El Laberinto

Ser otro

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No somos los mismos todo el tiempo, a nivel personal cambiamos por la edad y la
experiencia y llega a suceder que cuando nos encontramos con indicios de nuestro yo del
pasado no queda más que sonreír y pensar para nuestros adentros «¡ay, pero que idiota!»
aunque en épocas menos felices podemos ver que en otros tiempos pudimos con eso y
más, tampoco es raro llevar a cabo cambios en nuestra apariencia para tener un nuevo
comienzo.

En términos sociales tampoco somos los mismos, pues nuestros roles dependen de la
relación que tenemos con el resto de personas con las que estamos interactuando, con el
contexto o con una actividad en sí por lo que podemos ser en un mismo día jefe, cliente,
pareja, hijo y peatón. La duración es muy variable y cuando se trata de cambios realmente
trascendentales normalmente vienen acompañados de un rito de paso que marca la
diferencia y ayuda a que nos adaptemos a la nueva condición.

Tratar de ser el mismo todo el tiempo ademas de ser terco es un tanto suicida en cuanto a
nuestras relaciones con el resto, sin embargo mantenemos cierta uniformidad que nos da
consistencia, un mismo esquema de valores, de creencias y de gustos.

Supongo que a pesar de lo conformes que nos encontremos con nuestra persona y nuestra
vida a todos nos llega algún momento en el que pensamos como sería existir en otro
género, época, país, condición social o física o con otras características, algunas veces lo
logramos a través del arte, sumergiéndonos en la subjetividad de otros, pero esto no deja
de ser una mera función de espectador.

¿Qué sucede si el que esté yo consistente obstaculiza alguno de nuestros sueños o anhelos?, ¿si
nuestra formación, reputación o miedos son más fuertes que nuestros deseos?, ¿qué tal si
querer ser otro es necesario para realizar lo que queremos, en el terreno de la acción y la
vivencia?

Para eso, la respuesta se encuentra de nuevo en el arte, donde la creación puede ser
diferente si el creador adopta otro modo de ser para lograrlo, ya sea que se trate tan sólo de
un pseudónimo o de un personaje completo, ropa, defectos y actitud incluida. Ejemplos hay
muchos, desde mujeres que se hicieron pasar por hombres para poder publicar, músicos
camaleónicos que son otro en cada proyecto o los increíbles travestis.

En algunas ocasiones, más extremas, y sin tanta voluntad de su parte, los pacientes
psiquiátricos desdoblan su personalidad para distribuir el daño o la culpa y así proteger al
yo principal, aunque eso daría ya para otro laberinto.

El vivir otras vidas y probarse otros nombres, como diría Sabina, es un sano descanso a la
rutina. Yo digo que ya sea creando o disfrutando todos deberíamos probar alguna vez.