Histomagia

Mónica Silva

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Se llamaba Mónica Silva. Dicen que era una mujer del bien haciendo el mal. Lo curioso es que su vida entera se la pasó ayudando a cuántas personas se lo pedían: que si el mal de ojo del hijo, que si romper el hechizo de una fulana que le hizo a un fulano, que si la limpia del hogar, que si…en fin, ella siempre estaba presta para hacer que el otro se sintiera bien.

Pues bien. Cuentan que en una ocasión alguien fue a consultarla porque tenía un mal fatal, que nadie, ni los médicos, le podían ayudar pues era un misterio. Mónica de inmediato se puso manos a la obra y con pócimas, conjuros, limpias, y demás ayudas espirituales rompió el encantamiento de ese alguien, logró ponerlo a salvo de quien le hizo es daño. Lo malo es que, ese alguien, no toleró ver con propios ojos y creer -sobre todo el creer-  que su mal era por las malas energías que le habían echado por la magia del mal, de la de los de cuernos, que había estado enfermo por un simple arrojo malocha, y como no logró comprenderlo, lo que hizo fue sencillo para él y una tragedia para muchos: mató a Mónica, nadie dijo nada ni atinó a demandarlo, si había matado a esta mujer poderosa, ¿qué le esperaba a un simple mortal?

Mónica fue enterrada en el Panteón municipal, sola. Misteriosamente, todos a quienes alguna vez ayudó, fueron apareciendo tarde a tarde dándole las gracias y esperando que su alma la hayan ganado los ángeles del cielo y no los ángeles caídos. Así fue durante meses.

Pasado el tiempo, una noche, de esas donde la luna llena ayuda ver con magia lo que nos rodea y cuida o lo que nos acecha, el sepulturero se percató de que la tumba de Mónica no estaba tan sola como hace días venía estándolo, además a esas altas horas de la noche, era muy extraño… caminó aprisa, con sigilo, tratando de no alertar a quienes estaban con ella. Se escuchaban risas de mujeres, caminó más aprisa por la oscuridad y ahí fue que las vio: eran cuatro mujeres que danzaban en la tumba de la finada bruja alrededor de fuegos fatuos al son de un canto misterioso y ancestral, combinaban este ritual con movimientos dantescos que parecía que sus cuerpos se desquebrajarían de un momento a otro; con risas de burla, con risas de llanto, vestidas de negro con velos que parecían acariciar al viento en esa noche obscura, gritaban el nombre de Mónica, pero no con respeto o admiración, si no con unas risas que de a poco se hicieron risillas agudas que daban escalofríos al escucharlas, casi era un chillido que despertaría a los muertos. Sin aguantar más ese sonido tenebroso, el sepulturero les gritó que qué hacían ahí, ellas, al escucharlo, voltearon a verlo con esos ojos de fuego nuevo azul que busca arder desde dentro, el hombre sólo atinó a rezar in mente, pues en ese preciso instante, las risas cambiaron, se hicieron más guturales y macabras; por un momento, él pensó que ellas se irían corriendo, pero no, ellas siguieron con su rito, dijeron no sé qué palabras en lenguas, y se elevaron las cuatro al aire frío de la ya ahora madrugada, girando y haciendo una escalonada risa que se perdió en el manto de la noche, porque a ellas la luna no las alumbraba, la noche las abrazó, pertenecían a las tinieblas, de eso no les quepa la menor duda.

Se llama Mónica Silva, me dice el sepulturero, ella es quien sale todas las noches a agradecerme que la haya protegido y salvado de sus enemigas, quienes, desde esos tiempos, ya no se han aparecido por aquí, ya sabes que estos difuntos me tienen a mí y a Mónica, para cuidar de ellos en el Panteón de Santa Paula. Ven, lee y anda Guanajuato.