En tiempos tan turbulentos y tal vez cobijados por el anonimato y la impunidad, colándose por los vacíos de la ley, existen mil y un maneras de estafar a los demás, encontrando terreno fértil en la desesperación.
Suelo pensar que si algo parece ser demasiado bueno es porque no es real o legal.
Enriquecerse en segundos, bajar de peso súbitamente, rejuvenecer, ahorrarse muchas horas en las labores domésticas o encontrar un trabajo bien pagado sin requisitos de ningún tipo, son ventajas que todos desearíamos, pero que están abismalmente alejadas de la realidad. Y caemos, perdiendo precisamente el dinero o el tiempo que tanto necesitamos.
Si bien, del lado que se beneficia de una estafa se encuentran seres inescrupulosos, del lado de los estafados se encuentran personas fantasiosas o con problemas para asumir lo que se les viene presentado de manera correcta.
No es una forma de revictimizar a quienes cayeron en esto, pues también puede ser falta de información, ya sea por que se es muy nuevo o demasiado viejo en algo, por que se esta en un lugar desconocido o por que la estafa en sí está tan elaborada como para ser atractiva sin parecer inverosímil.
Y ante esto. ¿qué podemos hacer? Evidentemente, no creer a la primera, revisar información, aprovechar la retroalimentación que personas anónimas nos brindan en la red y preguntar, preguntar mucho porque quienes no temen ser descubiertos en algo tampoco dudan en respondernos y hacernos sentir cómodos con ello.
En el terreno material esa desconfianza nos va a mantener protegidos de perder nuestros recursos en una estafa piramidal, un club de coaching o ventas por catalogo de malteadas adelganzantes.
Hasta cierto punto es una ventaja pero puede volverse un problema, por ejemplo, cuando ya no se cree en ningún proyecto, cuando por que todos son iguales ya ni la prueba se hace y se quedan en la zona de confort, sin tomar riesgos de ningún tipo y sin posibilidades de cambio.
En un terreno mucho más personal también es posible que nos deje solos, muy solos, pues resulta difícil entonces creer en las buenas intenciones de personas nuevas, en las cosas bellas que nos pasan, en la casualidad y la novedad.
Y si bien, esta bien no caer con los ojos cerrados y la mente en blanco a nuevas relaciones e interacciones tampoco podemos vivir con miedo y entonces tendremos que apelar a nuestras habilidades de comunicación, preguntar sin lastimar, porque de nuevo: si las intenciones no son turbias no habría ningún problema, aprender a observar, más allá de la euforia, esos pequeños indicadores de que debajo del oro hay cobre y escuchar a nuestra voz interior, que más que magia se trata de nuestro subconsciente viendo cosas que nuestro consciente no siempre alcanza a notar.
Sigo pensando que a pesar del riesgo de salir incluso doblemente estafado, en lo material y en lo emocional vale la pena probar. Y también retirarse a tiempo.