Ecos de Mi Onda

Alicia en el país de la revocación de mandato

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La Constitución no es un instrumento para que el gobierno controle al pueblo, es un instrumento para que el pueblo controle al gobierno, con el fin de que no venga a dominar nuestras vidas e intereses.

Patrick Henry (1736-1799) Político, personaje histórico en la independencia estadounidense.

Estamos a unos días de la fecha fijada por el Instituto Nacional Electoral (INE), para que se realice por primera vez en la historia nacional, una de las formas de participación ciudadana establecidas constitucionalmente, la Revocación de Mandato. Existe una muy fuerte discusión entre los ciudadanos inconformes con el desempeño del ejecutivo federal, con respecto a participar o no en esta importante convocatoria. Una fracción de estos inconformes presentando argumentos que les parecen razonables, como señal para aprovechar la oportunidad e ir a depositar el voto a favor de la revocación del mandato presidencial, pero otra parte, negándose definitivamente a participar en este acontecimiento al que han calificado de farsa.

La revocación de mandato se define como el instrumento de participación que dispone la ciudadanía, para que, previa solicitud, pueda decidir sobre el final anticipado del período presidencial, debido a la pérdida de confianza en el desempeño ejecutivo.

Al iniciar la elaboración de este escrito, me hice de varios documentos para tratar de argumentar lo más objetivamente posible las opiniones que me había dispuesto estructurar. Sin embargo, hoy tengo que declararme avasallado por el torrente de artículos impresos, videos, conferencias, que circulan profusamente en los diarios y en todos los medios electrónicos del país, a tal grado que me empecé a sentir como sumergido en un mundo confuso y absurdo, en el que ya nadie sabemos con certeza dónde estamos y adónde nos dirigimos, en un entorno escenográfico alucinante en el que todos caminamos sin rumbo definido y hablamos profusamente, pero no logramos concluir razonamientos lógicos.

Es difícil entender, en principio, cómo en un país en el que es evidente el padecimiento de una violencia extrema incontrolable, en el que diariamente se produce una cantidad terrible de homicidios dolosos; en el que la delincuencia ha diversificado sus operaciones delictivas, como si se tratara de un giro industrioso muy creativo en la generación de empleos; en el que tenemos el aroma funesto de una estela reciente de más de medio millón de lamentables fallecimientos por Covid-19; en el que el grueso de la población no tiene claro en dónde podría ser atendido en el caso de una urgencia por enfermedad o accidente; en el que existen grandes dificultades para que los jóvenes consigan una plaza de empleo seguro y dignamente remunerado; en el que la educación se trata de sustituir por un adoctrinamiento ideológico de renuncia aspiracionista; en el que en algunas zonas hay riesgos graves de aridez y en otras de inundaciones periódicas frecuentes, con las consecuencias que esto conlleva; en el que la corrupción fluye en el sistema circulatorio mismo de buena parte de los sectores empresariales y gubernamentales; en el que al parecer el dominio de los carteles de la droga, poco a poco van extendiendo una narcocracia; entre algunos otros graves males más, sea posible que el gobierno en turno se precie de conducir una transformación nacional sin precedentes, tratando de convencer con el rebuscamiento de buenos resultados, pero sin evidencias referenciales sólidas.

Muy cierto que las tendencias de las calamidades anteriores estaban perfiladas desde ya hace algunos años y desde gestiones presidenciales precedentes, pero a lo largo de tres años del gobierno federal en turno, muchas de las medidas establecidas para resolverlas no muestran claridad en el alcance de una cadena de efectos satisfactorios, por lo contrario, se han impulsado las condiciones de una atmósfera de confrontación y segmentación social, que por desgracia se suma a la serie de problemas que nos aquejan, pero que en este caso además, se constituye tristemente como un obstáculo significativo para convocar y convenir acciones precisas y eficientes de solución.

Frente a este panorama nacional vemos a un pueblo corriendo de un lado para otro, tras varios conejos blancos, tratando de encaminarse por alguno de los caminos que conducen hacia la revocación de mandato, pero que no llevan a la revocación de mandato, sino a la ratificación de mandato, algo que no existe como forma de participación ciudadana. Pero en el país del bienestar eso no importa. Una parte de la sociedad, la llamada pueblo sabio por el presidente de corazones, quien sonríe socarronamente desde su púlpito al dirigirse a la audiencia, está destinada a prolongar indefinidamente los procesos de cambio, que no necesariamente significan algún cambio, constituidos como partidarios de la transformación institucionalizada, sencillamente a cambio del honor de ser designados partidarios de la transformación institucionalizada por el mismo presidente de corazones. Esto permite que el pueblo sabio conozca pues, su compromiso, es decir, acudir a la consulta de revocación de mandato, que no es para revocar el mandato, sino para votar por la ratificación de mandato. Esto por supuesto que tiene preocupado al partido de corazones, por dos motivos. El primero porque a pesar de tratarse del pueblo sabio, no todo el pueblo sabio tiene real interés en acudir a una consulta que no sabe bien a bien quién y por qué se pidió, pues si bien son partidarios sabios y quieren que el presidente continúe con su mandato ¿para qué los comprometen entonces en votar una consulta de revocación de mandato? Segundo, porque el partido de corazones al realizar un ensayo de votación y ver en la boleta dos cuadritos de opción, se volvieron bolas y algunos no atinaron a señalar la correcta, la cual aún no logran definir con certeza y, por tanto, en su obnubilación, temen que el pueblo sabio también se pueda volver bolas.    

Con respecto a los sabios indecisos, los conejos blancos del partido de corazones, con base en los preceptos constitucionales que ellos mismos rubricaron y que les impedían realizar propaganda para impulsar la revocación de mandato encaminada a ratificar el mandato, contravinieron estos mismos preceptos, arguyendo que se oponían el ejercicio democrático tratándose de la revocación de mandato para ratificar el mandato del presidente de corazones, puesto que ellos efectivamente habían rubricado esos preceptos, pero sólo para cuando no se tratase de los intereses democráticos de la revocación del mandato para ratificar el mandato de su líder, acusando acremente al organismo electoral de adversarios conservadores trebolistas y traidores a la patria, conminándolos a no estorbar en el camino transformador del cambio que no cambia.

Por otro lado, los inconformes con el desempeño presidencial, a quienes el presidente de corazones califica de tréboles adversarios, antagonistas traidores de linfa azul, alicias, sombrereros locos y liebres de marzo, han mostrado también signos de fragmentación, situación que pretende ser aprovechado por el partido de corazones para inducir mañosamente, que una buena parte acuda a la consulta, ahora sí, de revocación de mandato, para ver si de esta forma se logra engordar un poquito las urnas y se alcanza el objetivo de ensalzar las labores patrióticas de su realeza presidencial  con el resultado vinculatorio, de que en la revocación de mandato, el presidente de corazones gana abrumadoramente su ratificación de mandato.

Pero la otra fracción de inconformes dice no chuparse el dedo y lo que exige es que el presidente de corazones se ponga a trabajar y resuelva los agudos problemas que agobian a toda la población del llamado país del bienestar por sus partidarios y no que esté dedicado casi exclusivamente a mantener el desarrollo de un proceso de candidatura institucionalizada, con la aplicación estéril para la población, de medidas electoreras, muy alejadas de la figura de un verdadero estadista. Eso es para ellos lo importante, señalando de farsa a esa consulta de revocación de mandato, la cual, según los preceptos establecidos en la Constitución sólo puede ser solicitada precisamente por la ciudadanía inconforme con el desempeño presidencial, para votar en consecuencia por la finalización de su mandato y no solicitada con triquiñuelas, sumando hasta firmas de ciudadanos difuntos e inexistentes, por el partido de corazones en el poder, tergiversando el objetivo constitucional, transformándolo (a fin de cuentas el partido en el gobierno se dice transformador), en una ratificación de mandato, para ensalzar en forma graciosamente zalamera, la figura presidencial, llevándola a nivel de culto a su personalidad.

Así estamos pues en este país abrumado por un cúmulo de problemas, que son sencillamente ignorados y sustituidos en la agenda del gobierno federal y su partido, por una forma de participación ciudadana, que constituye efectivamente una herramienta democrática en el contexto justamente adecuado, pero que lamentablemente, en esta ocasión es utilizada de manera descarada, para conducir el ejercicio demagógico de un gobierno miope, que no ha podido o no ha querido establecer con decisión, procedimientos inteligentes, operativos y eficientes para llevar a cabo una transformación real hacia condiciones de progreso. Como dijo Aristóteles, “La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos”, y en esa turbulencia se trata de barrer a una fracción de ciudadanos que no votaron por el partido en el poder y que tiene una visión genuina, diferente, de apreciar las condiciones del país y de las probables soluciones para mejorarlas ostensiblemente, lo cual resulta en un contrasentido para un gobierno que juró respetar la Constitución nacional, en la cual se señala claramente que el presidente debe realizar las labores de gobierno, viendo por todos los ciudadanos y no sólo de sus partidarios de manera facciosa.

En este caso resalta también la frase del austriaco Peter F. Drucker, importante filósofo de la administración: “El liderazgo efectivo no se basa en hacer discursos o ser querido; el liderazgo se define por los buenos resultados”, así como la del presidente Benito Juárez (muy admirado por el ejecutivo federal): “No se puede gobernar con base en los impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes.”