El Hilo de Ariadna

Las notas tristes de “El Cantador”

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Si es verdad que José Carpio, el cantor minero que dio nombre a una de las mayores áreas verdes de la ciudad, recorre aún por las noches los andadores del antiguo parque, seguramente entonará, con fantasmal voz, melodías tristes por el descuido en que se encuentra el jardín que eternizó su memoria de trovador enamorado.

La gente nunca ha perdonado la desaparición del antiguo estanque de los patos (Foto: Especial, cortesía).

No es ninguna novedad que han sido muchas las autoridades municipales que con sus ocurrencias han devastado o “modernizado” parte del patrimonio guanajuatense. Hay bastantes ejemplos, incluso hoy (¿a quién se regaló el callejón Transversal del Mandato? ¿Quién autorizó las construcciones en marcha cerca del Faro o en las faldas del cerro de Sirena? ¿Por qué el área de “La Bufa” continúa sin protección?).

“El Cantador” no ha escapado a esos afanes. Una placa colocada en uno de los accesos recuerda la infame remodelación hecha en 1977 por la alcaldesa Elisa López Luna Polo, que destruyó el hermoso y añorado estanque donde retozaban los patos. Por cierto, también en esa gestión se derribaron varios inmuebles frente a la plaza del Baratillo —entre ellos, la original cantina “El Incendio”— para construir en su lugar el llamado “Ágora”.

El jardín actual (hubo otro antes) fue construido en 1898 según proyecto del relojero y arquitecto inglés Luis Long, quien desde su taller, ubicado en León, al tiempo que diseñaba relojes como el de la catedral de la urbe leonesa, planeaba edificios como el antiguo Palacio Legislativo, en la capital del estado, o el bello y esbelto templo de Jalpa de Cánovas,  en Purísima del Rincón.

El canal, sin agua; los nidos, sin aves. Las fuentes, con basura, pero sin agua (Fotos: Especiales, del autor).

Recientemente, durante el gobierno de Nicéforo Guerrero o de Luis Fernando Gutiérrez, se remozó otra vez ese espacio: nuevas lámparas alumbraron setos y andadores, las fuentes y el canal fueron renovados; se colocaron tomas de luz para recargar celulares y, pese a algunas críticas, se talaron árboles muertos. Lo más novedoso fue la colocación de bustos de personajes que han dado lustre a la ciudad y de un módulo que se pretendió funcionara como biblioteca pública.

Si era buena la intención, resultó insuficiente: ni las fuentes ni el canal han visto más agua que la de las lluvias; los hábitats de patos aún esperan a sus inquilinos alados y las plantas de ornato carecen de variedad y pertenecen prácticamente a una sola especie; el barandal del kiosco está roto e incompleto…

La gente, ¡cómo no!, ha hecho lo suyo: ninguna lámpara funciona, ya que focos y cables fueron robados y varias sirven de basurero. Lo mismo pasa con la mayoría de los tomacorriente. El módulo de libros no opera y fue destruido. Por si fuera poco, muchas de las losetas de cantera verde de los monumentos han sido desprendidas para adornar el piso o la repisa de vándalos a los que ni el espectro de Carpio ahuyenta.

En el busto de Silveti: el vandalismo, omnipresente. Las lámparas ahora son basureros (Fotos: Especiales, del autor).

“El Cantador”, hoy cerrado por la pandemia, languidece en espera de mejores tiempos, de gobernantes imaginativos que le permitan recobrar su antiguo esplendor. Bien haría el actual alcalde en abandonar los sueños guajiros de un nuevo museo de Momias y mejor  invertir en dignificar los espacios públicos, sin olvidar la necesaria vigilancia que evite el vandalismo del que no nos podemos desprender, aun sabiendo que dañamos esta casa común llamada Guanajuato.