Ecos de Mi Onda

Semáforo en naranja

Compartir

(Historias y reflexiones en torno al COVID-19)

En México llevamos ya más de 100 días de confinamiento debido a la pandemia de coronavirus y su enfermedad Covid-19. No obstante, es alarmante que aún se mantenga el incremento de número de casos de contagio y fallecimientos en el país, pero, sobre todo, que después de este período, tanto las autoridades de todos los niveles, como los ciudadanos, no hayan logrado establecer estrategias y procedimientos claramente definidos, para resolver eficientemente este grave problema de salud.

Foto: Archivo

Las autoridades han decretado pasar de semáforo rojo a semáforo naranja, pero precisamente sin ofrecer a la población los cauces convenientes y oportunos para frenar los avances de la pandemia, más allá de los recursos elementales de confinamiento, sana distancia, lavado de manos y uso de cubrebocas.

Una fracción de ciudadanos, generalmente personas vulnerables, han podido guardarse en casa por este período prolongado, e incluso con la posibilidad de ampliarlo por un tiempo más, debido a que, de alguna forma, cuentan con un ingreso estable. Por otra parte, hay muchísima gente en este país que no tiene esta oportunidad y se ve obligado a salir y laborar para contar con un ingreso, incluso para lo esencial de llevar el alimento a la familia. Sin embargo, existe otro grupo abundante de gente que no se solidariza y sin escrúpulos sale a la calle sencillamente a divertirse, con una actitud egoísta e irresponsable.

Para el caso de las personas que necesitan imperiosamente trabajar, tanto por un salario, como para tratar de no perder los negocios, que a muchos les representa toda una vida, ya se va a permitir la apertura de ciertos giros de producción y servicios, lo cual significa la imperiosa necesidad de establecer estrategias, sistemas y procedimientos sanitarios convenientes, que se respeten y se hagan respetar, lo cual normalmente incluye revisión de temperatura, uso obligatorio de cubrebocas, distanciamiento justo, disposición de gel y lavado de manos, desinfección permanente de los espacios, pero necesariamente con una vigilancia estricta en el cumplimiento reglamentario, a fin de operar de forma controlada y reducir así las posibilidades de contagios entre la clientela, conformada por ciudadanos que también requieren salir y transportarse para surtirse o llevar a cabo las funciones propias de sus labores. En la plantilla de las empresas, incluso se requiere realizar análisis clínicos en los casos de trabajadores sospechosos de contagio.

Ante esto, resulta injusto y arbitrario que, al parecer, para aquellas empresas que por lo menos tratan seriamente de evidenciar el cumplimiento de las medidas sanitarias, en muchas ocasiones, las autoridades son a las que más insisten en vigilar, como para tratar de sorprenderlos en alguna falla y lograr multarlos. En contraparte, para otras empresas que incluso generan mayor riesgo por su propia naturaleza, como son los antros, bares y cantinas, que normalmente operan por la noche, parece haber una marcada holgura respecto a vigilancia y control, sin importar que se tenga registro de que ha sido precisamente en estos negocios, en los que se han generado los nuevos focos de contagio, debido a factores como  la permisividad en la aglomeración de personas, normalmente jóvenes, que se reúnen para divertirse y consumir alcohol. Todo sin que haya medidas mínimas de sanidad, o si las hay, con la complacencia de se haga caso omiso de ellas por parte de la clientela. En esto, las autoridades tienen mucha responsabilidad de lo que sucede, al permitir que esos sitios operen de esta forma, siendo negligentes en la supervisión reglamentaria, por razones incomprensibles.

Es una pena que las autoridades, de todos los niveles, no tengan la capacidad de mantener el orden y se escuden en un aparente respeto por los derechos humanos, deformando su sentido, para evadir la responsabilidad de defender el respeto a los auténticos derechos humanos y civiles, permitiendo sin decoro el desorden, la delincuencia y el crimen, aún en faltas civiles y delincuenciales realizadas en flagrancia.

Es una pena que sean precisamente que, quienes deberían guardar el orden, no lo hagan con firmeza, transparencia y a la vista de los ciudadanos, pero sí, que en muchas ocasiones intenten pasar inadvertidos para ejercer un abuso marcado de autoridad. Esto ha hecho que la gente les pierda el respeto a los guardianes del orden y cataloguen en automático a policías, guardias y militares, por desgracia con justa razón, de violentos represores cuando las circunstancias se los permiten.

Foto: UNAM

Una gran parte de la población no tiene ningún problema en respetar las medidas reglamentarias, pero hay una fracción poblacional que se resiste y hasta se ofende, si tan sólo se les insinúa que deben acatar las normas establecidas, aduciendo respeto a su libertad y derechos, pero olvidando que esto conlleva en el marco social, también el cumplimiento de responsabilidades. Lo lamentable es que, con esta actitud y conducta antisocial, estas personas se convierten en agentes potencialmente nocivos, que no sólo pueden afectarse a sí mismos, sino también ocasionar un grave perjuicio, que puede llegar incluso a ser mortal, a las personas del entorno, sobre todo en el caso de esta epidemia, en la que el coronavirus tiene una capacidad excepcional de contagio.

La información veraz y sobre todo presentada en forma convincente es imprescindible, pues resulta incomprensible que haya un número muy significativo de ciudadanos, que simplemente no creen en la enfermedad, que otros la consideren un catarro normal sobre el que se ha exagerado, que sólo sea un truco político, o una conspiración internacional. El virus es real y la enfermedad es real, y la observación de las precauciones son fundamentales para poder alcanzar, en el menor plazo posible, la reanudación de una vida con semejanza a la que considerábamos normal.

Las contradicciones entre las distintas órdenes de autoridad son deplorables, con discordancias en la forma de percibir la problemática epidémica, así como en el encauzamiento de soluciones y en la consideración de las prioridades sociales, desestimando todo sostén teórico y técnico referencial, y presentadas sólo como opiniones subjetivas. Lo que les ha llevado a discusiones banales sobre si sirve o no el uso de cubrebocas; si es o no necesario un mayor número de análisis clínicos; si se observa o no el aplanamiento de las curvas estadísticas de contagio y letalidad; si sirven o no los muchos remedios disparatados; o hasta si sirve o no el confinamiento, o es mejor pasearse para olvidarse del estrés. Eso le ha hecho mucho mal a la sociedad, ha generado confusión e incertidumbre y ha tenido impacto desfavorable en el respeto a las medidas de control, por una gran cantidad de población, que hoy actúa con irresponsabilidad ante la gravedad de los hechos.

La sociedad mexicana requiere advertir una postura firme y homogénea por parte de las autoridades, con un frente integrado que presente planes coherentes de acción y logre ofrecer credibilidad, confianza y respeto, y que haga posible que todos los mexicanos nos sumemos, con pleno convencimiento, para apoyar y acatar la normatividad establecida, tanto en bien de la salud, como de una economía que no aterrice en un deterioro irreversible en el mediano plazo. Requiere de un cuerpo guardián del orden que se haga respetar, cumpliendo sus funciones con firmeza y con apego indiscutible a los derechos humanos, en un marco en el que por fin se logre diferenciar con claridad, entre lo que es abuso policial y la ineludible función de hacer respetar la ley, en beneficio de los derechos de los ciudadanos. Un organismo con la capacidad de llamar al orden a todos aquellos que, tras la persuasión, se nieguen a conducirse bajo los lineamientos establecidos para el bien comunitario.

Esto viene a ser un llamado a las autoridades de todos los niveles, para que depongan actitudes irracionales de intereses de partidos y bandos políticos. Que tengan la disposición de integrarse en un organismo funcional eficiente y enfocado realmente en los intereses fundamentales de la nación. La cabeza de esta integración le corresponde al presidente de la República, que hasta hoy, por desgracia, en lugar de convocar a una verdadera integración nacional, se mantiene ocupado en intereses políticos divergentes de las necesidades urgentes del país, y se ha constituido en un agente de controversia que tiende a dividir a la nación, planteando que los que no están con él en todas y cada una de sus ideas particulares de gobierno, están contra él. En un juego en el que todo el sistema político actúa de forma irracional, envolviéndose en esta tendencia viciada.

Los resultados de la pandemia en México son por desgracia, marcadamente desfavorables, tanto con respecto a número de contagios confirmados, como de índices de letalidad. Además, después de un período prolongado de confinamiento y parálisis económica, las tendencias no son optimistas.

Ojalá los políticos sean capaces de reflexionar y encauzar rápidamente una renovada disposición, pues los resultados en el tiempo podrían llegar a ser verdaderamente desastrosos.