Ecos de Mi Onda

¿Sabes qué? (Parte 1 de 2)

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En esta primer entrega, se narran las experiencias de un profesor-investigador ocupado en ese momento en integrar su expediente para concursar en el hipotético Catálogo de Investigadores Nacionales (CIN), pero viviendo a la vez problemas serios con su pareja.

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La gente a la que le va bien la vida es la gente que va en busca

de las circunstancias que quiere y, si no, las encuentra.

George Bernad Shaw

Gregorio trató de respirar profundo, tal y como había leído en una revista de salud, en la que se presentaba una metodología para reducir el estrés. Respira tranquilo, se decía, inicia por el estómago, luego lleva oxígeno a los pulmones para que se distribuya también por tu cerebro. Tenía ya una semana inscribiendo sus actividades en línea y armando el expediente con la documentación comprobatoria, para concursar y mantener su registro en el Catálogo de Investigadores Nacionales (CIN), dentro de la convocatoria emitida por la Oficina Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (ONDECyT). Pero ya tenía dos días buscando, sin  fortuna alguna, las constancias de los tres trabajos publicados por la Asociación Internacional de Nanociencia y presentados en el congreso anual, con mucho, el evento especializado de mayor prestigio en su ramo, al que asistió acompañado de su mujer en el mes de mayo, documentos que le eran imprescindibles para asegurar su inclusión en el CIN de nueva cuenta. Podía solicitar a la Asociación que le repusiera las constancias, pero ya no le daba tiempo, debido a las reglas inflexibles del CIN con respecto a las fechas de entrega.

Buscó afanoso en el estudio de su casa, luego se ocupó en bajar todos los libros y folders de los estantes, prácticamente los revisó de uno por uno, de hoja por hoja; prosiguió escarbando en todos los cajones de su escritorio, concienzudamente verificó en todo el montón de documentos acomodados debajo del toro de bronce, una representación del signo zodiacal de Tauro que le regaló su hermano Sergio el día que cumplió treinta y cinco años, y que utilizaba como pisapapeles. Fue a la recámara e inspeccionó en los cajones de su buró, en el de Natalia, en todos los portafolios guardados en el clóset, pero sin encontrar absolutamente nada. Ya había rastreado también con minuciosidad en todos los rincones de su cubículo universitario del Departamento de Materiales, hurgando en toda la estantería, en los entrepaños, anaqueles, archiveros, hasta el punto en que las manos le dolían debido a la gran tensión de la búsqueda exasperada que lo tenía ya muy agobiado. Fue precisamente al revisar en un bolso de Natalia que le vino a la memoria el recuerdo de que las constancias se las había dado a guardar a ella, después de que se reunieron a comer con los familiares de Natalia en El Árbol de Limas y entonces trató de recordar las circunstancias. De cualquier forma sintió cierto alivio, si bien aún le faltaba cerciorarse de que realmente Nati las tuviera, o supiera donde estaban, y para ello tenía que llamarla por teléfono, pues estaba en Veracruz trabajando, contratada para tomar unas fotografías en El Tajín.

Terminó la última de sus exposiciones en el salón Puuc. El Congreso Internacional de Nanotecnología se celebraba en el Hotel Dorado Mérida y en la sesión del miércoles su trabajo fue programado a la una de la tarde, pero como siempre, las presentaciones iban retrasadas y para entonces ya casi eran las dos. Natalia aguardaba impaciente en el vestíbulo la salida de Gregorio, pues habían quedado en ir a comer al restaurante El Árbol de Limas con la tía Antonia. Cuando Gregorio apareció eran ya las tres con diez minutos y Natalia lo vio salir del salón muy apacible alzando el cuello buscándola, para luego dirigirse hacia ella muy orondo todavía en pleno debate con varios colegas… estoy seguro que se incrementa la función de los nanotubos de carbono para la detección selectiva de gases…, y la ansiedad que la colmaba hasta ponerle los pelos de punta, se convirtió en un descomunal enfado. Al aproximarse el grupo se dieron los saludos y presentaciones de rigor con una tirantez que fue percibida por todos, pero en particular por Gregorio, que de inmediato procedió a realizar una recapitulación mental de la crisis, comprendiendo los alcances de su falla personal, y descifrar la solución con una rápida salida decorosa –Perdón por la tardanza querida, pero las exposiciones se retrasaron… bueno amigos, nos tienen que disculpar, tenemos un compromiso muy importante y debemos irnos rápido, nos vemos mañana, que la pasen bien. Vámonos Nati.

La despedida de Natalia fue una sonrisa tan falsa para los congresistas, como fría y cortante para el pobre Gregorio, quien se apresuró a buscar un taxi y por fortuna estaba uno desocupado frente al hotel y lo abordaron, abriendo cortésmente la puerta del vehículo a su esposa. Durante el trayecto Nati estuvo callada, sólo respondió secamente un bien, cuando Gregorio le preguntó cómo había pasado el día; meditó sobre preguntarle la razón de su evidente enfado, o disculparse y darle explicaciones por la tardanza, pero decidió no hacerlo, uno, bien sabía que su enojo se había originado por el extremo retraso y a que en realidad se le olvidó el compromiso y se puso a discutir con varios colegas después de terminada la sesión, así hasta para él mismo las disculpas sonarían huecas, y dos, pensó que era más prudente no comentar ya nada  y dejar que se le fuera pasando el manifiesto enfurecimiento.

En una especie de tregua se relajaron y compusieron el semblante con una sonrisa verosímil. Entraron al restaurante en donde ya se encontraba Antonia, tía de Natalia pero muy estimada por Gregorio debido a su carácter jovial. Desde que supo que viajarían a Mérida les encomendó seriamente que tenían que juntarse para comer y platicar. Le acompañaba su primo Eliseo y su hija Laura. El marido de Antonia había fallecido dos años antes de un ataque cardiaco fulminante, heredando un buen patrimonio para la familia, que incluía además la etiqueta de una familia respetable, lo que garantizaba buen margen de certidumbre para vivir con holgura. La tía Antonia era hermana de Eloísa, mamá de Natalia, inseparables hasta que se casó con Miguel Cadena, comerciante yucateco que se la llevó a vivir a Mérida, pero sin perder el contacto con visitas frecuentes, que siempre resultaban reuniones agradables y a las que Gregorio fue bienvenido una vez casado con Natalia, incorporándose con gran facilidad.

Era curioso, pero Gregorio estaba muy interesado en asistir a esa reunión y la consideraba oportuna, pues conocía de buena mano los rumores, si bien discretos, entre familiares y amigos cercanos, de que entre él y Natalia había problemas, incluso de que hasta existía una separación virtual. Por tanto, consideró conveniente exhibir una relación armoniosa para acallar habladurías, pero todo había iniciado con el pie izquierdo y razonó que lo más sensato era actuar con inteligencia para no empeorar las cosas y tratar de que el convite siguiera un curso tranquilo y no se saliera de control. Tras los saludos y las preguntas sobre el vuelo, el alojamiento, el clima, se acomodaron en una mesa amplia, cercana a un pequeño entarimado en el que un trío cantaba el Pájaro Azul y Gregorio comenzó a tararearla.

Cántala fuerte Goyito– Le soltó la tía Toña, una de las pocas personas con las que no se enfadaba porque le llamaran Goyo, y menos Goyito. Era conocida su exigencia en la Universidad ante los académicos de menor rango, estudiantes y personal administrativo de que le llamaran Doctor Cantú-Broda, casi viendo el guión entre los apellidos como acostumbran algunos científicos, no sé, tal vez como para señalar mayor impacto. Gregorio alzó la voz en la cantada y se le unió el primo Eliseo con su tesitura de barítono. Todos pidieron su bebida, él una cerveza y Natalia lo mismo, el trío continuaba con la tanda yucateca y entonces se atrevió a pedirles que cantaran Adoro de Manzanero, volteando a ver a Natalia como para congraciarse, pero la respuesta fue un discrecional pisotón bajo la mesa y una afable sonrisa fingida para la concurrencia. Después de comer la charla giró sobre la salud de los parientes, las anécdotas de Natalia sobre sus trabajos de fotografía, los chistes del primo Eliseo, los dilemas existenciales de Laurita para escoger una carrera universitaria, y cada que Gregorio quería introducir algún tema Natalia lo desviaba, hasta que finalmente optó por callar, tomar cerveza y sonreír con buen talante ante las ocurrencias y asentir o desaprobar con la cabeza en el hilo de las conversaciones.

En un momento surgió entre Natalia y su tía un diálogo no confidencial, pero sí algo íntimo, sobre Eloísa y su esposo, acercándose una a la otra y bajando la voz discretamente. Gregorio aguzó el oído para captar los detalles de la conversación –Mi papá no es un santo y mi mamá tiene razón en pedirle que deje de tomar, está muy enfermo y eso nos causa problemas a todos, ya ves, hipotecó la casa y mi tío Armando pagó la hipoteca pero se quedó con las escrituras, entonces están viviendo casi de su caridad. Mi tío les dice que no se preocupen, que pueden vivir en la casa sin problemas, pero ¿qué tal que por alguna razón quiera venderla? mis papás se quedan en la calle. La tía Antonia le sugirió a Natalia –Tu papá es muy buena persona, ¿por qué no lo convencen de que entre a un grupo de alcohólicos anónimos?

En eso terció Gregorio –Sí tía Antonia, yo hablé con Don Pedro, pero va a ser muy difícil que acepte. Natalia volteó a verlo con la cara totalmente descompuesta y le espetó –No metas tu cuchara, tú también eres un borracho, no te queda dar consejos. Punto final, azorado trató de disimular dando un sorbo a la cerveza y la tía Antonia trató de restarle importancia al asunto prosiguiendo con la conversación. Rechazado decidió ya no tratar de intervenir en las charlas y se dejó llevar por la densa corriente, pidió un vodka tonic rumiando su molestia. En eso se percató del descuido con las valiosas constancias de la publicación de sus trabajos, sólo protegidas en un folder sobre el que recargó los codos y la vista, para garantizar que no se le olvidaran. Después de más de dos horas y varios vodka tónics, concluyó la reunión y se dieron las cordiales despedidas. Antes de abordar el taxi rumbo al hotel, Gregorio algo borracho, reunió fuerzas para dirigirse a Natalia con firmeza y pedirle, por favor, que le guardara las constancias, enfatizándole su importancia. Natalia respiró hondo y sin discutir las tomó de mala gana y las introdujo en su portafolio. En el cuarto del hotel las discusiones subieron de tono. Al día siguiente el Congreso incluía una visita a Uxmal a la que no fueron, Natalia salió de compras al centro de la ciudad y él se quedó en el hotel trabajando con su laptop. Regresaron el viernes en el vuelo de las doce del día, sin cruzar palabra en el trayecto; llegaron a la casa y con indiferencia Natalia se metió a la alcoba a ver televisión, Gregorio ocupó el estudio para seguir trabajando y se durmió hasta muy tarde en el cuarto de las visitas.