El Hilo de Ariadna

México 70, a medio siglo

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Tenía yo pocos años. Hacía mis pininos en el emotivo juego de patear una pelota, junto con mis primos o amigos, en las callejuelas de mi barrio, en la ciudad de Guanajuato, cuando por todos lados comenzó a aparecer la imagen animada de un niño con uniforme deportivo verdiblanco, que mostraba el ombligo y una amplia sonrisa, tocado además con un sombrero que decía “México 70”.

Juanito, mascota animada del mundial México 70 (Foto: Especial)

Juanito, se llamaba. Junto a él solía aparecer la viñeta de un balón de futbol en color rosa, con la misma leyenda. Todo hacía sospechar que algo trascendente estaba por ocurrir en el país, pero mi madre, demasiado atareada en cuidar a cinco hijos, nada sabía, y mi padre, amante del beisbol y del boxeo, nada quería saber de un deporte en el que los hombres “corren como locos en calzoncillos”.

Uno era entonces demasiado inocente parta darse cuenta del poder de la mercadotecnia: el ya famoso pan Bimbo instaba a coleccionar una serie de figuritas de plástico de sus ositos, con los que podía armarse un futbolito. Eso era un lujo para la exigua economía de mi familia. Cierta marca de jabón escondía entre su detergente estampas de cartón de diversos equipos. Creo que tuve algunas.

Las corcholatas de una empresa refresquera mostraban, una vez raspado el corcho que entonces servía para sellar los envases de vidrio, siluetas alusivas al torneo, incluida la anhelada Copa Jules Rimet, mientras en la radio sonaba el pegajoso “Sha-la-la-la-la, oh oh oh…” de la canción “Un rayo de sol”, interpretada por el grupo español Los Diablos.

Álbum de estampas alusivo al certamen futbolero (Foto: Especial)

Pero lo que atrapó la atención de los niños de mi generación fue un álbum, de color rojo, que mostraba a un jugador brasileño dominando una pelota. Todos lo asociamos con Pelé, un apodo que escuchábamos por todos lados como sinónimo de perfección futbolera, aunque casi nadie lo hubiera visto jugar, pues en esos años quien poseía televisión era privilegiado.

Coleccionar las estampas de ese álbum, con los jugadores de cada una de las 16 selecciones, fue uno de los principales pasatiempos infantiles en aquellos días. Aunque hice mi lucha, no pude llenar el mío y nunca supe si alguien lo consiguió. Los adultos hablaban de Brasil como el gran favorito y nosotros nos hacíamos bolas, pues no sabíamos por qué no participaban allí Cruz Azul, América o León, equipos que conocíamos, y sí otros con nombres tan extraños como Checoslovaquia o Marruecos.

No me dolió la eliminación del Tri, porque ni siquiera me enteré. El único juego del que tuve noción fue el de la final. Supe que Brasil arrolló al gran villano, Italia, que había eliminado a México, y por el mismo escandaloso marcador: 4-1. Los sudamericanos pudieron así quedarse con la Jules Rimet para siempre. Pero si para jugar futbol los amazónicos son muy buenos, como custodios de trofeos son muy malos, ya que la copa les fue robada en 1983, y todo indica que terminó fundida.

Brasil, campeón del Mundial México 70 (Foto: Especial)

Años después, me interesé en conocer a fondo la historia de aquel torneo. Me enteré entonces que el equipo maravilla —Brasil— se había entrenado justo en mi ciudad, y que ganó el campeonato en base a un poder ofensivo incontestable. Supe asimismo de la modesta actuación mexicana. De grandes encuentros: Brasil-Inglaterra, Brasil-Perú, Alemania-Inglaterra y, sobre todo, del emocionante Italia-Alemania, que aún es considerado el “partido del siglo”.

Gracias al video pude admirar en retrospectiva grandes jugadas: el casi-gol de Pelé a Rumania desde media cancha, la atajada “imposible” que hizo el arquero británico Gordon Banks al mismo jugador del Santos; el tanto de cabeza hacia atrás anotado por el alemán Seeler a los ingleses, en la cancha de León; la increíble finta de (otra vez) Pelé al portero uruguayo Mazurkiewicz. Vi jugar a Beckenbauer con la mano enyesada. Comprendí por qué para muchos es considerado el mejor mundial de la historia.

Grandes figuras  lucieron su talento en los cinco estadios: además de “O’Rei”, Brasil mostró la genialidad de Gerson, Tostao, Rivelino, Jairzinho; el subcampeón, Italia, contaba entre sus filas con gente del tamaño de Sandro Mazzola, Giacinto Fachetti, Luigi Riva y Gianni Rivera; los germanos tuvieron, junto al Kaiser Franz, a Wolfgang Overath, Uwe Seeler y el goleador Gerd Müller.

Perú asombró con el genial Teófilo Cubillas y Héctor Chumpitaz; Inglaterra alineó al maestro Bobby Charlton, a Geoffrey Hurst, Bobby Moore y al formidable portero Banks; Uruguay tenía en Mazurkiewicz, Pedro Rocha y Roberto Matosas a sus estrellas; Suecia contaba con Ronnie Hellstroem y Bo Larsson; México tenía a Borja. Los debutantes Israel y Marruecos sorprendieron.

Brasil entrena en el campo Nieto Piña de la ciudad de Guanajuato (Foto: Especial)

Cinco décadas se dice fácil, pero son bastantes. México organizaría 16 años después otro campeonato, gracias a que Colombia renunció a su oportunidad. Ese Mundial, el de 1986, lo pude seguir a detalle. El papel de nuestro país fue mucho más destacado y admiré a la Francia de Platiní entrenar en el mismo campo (Nieto Piña) donde Brasil inició su camino a la gloria en el 70.

Sin embargo, el torneo de hace 50 años continúa en mi mente como un momento de ensueño, el recuerdo de una época mágica en la que seres míticos vestidos de futbolistas aterrizaron en tierra azteca para atraer las miradas del mundo hacia nosotros, a nuestros estadios, nuestras ciudades y paisajes. A partir de México 70, el futbol se volvió para mí causa de alegrías… y tristezas, pero a fin de cuentas en un motivo de vida.