Histomagia

Serranía

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Muchas de las cosas fantásticas que pasan en Guanajuato se debe quizás a las cercanías que tiene esta ciudad con lugares naturalmente mágicos como es la sierra de Santa Rosa, pueblecito minero que vio la prosperidad en otroras días. Jóvenes que vienen de campamento a la sierra se quedan sorprendidos de tanta majestuosidad y tanto verde que vive como el latido de un corazón batiente tal como ellos que son fuego de vivacidad y esperanza en este mundo que muchas veces cae en mundos o dimensiones que no entendemos o que simplemente queremos evitar pensar en su existencia.

Me cuenta mi alumno José que una de esas veces en que sus amigos deciden salir de campamento, sucedió algo que en verdad le cambiaría ese hábito de ir a acampar a la naturaleza y convivir con extraños seres que, aunque lo neguemos, están aquí. Me dice que cuando llegaron, como a las siete de la noche, sus padres los dejaron en la carretera para que pudieran ir caminando hasta el lugar que les tocaba acampar, como a un kilómetro adentro, en la zona boscosa más profunda de esa serranía. Como siempre que se va en grupo a algún lugar, los pequeños grupitos se fueron haciendo en el transcurso del camino, llamaron su atención dos jovencitas que se apartaron y se fueron por una senda paralela a la de él, José no hizo caso, se encogió de hombros y caminó; la luz pardeaba, y los senderos, ante la falta del sol, se hacían más espeso y cerrados. El viento helado comenzó a soplar y fue entonces que notó cómo las chicas se iban rezagando, José decidió esperarlas y así lo hizo, la esperó. Cuando una de ellas se iba acercando hacia él, José se sintió como raro, como si su ser le avisara que algo no estaba bien y, en efecto, no lo estaba. Apróximándose a la joven que, hasta ese momento venía con la cabeza agachada, notó que su caminar era ladeado, arrastraba uno de sus pies, y sus brazos estaban casi en un autoabrazo, José pensó que sentía enferma, pero cuando la chica volteó a verlo, él retrocedió asustado porque lo que lo veía no era la chica, algo que la había posesionado, sus ojos eran rojos y brillaban como estrellas, su rostro era color casi negro y su boca estaba entreabierta dejando salir una baba azulenta, lo miró y ella volteaba alrededor buscando a alguien más, pues al parecer José no le representó ninguna sorpresa; en ese instante, el sonido de unos pies arrastrándose, hace que ambos volteen al sendero oscuro como la noche, aparece entonces una joven mucho más rezagada aún, la otra chica, ella tenía unos ojos rojos fulgurantes que iluminaban todo a su alrededor, la primer chica se abalanzó sobre ella en una especie de recibimiento y fue entonces que otro compañero de José apareció para decirle que no lo dejara solo que lo esperara, pero al ver lo que pasaba quiso huir, José lo alcanzó por el brazo y le dijo: “ayúdame, toma a una de ellas y llévala por ese camino yo me llevaré a la otra por acá”, se miraron horrorizados, ¿qué iba a pasar?. De inmediato las separaron, ellas no querían irse de ahí, su intento de alejarlas las hizo gritar como con una especie de chillido más parecido al de un animal que al de un humano, con gran fuerza las agarraron por la cintura y las llevaron por diferentes caminos, José no daba crédito a esa situación ni mucho menos a esos fulgurantes ojos, pero sabía, algo le decía que debía irse lo más lejos posible con ella.  Corrió con ella y ya casi llegando al lugar de acampar, la chica se separó de él y le dijo que la dejara en paz, ahora el grito ya era humano, José volteó y la miró, ya era la joven que había visto al bajar el camino, no tenía los ojos rojos, sólo tenía la mirada extrañada y preguntaba una y otra vez: ¿en dónde estoy? José alcanzó a ver a su compañero, la otra chica se había desmayado, corrió a auxiliarlo tomado de la mano de la mujer, cuando llegaron la chica ya volvía en sí, ambas se vieron y se abrazaron llorando. José y su amigo sólo atinaron a decirles que los siguieran. Ellas lo hicieron en silencio. Al llegar con los demás, las bromas no se hicieron esperar, ellos sólo atinaron a sonreír, ellas sólo se sentaron mirando con miedo el espesor del bosque, pidiendo por dentro ya no encontrarse con ese algo que las transformó.

José no sabe qué fue lo que sucedió, pero lo que sí supo fue, por instinto ancestral, que debía de separar esas fuerzas malignas que las había atrapado a ellas en el camino, el camino del mal. ¿Quieres conocer la presencia mágica y su poder místico de la sierra? Ven, lee y anda Guanajuato.