Al hablar de vividores, generalmente pensamos en hombres, capaces de utilizar el encanto, la manipulación y la facilidad para la estafa, haciendo víctimas a mujeres –a veces adineradas- con debilidad emocional aun cuando su inteligencia sea preclara. Estos estafadores del amor dejan en sus perjudicados, daños emocionales muy altos y en ocasiones, sobre todo cuando el vividor es además obsesivo y controlador, ponen en riego la salud y la vida de ellos.
Pero no todos –incluidas también en esta descripción a mujeres vividoras- los aprovechados usan sus características con fines sólo sexuales, de control vivencial o como una salida a sus frustraciones. Hay sablistas de las finanzas y parásitos en la política que como resultado de la descomposición del tejido social parecen multiplicarse a una velocidad inaudita. Del vividor en general se dice que: ofrecen el oro y el moro –generalmente el cumplimento de la oferta es magro- a cambio de la provisión de algo para ellos muy valioso –sexo, votos, dinero, contratos, silencio respecto a negocios sucios etc.- que una vez logrado da lugar al desinterés por la persona manipulada.
El vividor aborda a su presa en momentos de debilidad –recién viuda, divorciada, en bancarrota, sin esperanza social- la observa, encuentra que es lo que le complace, empieza ofreciéndole la solución a todo lo que le aqueja, aunque termine dándole sólo cosas insignificantes al receptor, pero muy importantes para sí mismo[1]. La fidelidad del vividor para con sus crédulos, nunca tiene costo para el perpetrador pero sí para quien le sigue creyendo.[2]
Los terapeutas y expertos en la conducta humana se dividen entre quienes opinan que este tipo de personas con tendencias psicópatas, incapaces de tener empatía, son fatalmente así por consecuencia de herencia genética o experiencias traumáticas previas; otra corriente apela a la posibilidad de cambiar en base a la capacidad de decidir si ponen o no en práctica tales “tentaciones”, aunque casi todos asumen que el destino final de un vividor es la soledad y el rechazo, empezando por aquellos a quienes les ha solicitado préstamos, cuando menos un par de veces –de dinero o de bienes que usa sin agradecer nunca y hablando mal del quien le benefició cuando se le pide la devolución del departamento el despacho o el coche- sin evidencia de que alguna vez haya pagado a no ser que la amenaza sea mayor al costo de no hacerlo.
Seductores de buena presencia, detallistas que te hablan bonito y hasta parecen solidarizarte contigo y tu problema –un cobro de luz, agua o predial- a luces injustificado, que aun dándote la razón te generan culpa -por no haber llegado antes, no cuidar tu cartera, no poner alarmas en tu casa, no aceptar el cambio de medidor, etc. – abundan en la burocracia de todos los sistemas políticos y con mayor intensidad aquellos cuyos protagonistas han transitado desde el PRI o el PAN, para el PRD, luego al PT y hoy en MORENA, a donde siguen quejándose de no tener dinero, aun cuando su conducta siga siendo de holgazanería e irresponsabilidad. Estos tránsfugas de la política son muy parecidos al amante incapaz de reconocer que vive de ti o contigo, sólo porque se va temprano –luego de dormir en tu casa- y es incapaz de sacar la definición de su trabajo del ámbito del misterio. ¿Por qué los caradura que se sirven de la política y no actúan para la política, siempre niegan que tienen recursos? La respuesta es simple: ellos nunca han destinado una mínima porción de lo que perciben para sus gobernados, los miran como simples generadores de las ventajas de las cuales disfrutan. Para ellos los malos resultados son responsabilidad de otros: los adversarios, los ciudadanos que tiran basura, los descuidados que no ponen chapas grandes, o que salen de noche, los vecinos que no denuncian al nuevo inquilino, los empresarios que no están esperando al notificador tramposo y hasta el niño pasivo asustado por el maltrato de sus compañeros de clase.
La extrema simpatía del vividor siempre es para “otro”, sobre todo si este está en la posibilidad de descalificarlo: la suegra, la cuñada, el país vecino, el grupo de empresarios, el sindicato; aunque dichas simpatías no se conviertan en nada más que el contubernio momentáneo, si acaso el otro no tiene la madurez y la dignidad suficiente para decir NO. Como buenos vividores, los burócratas nunca pagan más allá de lo básico ¿Se ha encontrado con personajes veloces para ir al baño a la hora de la cuenta del restaurante? ¿Se puede resolver esto con simples chismorreos de café o mediáticos? ¿Qué pasaría si en la “alta política” se aplicara el sistema simple del tequio? ¿Por qué no aprovechar esa posibilidad de las llamadas telefónicas gratuitas a cualquier parte del mundo, para organizar videoconferencias, que en una mañana resuelvan los asuntos más urgentes desde diversas latitudes para ahorrar en viáticos y otros gastos superfluos? ¿Cuánto se ahorraría, al quitar oficinas suntuosas, usar el sentido común en vez de la mercadotecnia y dar resultados en vez de hacer campañas de publicidad?
Todos, no sólo los vividores, sino los que cómodamente nos hemos dejado convertir en víctimas, debemos salir de nuestra zona de confort y hacer algo más productivo que insultar, chismorrear, encuestar, especular y vivir fuera de la realidad. Así, sin necesidad de gastar miles de millones podríamos ser parte de la política de México, siendo políticos sin sueldo, dedicados la mayor parte de nuestro tiempo a ejercer la profesión que hemos elegido, sin tintes de megalomanía, con auténtica misión de servicio. Los que no estén en esa posibilidad se autoexcluirán y tendremos una nueva era.
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[1] Ofrezco cien cosas en mi campaña y reporto que ya hasta superé el compromiso; pero si escarbas la mayor parte de lo reportado no es eficiente, esta sin terminar o es un fiasco.
[2]Un magnífico ejemplo son las instituciones bancarias: cambian los términos contractuales de manera tramposa nulificando así ofertas hechas originalmente y el cliente sigue con ellos; por ejemplo le ofrecen una cuenta sin comisiones, pero si quiere que le garanticen la no aplicación de costas por uso fraudulento de su plástico, debe “comprar un seguro” y al final Usted termina aceptando ser “robado legítimamente” por su banco a cambio de que le devuelvan lo sustraído por un ratero no bancario.