El Laberinto

Peregrinos

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Antes de que lean este laberinto, tengo que avisarles que aunque acaba de pasar el día de la virgen, no se trata de aquellas personas que hacen de su trayecto una ofrenda y por lo tanto le dan prioridad al esfuerzo que a la velocidad o al punto de llegada. O tal vez sí, que en realidad las rutas que puede tomar mi cerebro son bastante sinuosas, como buen peregrino.

Estoy revisitando como parte de un reto de lectura que trata de reemplazar al Lupe- Reyes destruye hígados por uno que nada mas te lastime la vista y arme tributo a las mujeres,  los “Doce cuentos peregrinos” de Gabriel García Márquez, que fue el primer libro para adultos que leí hace más de veinte años y, para darle más sabor, estoy leyendo exactamente el mismo ejemplar de aquella vez, hasta donde yo sé ningún libro cambia su contenido mientras acumula polvo en un estante, aunque sería francamente interesante abrir una enciclopedia de 1971 y encontrarse con que ya aparece la caída del muro de Berlín o el accidente de Chernobyl. Pero efectivamente, me estoy desviando.

Como les venía diciendo, en ese entonces iba comenzando la secundaria y salvo algunas imágenes que se quedaron grabadas en mi imaginación, como el rastro de sangre sobre la nieve o los muchos cafés que le dedicamos mi abuela y yo a intercambiar impresiones sobre el libro “Ese hombre de la esposa desangrada es un pusilánime”, me dijo, y probablemente, cuando llegue de nuevo a ese punto, le daré la razón hasta donde quiera que se encuentre.

El punto es que en ese entonces hubo una parte, el prólogo, que no sé si me salté por mal habito o que de plano no resonó en mi cabeza pre adolescente, pero que ahora me ha generado más empatía que toda la obra de “Gabo” que, no me malinterpreten, me sigue gustando aunque hace mucho tiempo que no visito, tal vez porque sea como los helados que devoraba en los tiempos en que empezaba a leer, algo que ahora me encanta pero que abandone por sabores más potentes. Y de nuevo andamos por el sendero menos directo al punto.

En ese prólogo, escrito con sencillez y en primera persona, explica por qué los cuentos terminaron siendo peregrinos, cómo nacieron para acompañar una idea que nunca fraguó, cómo perdió más de tres decenas de las ideas que tenía para hacerlos y que de las que sobraron todavía tuvo que desechar algunas; narra aquellos momentos febriles en los que los concluía uno o dos en poco tiempo para después dejar la libreta ahí, polvosa en el escritorio durante enormes temporadas. El caso es que tardó tanto en editarlos que la Europa en la que se desarrollan cambió, aunque no sabía en realidad que tanto de lo vivido era verdad o parte de su imaginación.   

Guardando su debida distancia, que no peco de soberbia, creo que todos los que tenemos a bien tener las letras como algo importante en nuestra vida pasamos por eso, escribir es un proceso bipolar de intenso interés y desaliento, es el soltar algo aunque en un principio parecía ser genial, es modificar la realidad con nuestra imaginación, es saber donde empiezas, pero no como va a ser el camino y mucho menos estar seguro de si vas a llegar. Cada idea a escribir, es un peregrino.