En esta temporada de lluvias, los noticieros nos muestran cómo se inundan los lugares y al destapar la coladera, vemos asombrados como la causa de la mayoría de las desgracias reside en nuestro enfermizo afán por generar basura y luego ocultarla.

Por definición, siendo cualquier material que estemos dispuestos a desechar, casi nada nace siendo basura y de hecho nada lo es, salvo que ponga en riesgo nuestra salud, mientras no exista esa voluntad de deshacernos de él, éstas motivaciones para ya no querer tener algún objeto a la vista son culturales y podemos clasificarlas en contaminado, inservible y fuera de lugar.
Contaminado se está cuando un material era útil hasta que entró en contacto con algún otro, aquí podemos ejemplificar con ese vaso de esquites que en el momento en el que nos los vendieron no era basura (o eso esperamos) y que al terminar de comer buscamos tirar en cualquier sitio. Dentro de esta clasificación podríamos dividir en lo que se contamina durante su misma función y lo que tendría esperanza en ser reutilizado pero que irónicamente ensuciamos mientras intentamos ocultarlo. La mayoría de estos deshechos se podrían evitar de entrada no creando objetos de un solo uso y cargando con nuestros utensilios reutilizables o con nuestra basura hasta el lugar correcto.
Inservible es cuando algo ya no puede cumplir la función para la que fue hecho, como ese celular que ya no prende o esa guayaba que se echó a perder en el frutero, que desaparezca lo inservible es entonces una mera cuestión de replantearnos el uso que le damos a las cosas, primero cuidándolas para que su vida útil sea mayor y después cambiando su función: que el teléfono ya no sirva para llamar no quiere decir que sus piezas o materiales no sean utilizables al igual que la guayaba ya no será el postre si no el abono.
Fuera de lugar seria entonces aquello que necesitamos alguna vez y ya no, como la cuna de un bebé crecido, eso de lo que tenemos tanto que ya no utilizamos o lo que ya no cubre nuestras expectativas consumistas, como ese cinturón de estoperoles que se veía muy guapo y que ahora por más que sujete nuestro pantalón ya no nos queremos poner. Aquí solo se trata de encontrarle lugar entre personas menos afortunadas o menos quisquillosas y por supuesto en pensar si de verdad necesitamos veinte pares de zapatos en el clóset.
Bajo la lógica utilitarista y productiva que nos rige, tendemos a pensar en las personas como cosas, lo que trae como consecuencia que todos enfrentemos en nuestra vida el peligro latente de ser considerados basura y por lo tanto ser desechados y ocultados ya sea en la calle, en la cárcel, en el asilo o en las periferias por corrompernos, envejecer, enfermarnos o por estorbarle a los demás.
Curiosamente, al igual que con los deshechos inanimados las soluciones son las mismas aunque cambien de nombre, ante la corrupción tenemos la dignidad de los trabajos para no ser de un solo uso y la correcta rehabilitación que no eche a perder a las personas que ya cometieron algún error, ante la vejez y la enfermedad tenemos la búsqueda de nuevas tareas y el cuidado de todos y para evitar tener personas fuera de lugar funcionaría la distribución correcta del espacio y de la riqueza.
Las consecuencias de no hacerlo, como las inundaciones, nos afectan a todos y en este caso ni siquiera es necesario esperar a que llueva.