ADIÓS A EUGENIO TRUEBA

Compartir

Hablé con él no más de diez veces, pero escuché su voz muchas más, principalmente la voz que con diversas modulaciones habla a través de los personajes y de los narradores de sus cinco novelas y sus casi ochenta cuentos.

Eugenio Trueba Olivares, en obra pictórica de Dean Gazeley (Foto: Especial, cortesía)

En su presencia personal, no era difícil reconocer el empaque físico y la compacidad intelectual de un individuo de otro tiempo, hecho con fibras más duras: una suerte de extemporaneidad que era imposible confundir con el anacronismo, pues como lo hace ver su libro final, Las notas y los días. Las marañas del ocio (UG, 2019), Eugenio Trueba fue un hombre ávido de novedad, que observaba con igual aprecio las arbitrarias coloraciones del día y sus circunstancias y los cuadros de Goya y Velázquez (no olvidemos que también ensayó la pintura).

De forma contrastante, la voz que se escucha en sus relatos no parecía pertenecer a una época reconocible, o por lo menos no sólo a una, a la que le fue propia: su voz suena ahí vigorosa y sincera, muchas veces dolida y a veces sonriente, otras tantas amarga y asediada de dudas éticas más que religiosas, pero siempre nítida.

Otros harán el recuento de sus tareas, que fueron tantas y tan diversas que ni siquiera puestas en una lista desnuda cabrían en el espacio de unas pocas páginas, y que crean la impresión de haber sido realizadas por varios individuos y no por uno solo. Insisto, no sólo por la sorprendente cantidad de las que emprendió, sino por su sonriente variedad, pues ¿quién imagina que una misma persona puede a la vez dar clases, litigar profesionalmente, escribir novelas, cuentos y obras de teatro hasta acumular una decena de volúmenes, expedir cada cuatro años un tratado jurídico, pintar, improvisarse como actor, dirigir un grupo teatral, desahogar las agobiantes responsabilidades funcionariales de un juzgado, un tribunal de justicia, una rectoría universitaria, aconsejar a sus amigos y, entre otras devociones más, ser un entregado cultivador de las conversaciones en los cafés (lo recuerdo en el Pingüis y en Valadez), cuyas virtudes espirituales en más de una ocasión llegó a celebrar?

Curiosamente, también, fue un hombre de excelente humor y por eso pudo contar e incluir en su último libro, una anécdota que hoy se vuelve significativa: “Platicando con Isauro Rionda en La Tasca de la Paz, llegó a la mesa que ocupábamos una chica amiga [suya]. Invitada a sentarse, aceptó, pidió un té y ligó luego viva charla con nosotros. Me enteré de que era una aplicada estudiante de Derecho y de Historia. Mostró curiosidad por saber quién era yo. Isauro le dio santo y seña sobre [mí]. —¿De veras es el licenciado Trueba? —preguntó la muchacha. —El mismo —repuso Isauro y ella, sin pensarlo, exclamó: —¡Yo creía que ya se había muerto! Trató luego, algo amoscada, de quitarle peso al comentario. Reímos de buena gana. Me agradó que, a pesar de tenerme por muerto, algo bueno hubiese escuchado de mí”.

La Universidad de Guanajuato lamenta la pérdida del humanista (Foto: Especial)

Nacido en Silao de la Victoria, Guanajuato, el 11 de abril de 1920, Eugenio Trueba Olivares celebró hace dos meses sus cien años de vida, tras haber escuchado muchas veces cosas buenas de sí, sospecho que sin envanecerse ni darles demasiada importancia.

La tarde en que supimos de su muerte, llovió con intensidad memorable en la ciudad donde residió e hizo su obra durante más de ocho décadas. También inesperadamente y con una intensidad parecida, cayó sobre Guanajuato una lluvia fresquísima la tarde en que nos dejó Jesús Gallardo, el 12 de octubre de 2018. Algo tiene la lluvia, no sé, que eleva las almas de los muertos y permite a los vivos respirar un aire a la vez más sereno y enriquecido, no de elementos turbios, sino de recuerdos.