Histomagia

El Ché

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Guanajuato es una ciudad cosmopolita, sí, en verdad, en ella se recibe con los brazos abiertos a turistas, con compañía o solitos; a veces se acompañan de parejas, amigos, o mascotas, un perro o un gato, y siempre son parte de la vida de quienes llegan a esta enigmática ciudad, pero también de los que viven aquí con sus mascotas (o con su espíritu).

Hace una semana fui a visitar a mi hermana Aurora a su casa, estuvimos conviviendo unos momentos, tratando de ponernos al día y comentar el punto. Sus mascotas gatunas: Púa, Salem e Himalaya, así como su perrita Nezca, también son parte de la familia y pues estaban más que listas escuchando el chisme. Mi sobrina Xaman, de la nada, me dijo que si no había visto pasar un gato blanco, le dije que no, que la única blanca es Himalaya, es siamés. Entonces fue que comenzaron a comentar que en la casa de repente se veía pasar un gato blanco con la cola gris esponjada, un gato adulto, como el Ché.

El Ché, el gato de mi sobrina Itzamná, murió exactamente hace un año. Él era un gato aguerrido en sus juventudes, y medio malencarado en su vejez, creemos que era debido a sus múltiples padecimientos que tuvo en esa etapa final lo que llevó a mi familia a ponerlo a dormir para evitar su sufrimiento. Aguerrido como dije, el Ché dio la pelea, no quería partir, sólo descansar, y fue de la manera que pudieron convencerlo, de que iba a descansar, y se fue al cielo de los gatos. O eso creían. Pues resulta que el espíritu del Ché es el que vaga por la cocina, la sala, las recámaras, por toda la casa, y es ese amado gato que vivió casi 16 años con ellas.

Mi hermana y mi sobrina conscientes de que el Ché sigue acompañándolas, atinan a contarme que ese deambular espectral por la casa es parte de sus vidas, ya lo han aceptado así. Sí, la pérdida es lamentable, pero el que el espíritu del gato aparezca, pone en claro, como dicen los que saben, que los animales tienen alma, que los animales sienten, sufren y lloran como cualquier ser humano.

Nos despedimos de mi familia, yo pensando en que en verdad no me ha tocado ver al Ché. Bajamos, y al subir al carro, voltee al balcón para decir adiós, y entonces lo vi: ahí estaba el Ché, majestuoso, parado incólume, con su gran cola esponjada, viéndome fijamente, como asegurándome en su mirar que siempre, pero siempre, cuidará de mi hermana. Le devolví la mirada agradecida, él es buena persona, es muy buen gato.

Yo pienso que es como dice Jaime Sabines de los gatos, en su poema El Gato Loco: “él patrulla la casa contra fantasmas, malas vibraciones y extraterrestres”. Es un hecho contundente, el Ché sigue aquí en este plano, feliz de hacer lo mejor que hace: cuidar de sus compañeros humanos. Gracias Ché. ¿Te gustaría conocerlo? tal vez quieras verlo con su mirada profunda, como siempre ven los gatos, ellos, que no necesitan hablar, pues ya lo saben todo. Ven, lee y anda Guanajuato.