Histomagia

No más de tres días

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Muchas de las experiencias vividas cuando somos jóvenes nos marcan para siempre…

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Guanajuato es un lugar emocionante, lo que vives aquí es una de las formas en que las tradiciones se funden con las nuevas maneras de divertirse. Los juegos pueden ser online o juegos a la antigua como barajas, damas chinas, ajedrez, o la ouija que, aunque suene increíble, esta forma de comunicarse con entes espirituales o seres de bajo astral, siempre ha sido muy popular, tanto que en la actualidad se vende como juego de mesa en los centros comerciales. En los años 70´s este juego de mesa no era muy bien visto, aun así tuvieron un auge insospechado entre los jóvenes; los padres de la amiga de una prima mía, en ese entonces, le consiguieron una ouija, pues le cumplieron el capricho disfrazado de rebeldía que les hizo la muchacha, y aunque bien se sabe, el jugar con este artefacto no trae nada bueno. A la fecha, mi prima no quiere hablar del asunto.

Esta experiencia trascendió a la familia porque mi madre lo contó hace poco. Ella me dijo que mi prima a los dieciocho años de edad se puso a jugar con su amiga a la ouija ahí casa de mis tíos, se encerraron en el cuarto e intentaron “hacer hablar a la oujia” –como se decía en esos tiempos–, y así estuvieron tratando de moverla, de comunicarse con alguna entidad, pero no pasó nada. Tan embelesada estaba por el juego y por la necedad de que alguien o algo se comunicara con ella, mi prima entusiasmada le pidió a su amiga le prestara la ouija una semana, y antes de que terminara de decir esto, la amiga accedió de inmediato, rápidamente se despidió y se fue casi corriendo a su casa.

Hasta aquí, no sabemos qué es lo que pasó con los juegos o intentos de comunicación que hizo mi prima durante ese tiempo, lo que sí se supo es el cómo quedó después de sus juegos: su conducta cambió drásticamente, de ser una chica alegre y sana, desde ese suceso siempre andaba cabizbaja, dormía mucho, casi no comía, y así estuvo durante dos semanas. Su mamá preocupada, a esas alturas, la llevó con el médico que sólo atinó a decirle que no se preocupara que la joven estaba nerviosa por afecciones de su edad, etcétera. Mi tía salió de la clínica, con la seguridad de que no era así, que no eran los nervios, sino algo más oscuro y preocupante, por lo que decidió llevarla con una bruja.

Me dice mi madre que cuando llegaron a la choza de la curandera, un frío recorrió la espalda de mi tía, mi prima estaba absorta y con la mirada perdida en el infinito, con rostro demacrado y muy delgada, cómo habrá estado que cuando la bruja salió y la miró, de inmediato la tomó del rostro y la observó dando un diagnóstico escalofriante: “esta niña tiene espanto”, mi tía comenzó a llorar y la bruja le preguntó de inmediato si había pasado algo con alguien o qué le había sucedido hace poco, mi tía le dijo que no, pues ella no sabía lo de la ouija. Al preguntarle a la joven, les dijo que no, que lo único que había hecho fue jugar en la casa con la ouija que su amiga le prestó y por la que nunca volvió. La bruja entonces les dijo que era muy peligroso el conservar una tabla ouija en la casa, ya que sólo se tener tres días, sólo debe de estar tres días –lo repitió-, si no el espíritu o ser de bajo astral se siente bienvenido y se queda de manera permanente en la casa donde se le invocó, también les dijo que deberían deshacerse de la tabla regalándola a alguien y les repitió advirtiéndoles: no deben de conservarla más de tres días, además –les dijo–, es imposible destruirla, porque es un puente de comunicación con espíritus de todas las dimensiones tanto buenos como malos. Mi tía le preguntó a mi prima que dónde estaba la ouija, que dónde la tenía, ella, balbuceante, le susurró que en la casa, escondida en su recámara. A la pregunta expresa de qué ser había contactado, ella no les dijo nada, se quedó en silencio con la mirada perdida, ya no pudo más. La bruja, al verla así, no perdió tiempo y comenzó a ungirla de aceites, para realizarle un despojo, la limpió con romero, ruda y otras plantas rociándola con alcohol y hablándole en el oído diciéndole que se regresara, que no se quedara ahí donde tenían su alma, la joven se desmayó.

A la mañana siguiente, mi prima ya había recuperado su ánimo, se levantó como siempre a irse a la escuela, desayunó vastamente, y se fue feliz a sus actividades diarias. Mi tía, ya más tranquila, la observó irse. Ella, para ayudar a su hija, hizo lo que la bruja había dicho: le regaló la tabla a una vecinita, que en cuanto la vio se entusiasmó, pues un juego como esos en ese entonces era difícil de conseguir. Eso sí, mi tía les advirtió lo de no quemarla, no destruirla y lo más importante: jugarla no más de tres días.

Muchas de las experiencias vividas cuando somos jóvenes nos marcan para siempre, mi prima a la fecha, no habla del asunto, pero es claro que tuvo que haber estado cerca de un ser de bajo astral que absorbía su energía vital, y el estar en silencio de lo que pasó, garantizaba el bien de sus seres queridos. Con esto he aprendido que nunca hay que tomar a la ligera la sabiduría ancestral que implican los consejos de las brujas buenas. Ven, lee y anda Guanajuato.