Ecos de Mi Onda

Propósitos de Año Nuevo

Compartir

Cuando alguien que de verdad necesita algo lo encuentra, no es la casualidad quien se lo procura, sino él mismo. Su propio deseo y su propia necesidad le conducen a ello.

Hermann Hesse (1877-1962) Escritor suizo-alemán.

El ciclo anual no es sólo el transcurrir de 365 días y sus noches, en el que el planeta Tierra completa un giro en la órbita elíptica alrededor del sol, ya que para los antiguos significaba un período circular en el que la naturaleza iba ajustando las condiciones climáticas de los diferentes ecosistemas, indicando a los seres humanos la temporada justa para sembrar la semilla en los pliegues arados de la tierra, luego la observación cuidadosa en el desarrollo de los cultivos y finalmente el momento adecuado de hacer los preparativos para la cosecha de los frutos. El ciclo era un peregrinaje cósmico en el que el punto de partida y el punto de finalización era el mismo, tal como estaba escrito en el manto oscuro de la noche por las posiciones de los astros.

La naturaleza proporcionaba la oportunidad de reiniciar los ciclos, volver a preparar la tierra para echar la semilla, vigilar el crecimiento y madurez de los cultivos y recolectar el ansiado fruto, así por años, siglos y milenios, tal como lo describía la posición de las estrellas, indicando además que ese extraño trayecto circular no podía verse comprometido y que, si se comprometía por alguna circunstancia, como la aparición de un cometa, un eclipse de sol o de luna, o cualquier manifestación insólita con referencia a los patrones celestiales, sobrevenían los días aciagos, las catástrofes, las desventuras.

El estudio de los fenómenos físicos mediante el método científico, fruto del razonamiento humano, vino a brindar las explicaciones lógicas a las observaciones empíricas ancestrales, despojándolas de la necesidad de rendir pleitesía a las divinidades de la naturaleza, de escudriñar en el cielo los augurios e implorar por la ventura de buenos tiempos, algunas veces hasta con métodos que ahora podemos calificar de extremos, pero guardando en el baúl de las tradiciones populares de las distintas regiones del mundo, actos festivos de agradecimiento por las buenas cosechas, o eventos de desagravio al presentarse épocas de sequía o de inundaciones, según los casos.

Esa idea cíclica se filtró también hacia el ámbito social, en el que los individuos realizaban en cierto modo una especie de evaluación de fin de año, agradeciendo a Dios los beneficios recibidos durante el período y apelando por verse favorecidos en la satisfacción de sus necesidades prioritarias proyectadas para el nuevo año en ciernes. Sin embargo, existía la duda de la eficacia de las peticiones, al ponderar en el balance aquellas conductas consideradas como equivocadas, o pecaminosas, que en la conciencia significaban el remordimiento de haber afectado a alguien por acción u omisión, en cuyo caso se exigía también en conciencia, pedir perdón y reparar el daño, lo cual, con un poco de holgura confesional, se trataba de reparar con una serie de promesas de portarse bien, de no volver a cometer acciones o gestos que afectaran a los demás o a sí mismo, o que fueran en contra de los principios morales establecidos en los códigos religiosos o ideológicos de referencia.

En años recientes el concepto circular del tiempo, que incluye por supuesto el reinicio de los ciclos, ha sido aprovechada por diversas ideologías que se van infiltrando en el marco cultural contemporáneo, a fin de inducir en los colectivos cierto tipo de rituales que requieren de proveerse de objetos que suponen poseer virtudes sobrenaturales, o de realizar cierto tipo de actos ceremoniales, para asegurar la buena ventura en aquello que cada individuo desea con vehemencia, se concrete en el futuro inmediato comprendido por los doce meses siguientes: comer doce uvas al sonar las doce campanadas de la noche con las que finaliza el año; barrer la puerta principal de la casa para alejar la mala suerte, o malas vibraciones; portar la noche de fin de año calzones de un color determinado, rojo para el amor, amarillo para la riqueza, blanco para tener salud, etc. Los viajes se predisponen preparando maletas y dando una vuelta a la manzana cargándolas en los momentos previos al inicio del nuevo año. También hay rituales con juego de naipes, cartas del tarot, monedas en los zapatos, uso de prendas nuevas de vestir, velas encendidas, subir y bajar escaleras, entre otros muchos actos considerados clave para lograr satisfacciones especialmente anheladas. Talismanes que bañan de buena suerte a quienes ven con ojos de fe un futuro prometedor, consignado en un objeto o en un acto de efectos sobrenaturales.

Hay, sin embargo, algunos propósitos conscientemente encaminados a tratar de mejorar la salud física, laboral o financiera, que implican realmente un esfuerzo de voluntad y que muchas veces son postergados, y asimismo reconsiderados al inicio de los nuevos ciclos. Fallar en estas intenciones, desde luego que puede provocar desánimo, al grado de sentir impotencia y abandonarlas frustrados en cuanto se presentan las primeras faltas. En este caso se trata de aplicar la capacidad humana para establecer una decisión que, bien reflexionada, conduce al remedio existencial de un determinado problema que nos aqueja, algo que deseamos realizar para nuestro propio bien y que debemos transformar de un mal hábito a un buen hábito de conducta.

Así pues, muchos seres humanos en el mundo entero intentan anotar su lista particular de buenos propósitos para el próximo año, considerando aquellos ángulos de vida en el que se detectan debilidades y se desea firmemente fortalecerlos con acciones concretas. Es como un nuevo camino que se comienza a andar, ilusionados con llegar a un destino amable acariciado con actitud y responsabilidad, al menos intentarlo, aunque se quede a medio trayecto, como suele suceder en la mayor parte de los casos.

En la selección de los propósitos, en muchas ocasiones nos proponemos algo demasiado difícil de alcanzar con respecto a nuestras posibilidades reales. Lo intentamos, pero las dificultades nos vencen y entonces sobreviene la frustración y con ello la actitud de posponerlo para mejor ocasión, o tal vez cortar de raíz ese objetivo importante. Es por lo tanto necesario enfocar muy bien el deseo, en toda la extensión de su significado, con relación a los esfuerzos requeridos para concretarlo y actuar así en consecuencia, plenamente convencidos de que el empeño deberá rendir los frutos deseados.

Un ejemplo puede ser dejar de fumar. Si se sigue pensando que el hábito de fumar nos proporciona placer, pero que observamos una tendencia real hacia el incremento de cigarrillos fumados en el día, hay varios puntos para apoyar la decisión de procurar no sólo evitar el incremento sino abatir la tendencia, sobre todo haciendo algunas consideraciones: fumar es un pésimo hábito, pues afecta la salud del fumador, pero también de las personas del entorno, entre las que se encuentran niños, mujeres embarazadas, ancianos, enfermos de las vías respiratorias y hasta mascotas. Fumar es una forma de contaminar al planeta.

Todas estas consideraciones son auténticas y el fumador es responsable de provocar riesgos a la salud en su entorno inmediato cuando fuma en los espacios públicos. Para un fumador empedernido, tomar conciencia de estos puntos puede resultar aplastante y con la angustia probablemente va a querer consumir aún más cigarros. Sin embargo, es fundamental reflexionar sobre el tema y concluir con la máxima de que mi derecho a fumar, no pueden afectar el derecho a respirar el aire limpio de los demás. Esto, sumado a los efectos adversos confirmados que causa la nicotina en el consumidor, debe ser la base racional para decidir que vale la pena hacer el esfuerzo no sólo por reducir la cantidad de cigarros al día, sino convencernos de que la mejor determinación que podemos tomar es dejar de fumar totalmente.

Es fácil decirlo ¿verdad? pero en la realidad, millones de personas en el mundo prometen inútilmente, año tras año, dejar de fumar, dejar de consumir alcohol, dejar de comer en exceso, dedicar más tiempo a la familia y menos tiempo a los amigos o a las redes sociales; o quizá dejar cualquier otro hábito considerado vicioso, todo esto con la finalidad de lograr una purificación vital propicia para mejorar la salud y tener mejor calidad de vida. Lo que parece ser cierto es que a más se tensione la persona por tratar de cumplir un propósito de esta magnitud, menos éxito logra en el empeño.

En lo particular, tengo varios años tratando de mejorar mi dieta con el fin de bajar de peso, un objetivo importante, puesto que se relaciona con la finalidad, también de gran interés e importancia, de hacer más ejercicio. Pero así, en el entretejido de propósitos de año nuevo, muchos se me anulan entrando en un círculo vicioso. Quiero ser más organizado, pero tengo primero que ordenar mis espacios; debo tirar basura colectada por años… ¡Ah!, pero antes tengo que revisar en el apiladero lo qué debo desechar y lo qué no; me gustaría leer más, pero antes debo organizar mi tiempo y ya estoy de nuevo en el punto de partida. Sí, vivimos en un tiempo circular, en ciclos que se abren y se cierran, en círculos viciosos que sólo con enormes esfuerzos se convierten en virtuosos.

Tal vez algo que nos ayude sea pensar en que la mayor parte del tiempo pensamos en objetivos específicos contemplados para beneficio de nosotros mismos y tal vez los ampliemos para provecho de los seres queridos que se encuentran a nuestro alrededor. Extendamos nuestros buenos deseos, pero también nuestras acciones, hacia el otro, hacia el próximo, prójimo que no conocemos, pero que carece de lo elementalmente necesario para tener una vida digna, y que padece la angustia de tener que luchar todos los días por tener un techo y llevar de comer y proporcionar abrigo a los suyos.

¡Feliz Año Nuevo! y nunca nos dejemos vencer, sigamos hasta morir en el empeño.