El Laberinto

Cuidado estelar

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“Somos seres contradictorios” pienso mientras me sorprendo rechazando un café por miedo a los efectos de la leche en mi treintón organismo intolerante, cuando unas horas antes me burlaba de un amigo por lamentarse de que los crotones son deliciosos, pero tremendamente hipercalóricos.

Mi argumento central para mofarme de su conteo de calorías es que, habiendo solo una vida es muy triste limitarse en lo que nos gusta pensando en el daño que nos puede hacer a mediano o largo plazo, habiendo cosas tan ricas, tallas de ropa tan variadas y remedios tan decentes para la resaca y las fracturas. 

Dedicarle un tiempo demasiado extenso a nuestro cuidado y vigilancia hace que tal vez nos pasemos más tiempo leyendo las etiquetas de las cajas de galletas, mirando la báscula,  sirviéndonos nuestros dos litros de agua reglamentarios y durmiendo las ocho horas que se recomiendan.  

Lo que tienen en común todas estas actividades es que por mantenernos con la cabeza baja o los ojos cerrados, no nos permiten voltear a mirar las estrellas y ¿para qué somos humanos si no es para contemplarlas? si haciéndolo es como aprendimos a medir el tiempo, a domesticar a las plantas, a saber que no estamos solos ni somos el centro del universo y a creer que hay algo más allá del prosaico sobrevivir del día a día.

Pensando a futuro suena completamente coherente la cuestión del autocuidado, de la prevención y del ahorro si es que a viejos queremos llegar que sea lo más enteros posible, lo menos dependientes posible, pero si vamos un poco más allá no quiero ser un ser saludable a costa de haberme perdido de correr el auto al que llamamos cuerpo por no hacerle un rayoncito que puede salir con una simple encerada o por miedo a estrellarme volando en mil pedazos.  Si metemos además el azar y el terrible sin sentido, puede que el mismo auto explote dentro del garaje debajo de su funda protectora y eso sí sería la mayor de las tragedias, mas con bajo kilometraje.

Si reducimos las consecuencias a un plazo más pequeño, como mi terror a la leche que me mantiene varias horas enclaustrada entre azulejos y porcelana (en el baño por si sonaba como un lugar deseable), nos damos cuenta de que otro de los objetivos de cuidarse es precisamente disfrutar del aquí y el ahora también, porque estos ojos que quieren ver estrellas están pegados a un cuerpo que tiene un estómago, que a su vez es capaz de doblarlo si enferma y en posición fetal  es también muy difícil voltear al cielo.

Tal vez una de las razones de ser seres contradictorios es que tenemos que servir al mismo tiempo a dos amos el alma y el cuerpo, que mantienen entre ellos una relación tormentosa de amor y odio en la que se alimentan y se necesitan pero, a su vez, se meten el pie  exigiendo con todas sus fuerzas un lugar en nuestras prioridades, sin saber que si uno gana nos mata a todos. Será finalmente, aunque no tengo una respuesta definitiva a este dilema que ha tenido montones de nombres y sistemas en cabezas mucho más sabias, que recomendaría alinearlos si es posible y si no, darles el control por lapsos alternados.