Natalia se encontraba en Papantla, hospedada en un hotel limpio y agradable, lidiando con el intenso calor y preparando todo su material para la serie de fotografías en el Tajín, tarea encomendada por el Dr. Alfonso Cisneros-Cano (sí, con guión), prestigiado profesor de la Universidad Hispana de México. El miércoles temprano ya se encontraba a la entrada de la zona arqueológica, acompañada de Ricardo, etnohistoriador experto en cultura prehispánica, quien además de ser un amigo de mucho tiempo, la asesoraría en el trabajo encomendado, bajo las indicaciones precisas dictadas por el Dr. Cisneros-Cano, de quien Ricardo era colega y también amigo.
Tomaba un café previo al almuerzo para iniciar labores, cuando timbró el celular con una llamada de Gregorio, a quien notó francamente alterado, sin entender lo que decía. Trató de calmarlo para comprender el asunto, pero sólo escuchaba balbuceos –Nati, mis constancias del congreso, no las encuentro por ninguna parte… –¿De qué me hablas?¿qué constancias? le contestó –Las constancias de la presentación de mis trabajos en Mérida, te las di a guardar al salir del restaurante ¡acuérdate!, estoy seguro que las metiste en tu portafolio.
Gregorio esperó la respuesta y alcanzó a escuchar en el fondo música de saxofón y de tambores y platillos, en una mezcla musical extraña. ¿Dónde estás Nati? –En el Tajín, almorzando en una palapa. –¿Por qué se escucha música? –Sí, son unos músicos indígenas afuera de la fonda, pero ¿de qué hablas? ¿Por qué dices que yo tengo tus papeles? –Nati, no los encuentro, son documentos muy importantes que debo integrar en el expediente para el CIN, si no las incluyo corro el riesgo de no calificar, por favor recuerda dónde las dejaste. –Lo siento pero no recuerdo nada de lo que dices, no sé donde puedan estar tus dichosas constancias. –¿Estás sola? –¡Claro! ¿por qué lo dices? –No, por nada, perdóname. –Mira, no tengo ni idea de lo que dices, lo siento y ahora discúlpame, pero estoy atrasada y tengo que irme a trabajar. Nos vemos el sábado… hasta luego y que resuelvas tu problema.
Natalia colgó, terminaron de almorzar, el calor levantaba y el cielo comenzó a nublarse con visos de tormenta, no obstante se dirigieron a las canchas Norte y Sur del juego de pelota, hicieron mediciones para tomas desde distintos ángulos, ajustaron los parámetros de las cámaras fotográficas y prepararon los escenarios para el trabajo fotográfico en los que utilizarían modelos ataviados simulando jugar un partido de pelota. Decidieron no comer hasta concluir los preliminares y terminaron cansados ya casi a las seis de la tarde. Se trasladaron a Papantla en la camioneta de Ricardo, quien conversaba sobre la alianza de los totonacas con Hernán Cortés para atacar a los aztecas en Tenochtitlan y la posterior traición de los españoles. Llegaron al hotel y durante la comida siguieron charlando sobre las estrategias del trabajo y ya tarde se fueron a descansar para la faena que les esperaba.
Gregorio estaba muy tenso, como pocas veces lo había estado en la vida. Recordó la comida de inicio de cursos en la que se acercó a la mesa del rector para saludarlo y que por comedido, al abrirle un refresco de lata, este le explotó y toda la espuma y el líquido derramado empapó el fino traje del Dr. Pérez Aguirre, máxima autoridad universitaria, quien solamente sonrió indulgente, pero las risitas de burla de los ocupantes de la mesa, en particular de la Dra. Salinas con quien mantenía una competencia académica constante, lo hicieron enrojecer de vergüenza y sólo atinó a balbucear una disculpa, para luego tratar de alejarse con dignidad temblándole las piernas al dirigirse hacia su mesa, donde lo bromearon los compañeros del Departamento. De reojo vio cómo limpiaban el traje gris oxford del Rector y una presión oscura le comprimió el cuerpo sintiendo que flotaba en una nube densa. Se imaginó dentro del refresco aquel a punto de estallar, para dispersarse en el espacio en mil pedazos e integrarse después quedando con las fuerzas laxas, a punto de desfallecer.
Abrió el cancel de la recámara y se asomó por el balcón hacia el amplio jardín de su casa. Había hablado con Natalia sin éxito y volvió a buscar afanosamente los documentos que tanto le importaban. Eran ya casi las tres de la mañana del jueves y en medio del silencio escuchó el ladrido de un perro en la lejanía, trató de respirar pausadamente y ordenar las ideas, no ganaba nada con estar despierto y nervioso y decidió tratar de dormir, y tal vez por el enorme esfuerzo físico y mental que lo agobiaba logró dormitar un poco. Despertó como a las siete con la resaca del café y de la desvelada, los músculos tensos atizándole la columna vertebral, los brazos, las pantorrillas, ¡ah! cómo le gustaría que lo pasaran por un rodillo que le prensara sus adoloridas vértebras, tendones, nervios, ligamentos, sus carnes, todo el cuerpo. Pero el tiempo vuela y la excitación lo acorrala una vez más, sabe que tiene hasta las tres de la tarde para entregar en la Oficina de Fortalecimiento Académico (OFA) de la Universidad la documentación que ampara los registros hechos vía internet, toma apresurado un insípido café y sale disparado. Afortunadamente no tiene grandes contratiempos de tráfico y corre raudo hacia su oficina.
Se dice a sí mismo, calmado, calmado, vamos a buscar de nuevo. La calma dura sólo unos minutos y la desesperación crece al no encontrar nada. Vuelve a llamar a Natalia, pero no contesta y luego de unos minutos recibe un mensaje diciendo que no puede atenderlo porque está muy ocupada. Se desconcierta aún más y hasta le cruza la sospecha de un engaño, los días anteriores Nati se comunicaba mucho con un tal Ricardo, pero reflexionó y justificó que eran asuntos de trabajo, había transparencia, nada extraño, nunca la observó perturbada o algo por el estilo, ningún fingimiento, pero…, últimamente… y le volvió a calar esa frialdad entre ellos. Se espanta las mortificaciones mentales e intenta relajarse con los ejercicios de respiración; sin embargo progresivamente lo gobierna un estado de excitación que se aproxima al pánico, estruja todos los papeles que tiene al alcance de las manos, todas las imágenes le giran como un rehilete y se desvanece perdiendo el conocimiento sobre el escritorio.
Transcurre el inicio de una nueva semana con un lunes normal, en ese momento atiende a dos jóvenes estudiantes de la Maestría en Ciencias, que le solicitaron asesoría sobre los elementos para dopar un láser de zafiro. Acaban de salir de la clase de Propiedades Estructurales y se observa sereno a pesar de que no pudo enviar su expediente. Apacible ha estimado sinceramente que el desenlace puede resultarle útil si aprovecha la lección y reorienta los objetivos, no sólo académicos, sino de su vida misma.
Camina sosegado hacia el cubículo meditando la secuencia de pasos lógicos y programados para alcanzar un estado de armonía en todos los aspectos de su vida, mejorar la relación maltrecha con Nati, restablecer los lazos de unión con sus hermanos, deteriorada tras el fallecimiento de sus padres. Se le ocurre elaborar un diagrama causa–efecto de Ishikawa para identificar perfectamente los problemas, clasificarlos y proceder a analizar las observaciones para plantear el conjunto de las posibles soluciones y proponer objetivamente las estrategias para cumplir los objetivos y metas. No olvidaba que esta vez tendría que ser humilde e incluso acercarse a Dios de forma sincera. Ha olvidado a Dios, ha abandonado muchas cosas bellas de la vida por centrarse de lleno en el trabajo, absorbido en la competencia académica a costa de lo que fuese, un resultado de más por aquí, un redondeo por acá, temas redundantes y pragmáticos para cumplir con mayor facilidad los parámetros, nada del otro mundo en un medio que demanda cumplir con requisitos específicos que parecen dar preferencia a la cantidad sobre la calidad, tantas publicaciones en revistas internacionales, tantas presentaciones en congresos, tantas direcciones de tesis, tantas otras actividades académicas denominadas, digamos, lucrativas, mediante las que es posible alcanzar con más facilidad un estatus destacado en el ámbito universitario, integrar comisiones, coordinaciones, direcciones, que van realzando el prestigio. Pero Gregorio está sensible y en un examen de conciencia le surge el dilema existencial declarando para sí mismo que es experto en materiales sensores, conoce su estructura, propiedades, efectos, pero advierte que sería incapaz de instalar físicamente un simple detector de gases tóxicos, tendría que pretextar que está ocupado para no verse en el dilema de evidenciar sus limitaciones prácticas.
Reflexiona sobre la trascendencia del Catálogo y sus frutos, las vicisitudes a las que se vio sometido para calificar, pero también del valor menguado de sus aportaciones más allá de sumar puntos académicos. Luego se atribula de su vida sentimental, su egoísmo y conducta en los espacios vitales, pero lo hace tranquilo, percibe que controla adecuadamente la frustración, se siente libre de hostilidad y resentimientos. Sale alegre del trabajo, corre a comprar un ramo de rosas y se dirige presuroso hacia las oficinas de Nati, quien se sorprende gratamente al verlo en el recibidor con un ramo de flores en los brazos. La invita a comer y no deja de platicarle con entusiasmo, le promete que reorientará el sentido de su vida, reservando el mejor tiempo para ella, hacerla feliz para que perdone su imprudencia. Jura dejar de lado los intereses egoístas, encauzar un trabajo académico relevante, madurando hipótesis apuntaladas en una revisión teórica rigurosa, diseñando sistemas experimentales eficientes para obtener resultados fidedignos y los artículos de difusión serán un medio, no un fin. De sus reflexiones expresa: Por sus resultados integrales en los últimos años el monumento a la investigación nacional sería de papel y, salvo muy raras excepciones, en el ámbito científico se fomenta, eso sí, con mucha seriedad, la cultura del “paper«. Observa a Natalia y toma sus manos con ternura, en su sonrisa observa que ella le cree…
El rehilete gira en sentido contrario y escuchó en la atmosfera una voz: La realidad no suele coincidir con las previsiones, prever un detalle circunstancial es impedir que este suceda (aunque el protagonista temió que esos rasgos fueran proféticos), J.L. Borges, El Milagro Secreto.
Volvió en sí y tardó tal vez cinco minutos en ubicarse en su cubículo y observó los papeles estrujados en el escritorio consciente de las circunstancias. Se paró y se sirvió un café de la cafetera instalada sobre el archivero metálico; miró la hora, la una y doce minutos, y sin motivo aparente, nomás porque sí, levantó el plástico verde que servía de mantel bajo la cafetera, y… ¡ahí estaban!… ¿por qué? no tenía la menor idea, ni una explicación razonable, pero en ese instante ¡qué importaba!, tomó los papeles y corrió a sacarles fotocopias. Rápido reorganizó el expediente y se dirigió raudo a la OFA. Sudando llegó a tiempo y llenó la forma de entrega. Le firmaron de recibido y salió ligero silbando La Primavera de las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Casi para llegar al cubículo recibe una llamada al celular, lo mira e identifica que es de Natalia.
– Hola ¿cómo estás? ¿encontraste tus papeles?
–¿Sabes qué?… Te vale madres.