Histomagia

¿Brujas?

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Hoy he pasado una tarde terrible. La enfermedad ha hecho de las suyas y me ha dejado como un guiñapo, sin fuerzas ni siquiera para escribir. Me sentí como bruja cazada, como sujeta a mi desventura del mal bicho energético que me dejó un mal amor, reflexionando el porqué de la existencia del mal en cualquiera de sus formas.

En esas penurias estaba cuando recordé esas historias campiranas donde los lugareños de estos rumbos, en aras de poder controlar las cuestiones demográficas y no tener ninguna pérdida de bebés por las noches, se dedicaban a desguansar a cuanta bruja paseara por los cielos, en busca de esas pequeñas almas que les dan vida para poder volar.

Dicen lo que saben que las brujas vuelan en bolas de fuego, algo así como una especie de rueda mágica que se controla con la pura mente y con la necesidad de ir tras la comida energética, por ello cuando uno quiere atrapar a una de ellas, sólo necesita un lazo grueso, un valiente que lo anude y la fortaleza de no dejar de rezar la oración que es para poder bajarla del cielo, ver quién es y si es de por aquí, pues pedirle que ya deje de comerse los niños y se vaya a otros pueblos, eso si se los permite decir, porque hay que huir si la furia de la bruja hace crecer sus ojos, su boca y de ella salen bocanadas de fuego, puede achicharrarte o de tan enojada cazarte igualito como le hiciste tú.

Así casi le pasa a un exalumno de mi amiga Paula. Ella cuenta que una vez  él le platicó que hace unos años, cuando andaba dando clases en una comunidad no muy lejos de Guanajuato Capital, se encontró con que los lugareños le advertían: “Mire  profesor, no salga a media tarde porque se lo van a llevar las brujas”. Él, escéptico, sólo atinaba a darles el avión diciéndoles que sí que no se preocuparan por él, que él sabía lo que hacía. Tanto fue el cántaro al agua que una vez los señores del pueblo pasaron por él a la escuela en donde daba sus clases y se lo llevaron a regañadientes para ver cómo se baja a una bruja. El maestro sólo atinó a darles gusto con el fin de que ya lo dejaran en paz y demostrarles y demostrarse que sólo eran cuentos de antaño, que no es cierto que las brujas existen.

Ándele pues, pues ahí va el pobre maestro, lo llevan a un lugar despejado, cerca de un terreno con una cerca de alambre, se paran todos ahí a media tarde, ya pardeando porque las brujas no comienzan a salir de noche, salen a media tarde y es cuando las puedes ver y bajar sin mayor problema, pues no andan tan alto todavía. Así que de repente, ven a lo lejos la clásica bola de fuego, el maestro incrédulo piensa que es un juego de pólvora planeado por sus compañeros para asustarlo y que saliera corriendo, pero no, él, muy macho, como la situación lo ameritaba, se abocó a esperar imperturbable el evento que los ocupaba y vio como tiraron al suelo, detrás de la cerca, un lazo y comenzaron a hacerle nudos cada vez que rezaban una oración ininteligible, él estupefacto observó que la bola de fuego paró al instante y a cada nudo que hacían se acercaba irremediablemente a ellos, cuando ya la tenían lo suficientemente cerca de ellos, le preguntaron: “Hey maestro, ¿sí la ve?, ¿ya la vio? ¿Ve que si existen las brujas?” Atónito el maestro sólo asentía con la cabeza al ver a la mujer con sus grandes ojos y boca que los miraba, en eso le insisten: “¿Ya la vio bien pues? ¿Sí? Entonces córrale porque ya se encabronó y si se suelta nos hará mucho daño a todos”. Así que patitas pa´que las quiero y salen corriendo dejando a tras a una muy furibunda y desesperada bruja que quiere salir de su trampa para poder volar y seguir con su caza de almas, y ya a estas alturas, entre ellas las del profesor.

Mi amiga Paula me cuenta con tanta pasión esta historia en mi convalecencia de laringitis, que es por eso que me siento identificada por el robo de fuerza cuando cualquier enfermedad aparece. Igual me cazan los bichos o el mal amor, porque al final de cuentas somos energía pura. Mejor ayúdame a descubrirlo, ven lee y anda Guanajuato.