DE SAITAMA A GUANAJUATO, LA LÍNEA NETA DE UN ABRAZO Y DE UNA BÚSQUEDA

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“En esta villa vive un pintor llamado Kaemon. Nos habían dicho que era un hombre sensible; lo busqué y nos hicimos amigos. El pintor me dijo que se ocupaba en localizar los lugares famosos que mencionan los antiguos poetas y que, por el paso de los años, ya nadie sabe dónde se encuentran”. Como muchos otros también relacionados con el arte, los creadores y las técnicas artísticas, el pasaje que abre estas líneas pertenece al libro Sendas de Oku, del poeta japonés Matsuo Basho (1644-1694), uno de los cinco diarios de viaje —exploración a la vez geográfica y espiritual— realizados en su corta vida.

La cita viene a cuento por dos razones. Una es por la impecable forma en que reúne varios rasgos distintivos del arte y la cultura japonesa: la respetuosa veneración de sus artistas vivos y muertos; el carácter fundante de la tradición; y la consideración de las disciplinas creativas como artes de la memoria.

La segunda es porque el trayecto descrito en ese libro de Basho, iniciado en la ciudad de Edo (la actual Tokio), debió pasar en sus primeras jornadas por Saitama, ciudad japonesa que desde el pasado día 4 y hasta el 15 de este mes acoge en su Museo de Arte Moderno una importante muestra de 112 artistas, de los cuales 18 son mexicanos y formados en Guanajuato. Se trata de la exposición “CAF Nebula Saitama México”, culminación de un festival artístico realizado en esa ciudad desde hace 42 años, por excepción (y por reciprocidad) dedicado en este incierto 2020 a nuestro país.

La reciprocidad mencionada se explica así: la muestra instalada en Japón tuvo como antecedente —como primer capítulo de la serie— la muestra titulada “Confluencia. Exploraciones visuales: Guanajuato-Saitama”, que entre agosto y noviembre de 2019 se presentó en las galerías Polivalente y Jesús Gallardo de la UG, en Guanajuato capital, y en las galerías Jorge Alberto Manrique y Teresa del Conde, en Celaya, con la inclusión de 18 artistas mexicanos y 18 japoneses.

La ideación de ese ciclo de intercambio y mutua presencia artística entre dos países unidos por un hilo afectivo de 11 mil kilómetros a través del mar se debió al atrevimiento y la determinación del grupo que anualmente realiza el Contemporary Art Festival (CAF) y la recién creada entidad de gestoría artística “Almáciga”, integrada y dirigida por Beatriz Galván, Palmira Páramo y Gabriella Nataxa García, animados unos y otras por la pertenencia y devoción a una historia aún por contarse: la relación artística entre Japón y Guanajuato.

Así, en el barco de una ilusión concebida hace tres años por las “Almácigas” y respaldado por CAF, cruzaron el océano y se exhiben en Saitama las obras —pintura, gráfica, escultura, arte objeto, performance, arte sonoro e instalación— de los artistas Alejandro Montes, Ana Nájera, Antar Trejo, Ariadna Rapozo, Beatriz Galván, Carlos Anguiano, Gabriella Nataxa, Harlan Estrada, Hugo Alegría, Jacobo Cerda, Jesús Azpitarte, Jocelyn Ojeda, José Castañeda, Karen Obregón, Lucía Álvarez, Marisol Guerrero, Paulina Romero y Roger Zi Chim.

Al mencionar las muestras de México y Japón, líneas arriba hablé de capítulos de una serie. En efecto lo son, pues si bien los artistas nuestros que mostraron su trabajo en las galerías de Guanajuato y Celaya son quienes ahora exhiben su trabajo en Japón, las muestras no son iguales, por varias razones. Aquí, sus piezas convivieron con las de 18 colegas japoneses y en Saitama forman parte de una muestra de más de cien artistas de aquel país; aquí ocuparon salas contiguas pero independientes y allá se presentan en la visión unitaria que propicia la vastedad de las salas del Museo de Arte Moderno de Saitama, cuyos curadores dispusieron la ubicación de las piezas con un criterio por definición diferente al de las curadoras mexicanas en 2019. Y al fin, por la razón de que varios de los 18 artistas decidieron enviar para su exhibición en Japón piezas distintas de las mostradas en México, por interés de mostrar un rasgo diverso de su propuesta, por fidelidad a su perpetuo instinto innovador, y aun por la dificultad de trasladar algunas obras mostradas aquí.

Por naturaleza, las artes son recursos de exploración abismal: nadie regresa siendo el mismo luego de recorrer sus caminos y nadie puede poner en palabras la experiencia vivida en sus honduras de luz y sombra. De ahí que la crítica y el comentario artístico estén condenados al fracaso o al tartamudeo, más aún cuando tratan de las artes sonoras y de la visualidad.

Un poco como el budismo Zen, el arte persigue la iluminación (de quien lo hace y de quien lo percibe) prescindiendo de palabras, mediante la ruptura o la puesta en crisis de la lógica admitida y de la perspectiva normal (y al fin limitada) de las cosas y del mundo, mas (como advierte Octavio Paz) sin buscar como fin último “remitirnos al caos y al absurdo” sino con la intención de conducirnos al descubrimiento de un nuevo sentido. De ahí que la “lógica artística” (si es que eso existe: mejor sería hablar de pensamiento y de procedimiento) sea irreductible a esquemas de utilidad, explicación y comprensión ni cuadriculados ni asequibles por vía metódica.

El comentario aportado por cinco de los 18 artistas durante la transmisión de la apertura de la muestra, da cuenta de esa condición del arte: incomunicable en palabras y dueño de una elocuencia poderosa. Harlan Estrada habló de la traducción posible entre una experiencia cotidiana (el viento fresco o cálido) y las formas sólo en apariencia caprichosas de sus cuadros abstractos; Ana Nájera describió el exacto proceso de reducción sintética de la caótica realidad a la esencialidad de un mundo recién creado, mediante los recursos de la gráfica; Alejandro Montes hizo el elogio de la técnica Raku, creada en Japón y aprendida por él en San José Iturbide, como vía de exploración del primordial enigma matérico (su vida autónoma); Jacobo Cerda nos recordó la inusitada facultad del sonido para configurar de manera irrepetible el tiempo y la condición del espacio donde acontece, y aun el fondo espiritual de quien la escucha; y al fin Hugo Alegría mostró la forma fascinante en que los símbolos (la corbata, la maleta) se llenan y se vacían sin abandonar su categoría de gestos absolutos. Voces y visiones las suyas que resuenan y dejan huella en Japón.