Después de la marcha del ocho de marzo, donde nos adueñamos de las calles con doble riesgo, el visible de siempre y el latente en el mero contacto con otros que ya lleva casi un año con nosotros, me quede pensando en que marchar es a final de cuentas una versión laica de una peregrinación, con sus puntos en común y otros en los que difieren drásticamente.
Son similares en el hecho de concentrar cantidades de personas, algunas por solitario y otras agrupadas, que presentan similitudes ideológicas que ponen de manifiesto de diversas maneras, como puede ser la indumentaria, las mantas, las canciones e incluso cuestiones menos efímeras como la imagen y el lenguaje que utilizan. Es decir, el interés y los lazos entre los involucrados van mucho más allá del día de evento en sí, es parte de sus vidas.
En este tipo de actos lo importante es el trayecto y la forma en la que se hace, en el caso de las peregrinaciones representa a la ofrenda en sí y en el caso de las marchas es la visibilidad y la comunicación de su mensaje. En ambas hay distintas formas de vivirlo, durante los actos religiosos hay danzantes, flagelos, rezadores, bebedores, ciclistas, caminantes, creyentes que ayudan a los peregrinos como parte de su propia petición y en las marchas es igual, hay quien se manifiesta rompiendo, hay quien lo hace bailando o haciendo arte, se encienden hogueras, se toman de las manos, hay quien pinta, quien canta, quien cuida al resto. Cada quien se expresa y hace catarsis como quiere o como puede y no existe un modo válido único de hacerlo, lo interesante es que todos coexisten y aprenden del resto. En ambas también se asiste por los que ya no están.
Las diferencias más grandes primero recaen en la intención con respecto al ser responsable del tema, en una peregrinación, la figura a la que se busca es un ser sagrado y generoso y por lo tanto se le agradecen las dádivas y se le hacen nuevas peticiones, en el caso de las manifestaciones el responsable es la autoridad y entonces es un reclamo, no se está en condiciones de llegar a él por su benevolencia, si no a pesar de su ineptitud y no se le hacen peticiones para que nos ayude si no que se le exige para que haga su trabajo.
En el caso del lugar al que se arriba, ambos son importantes no solo para quienes llegan a ellos, si no para quienes comparten su tiempo y espacio por ser depositarios ya sea de la divinidad o del poder, pero uno es para ser honrado y el otro para ser visto con todos los daños materiales que esto conlleve.
Curioso es que pareciéndose tanto se critiquen entre sí cuando además comparten un único desenlace posible: el fin de la desgracia. Sueño con el día en que marchemos o peregrinemos por mero orgullo y pertenencia y no por necesidad.