Es parte del habla popular y se utiliza como titular que vende y genera morbo, un asesinato traicionero por que la víctima es una persona cercana con la que se tiene o tuvo un vínculo, personalmente me genera molestia leerlo o escucharlo porque dota de una capa de romanticismo soso un acto que tendría que ser considerado simplemente atroz. En algunos países incluso llegaba, a ser un atenuante al momento de recibir una condena, pues los motivos eran aceptados por la mayoría incluyendo a los que hacían (o hacen) las leyes.

De cómo el sentir algo por alguien o tener un intercambio se convierte en una razón para arrebatarle la vida, es todo un giro del pensamiento que se basa, primero en el concepto de propiedad por aquello de tener certeza de la paternidad o asegurado a un proveedor, estos genera celos y estos, debemos aceptarlo están bien vistos hasta cierto punto y normalizados con frases del calibre de “si no te cela no te quiere”.
Resulta entonces que eso para lo que nos educan que es el fin último de nuestra existencia: encontrar el amor perfecto, se convierte de pronto en un motivo de dolor, y ¿cómo no va a serlo si estamos midiendo con parámetros ideales a personas reales? Si los propios papeles y lo que esperan de nosotros como hombres o mujeres hace que no podamos ni alcanzar a conocernos, lo raro sería que dentro de ese modelo existiese aunque sea una historia de amor.
Antes medianamente funcionaba por que la costumbre hacía mayor parte, las mujeres estaban confinadas a la esfera privada, sin muchas aspiraciones, con poco contacto y dedicadas a los demás, los contactos estaban más restringidos y los devaneos masculinos eran vistos como una consecuencia de la mala conducta de otras mujeres, en cambio las mujeres al faltar lo perdían todo incapaces para sostenerse por si mismas y rechazadas por sus familias y amistades. No era amor, era coerción y aunque nuestras condiciones han cambiado, la mentalidad no avanza a tanta velocidad.
Si el detonante de la violencia es un fallo en las expectativas del agresor, quiere decir que lo que vive o espera no corresponde con la realidad, ya sea que de entrada se le rechace, que se le cambie por otra persona o que la otra parte termine descubriendo que la relación o el otro no es lo que esperaba. A eso se suma la idea de que las dificultades y el dolor hacen al amor más grande y le dan más valor porque lo que cuesta suele ser más apreciado, pero deberíamos pensar que esas dificultades tendrían que venir del exterior y ser vencidas en pareja, no ser gestadas dentro de la misma relación. Creer esto es igual de estúpido que tenerle fe ciega al doctor que primero te enferma y después te da la cura.
Tendríamos que trabajar, a la vez que contenemos la violencia que ya existe, en que esas expectativas, las de lo que nos corresponde como sexo y las que tenemos para relacionarnos con los demás. No se trata de matar al amor, si no de evitar que la idea que tenemos de él nos mate.