RECUERDOS DE AGRADECIMIENTO (3)

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Federico Velio Ortega 

Premio estatal de periodismo 2020. Categoría: trayectoria profesional 

Cuando el milenio vino y  nos ‘alevantó’ 

Nos empezaron a salir canas y las panzas cambiaron la figura esbelta de la primera juventud. A los que nos tocó lidiar con la vieja guardia ahora tomábamos su lugar: unos en los medios que también envejecían y otros en los espacios de poder económico, académico, político y gubernamental. El siglo XXI nos arrastró con su tecnología y sus cambios vertiginosos. Nos empezamos a hacer viejos no por las canas ni por las arrugas, sino porque el “tac” de las teclas de la Olivetti y el “click” de la Minolta con carga de rollo se quedaron en el museo para dar lugar al teclado que descomponíamos si golpeábamos fuerte, por la cámara digital que pronto sería relevada por el teléfono celular. 

Año del señor de 1998. Para entonces ya vivía de hacer videos en VHS y dar clases en el Conjunto Educativo Universitario (CEU) en el Pedrones que se estaba convirtiendo en un monstruo urbano. 

El ascenso de la izquierda a posiciones de poder llevó a un tal Porfirio Muñoz Ledo a promover la desaparición de la cadena de periódicos El Nacional. En Guanajuato, el director, Arnoldo Cuéllar Ornelas, se había movido y la empresa constructora VISE compró al esqueleto para darle una revestidita y convertirlo en Correo de Hoy

En tiempos de El Nacional, había dicho a Cuéllar que era rentable una nota roja diferente, bien reporteada y bien escrita, con una visión más ética y sociológica. El poder corralista y el control desde el centro habían impedido tratar de comprobar esa hipótesis. 

Pero llegó Correo y Arnoldo se animó y me reintegré al “nuevo” periódico formado con equipo físico y humano del viejo periódico. 

Ya para entonces había tenido la experiencia de la participación en la campaña a gobernador de 1985 como parte del equipo perredista de Malú Mícher Camarena. Las simpatías con el rojerío guanajuatense me llevaron a ese mundo amarillo con negro (y muy negro). 

Correo de Hoy, luego simplemente Correo, me permitió convivir con otra oleada de gente grande: un Ignacio “Nacho” Tapia que seguía audaz, pero un poco más prudente; un Paco Mares que haría escuela formando chaviza (Edgar Contreras, Manuel Mora, Alicia Arias y otros); un Raúl Muñiz, culto periodista de combate formado nada más y nada menos que con Miguel Ángel Granados Chapa; la nueva ola reporteril con Julio César Salas y Carlos García como referentes; la feminista Martha Camacho; los importados del DF: Dalia Tovar y Carlos Olvera. 

Ahí seguían El Pata y Rosy Balderas; junto a otro grande del periodismo y la política: Pepe Argueta. También aproveché para integrar a mi equipo de trabajo (coordinaba la sección policíaca) a Paco Picón, Socorro Guevara, Paola Oliva y otros más. 

En Correo fueron dos momentos: el primero, como fundador, para ser invitado un año más tarde a sumarme al a.m., donde de nuevo no hubo química periodística y pasé de ahí otra vez a la polaca, ahora en el 2000 con Miguel Alonso Raya como candidato del PRD. 

Luego un efímero paso por el Instituto Tutelar de Menores Infractores y regresar para fundar la revista Patrulla, que buscaba llegar al mercado que se resistía a los encantos de una nota roja más seria y mejor escrita. Ahí me especialicé en escribir horóscopos, amén de rehacer las notas de las y los reporteros de Correo para quitarles el estilo “serio” y hacerlos ad hoc a lo que la banda de los callejones reclamaba. Hubo una fallida edición en Salamanca, la ciudad con mejor producción de nota roja en el estado. 

Pasé a la redacción de León en 2001 para de ahí estar hasta 2003 en la Cámara de la Industria del Calzado del Estado de Guanajuato, donde recuerdo a Nancy, Alejandro y, sobre todo, a Laura Montes de Oca. 

Luego, de nuevo a Correo, de 2004 a 2008, para pasar de ahí a los boletines y breves entrevistas y reportajes en Comunicación Social de la Universidad de Guanajuato, al lado de Dalia Tovar y Rosalba Vázquez. 

Fueron tiempos suficientes para dar el brinco a la docencia en la Universidad de León y estudiar la maestría en Investigación Histórica en la UG (tras dejar la nómina universitaria y ser becado) y vivir una etapa de 10 años en el área de comunicación del PRD estatal, donde viviría la experiencia de ser asesor parlamentario y recibir el Premio Estatal de Periodismo Cultural, otorgado por el Congreso del Estado. 

Del reporteo se pasó al boletín, a la redacción de discursos. Y al análisis de información. Otra parte de la banda generacional se fue a diversas áreas de Comunicación, unos por convicción ideológica, otros para ser cooptados y otros más para dejar atrás los sueldos miserables de los medios de comunicación. 

Es en este momento que surgieron varias inquietudes: ¿dejaba de ser periodista la o el que ahora escribía para una instancia de poder? Algunos han ido y vuelto de los medios a las oficinas de comunicación, otros se quedaron fuera del gremio, pero siempre con la entrevista y la redacción profesional, antes de la nota, ahora del boletín. 

El país cambió: Fox venció al PAN para luego vencer al PRI y terminar siendo un panista gobernando con priistas. Surgió la figura de Andrés Manuel López Obrador. Guanajuato se consolidaba como paraíso panista. El estado crecía con las maquilas y el gobierno presumía los muchos empleos, pero ocultaba que eran sueldos de hambre. 

El mundo cambiaba y twitter, google y Facebook se convertían en las nuevas plataformas para una prensa impresa que se hacía cada vez más pequeña; para una radio y televisión que se aferró a sus ligas con el poder para poder subsistir ante el monstruo digital. 

La lap top era la gran herramienta y se pasó del arcaico bipper que recibía avisos al teléfono celular que con el tiempo pasó a ser computadora, grabadora y cámara. Las nuevas generaciones de «youtubers» e  «influencers» emergían sus millones de likes y seguidores hacían reducir a redacciones y estudios a su mínima expresión. 

Los compas empezaron a crear sus propios espacios digitales, la mayor parte nuevos en tecnologías, pero viejos en vicios y falta de ética. Pasaron a ser la versión no analógica de la vetusta estructura mediática del siglo XX. 

Casi nadie ha logrado visualizar formas nuevas de comunicar, crear nuevos lenguajes, dignificar el oficio ante un mar de merolicos youtuberos y tuiteros. Si en el siglo XX había quejas de que “cualquiera”  podía ser periodista, ese “cualquiera” ya lo era, y más “exitoso”, en el siglo XXI. 

Twitter y Facebook, Instagram y Youtube, se convirtieron en los nuevos espacios para la información y la opinión. 

El tío Velio, que surgió en el papel al iniciar Correo con su suplemento dominical “Monosapiens” (saludos, Tati y Luis Villalobos), ahora asomaba a Facebook, con su ridículo cotidiano, la censura feisbukera reincidente y cuya adicción al portal y las selfies sólo es superada por el café. 

Una pandemia acabó por acelerar el cambio. Una crisis económica y un gobierno que se presume nuevo, pero que gobierna como el PRI del siglo XX, dio la estocada a un país ahogado en violencia y corrupción. 

La vieja partidocracia sufre el desprestigio alimentado por una nueva cracia que repite y magnifica los vicios que denuncia. 

Se nos habían ido Arturo González, el Jefe Contreras, José Luis Pérez y varios más; se nos fue Memo Rivera; en ese mar de realidad vemos caer a los nuestros: los gallos Gallegos y Juanito Ramírez, sin contar los que han enfrentado al covid 19 y viven para contarlo. 

La transmisión en vivo desde el celular, a metros de distancia de donde están los cuerpos son la norma dominante. Estar cerca puede ser mortal: 

Nos mataron a Israel Vázquez y antes nos habían golpeado a Karla Silva (Israel López Chiñas, Leopoldo Navarro, Moisés Cervantes y su servidor ya habíamos tenido nuestro momento en 1991), nos han desaparecido y amenazado a compañeros. 

La publicidad, específica y dirigida, vía WhatsApp y por Facebook o e-mail, hace que las viejas planas sean obsoletas y poco útiles. La vieja forma de publicidad agoniza y se lleva con ella a la vieja forma de hacer periodismo. A pesar de todo lo anterior, las buenas plumas siguen aquí con columnas y libros publicados. 

Mientras tanto, al ver las fotos de antaño, con los peinados melenudos, con las prendas de otras modas, al lado de máquinas ahora en la chatarra, y compararlos con esas arrugas y esas canas, viene la reflexión. 

El teclado suena, algo fuerte, por la costumbre de pegar duro a las teclas. La pantalla luminosa suple al papel bond y San Google deja atrás a las carpetas de cartón con recortes de periódicos viejos. Ah, qué tiemposh aquellosh, señor don Shimón. 

El divino tesoro se fue para no volver; cuando quiero llorar, no lloro, y a veces lloro sin querer. Y no me refiero a mi Juventud (antes era joven y bello, ahora sólo soy Velio), sino a mi máquina Olivetti portátil (llamada “John Reed”), mi cámara Minolta con su 5.6 e 250 con asa 400, mi grabadora Sony, de cassette reciclado hasta que se enredara y mi videocámara Panasonic VHS, con inserto de audio y video y efectos digitales integrados. 

Lo que ha mejorado es la cafetera y mi gusto por el café.