad y, cerca, muy cerca de ahí, el Jardín del Cantador.
Dicen los que saben que antes de que pusieran los andadores, rejas y bancas en el Cantador, el lugar estaba lleno de árboles enormes que daban una sombra reconfortante a quienes pasaban por ahí; con el tiempo y la urbanización de la ciudad, el jardín se fue modificando hasta quedar con la fisonomía actual: un lugar para descanso y relax, para que los niños anden en bicicletas que rentan en un negocio cercano, y un espacio excelente para una caminata sana por las tardes, aunque algunos paseantes les da por ir muy temprano, antes de que salgan los primeros rayos del sol, a disfrutar del silencio de la capital a esas horas de la mañana, sin saber que pueden encontrarse con elementales desconocidos que viven en la vegetación y entre las piedras.
Me cuenta mi suegra, Doña Boni, que una mañanita en que su hermano Baltasar iba a su trabajo, él decidió parar un momento y sentarse en las bancas del Jardín del Cantador para poder respirar el aire fresco en compañía de todos esos –entonces- frondosos árboles y la hierba alta en meros tiempos de lluvias. Don Baltasar se sentó, y ante el silencio avasallador, decidió rezar. En eso estaba cuando de pronto, sintió una mirada, se quedó callado esperando escuchar un “Buenos días” de alguien, volteó a su alrededor y no había nadie. Extrañado volvió a concentrarse en su oración, cuando de repente ve entre la maleza unos ojillos bastante grandes, observando su quehacer. Don Baltasar lo ve y es entonces que sus miradas se cruzan un segundo, porque es cuando ese ser corre sin descanso, pero con una peculiaridad: al correr se balanceaba; al ver la estatura, piensa entonces que es un niño y emprende la carrera para alcanzarlo, pues se preguntaba ¿qué hace un niño solo, aquí, a estas horas de la mañana? Intentó darle alcance, pero cuando menos lo esperaba el “niño” voltea, y sin pensarlo Don Baltasar detiene su marcha ante la sorpresa de que no era ningún niño, era un ser enano, pequeño, horrible, vestido de verde, con un gorro, la cara enorme, arrugado de la piel, con boca y dientecillos macabros, los ojos estaban tan abiertos que parecía iban a salirse de sus cuencas. Don Baltasar lo vio y, pese a la confusión primaria, al instante supo que era un duende. El duende, al ver el horror que ha causado en él, sigue corriendo sin parar hasta desaparecer de su vista en la maleza. Don Baltasar se queda estupefacto, aunque quiera no puede moverse, no puede quitarse de la mente esa horrible visión, pensó que si lo contaba nadie iba a creerle, que lo juzgarían loco. En eso escucho un “Buenos días”, aterrado volteó y vio que era un señor que pasaba por ahí, la luz matinal ahora sí ya iluminaba el parque difuminado las sombras cómplices del duende. Don Baltasar entonces decidió seguir su camino, ir a su trabajo y olvidar esa extraña presencia que habita el Jardín del Cantador.
Mi suegra me dice que su hermano, desde ese día, dejó de visitar un buen rato el lugar. Ahora, en estas fechas, el Cantador sigue reverdeciendo cada año y es escenario de ferias de plantas, juguetes y demás giros comerciales, sin embargo, aún hoy, en la tranquilidad de la noche, tal vez, y sólo tal vez, los duendes salgan y nos observen como lo han hecho desde hace muchos años: en secreto. ¿Quieres conocer este jardín encantado? Ven, lee y anda Guanajuato.