Histomagia

Aqua vitae

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Las historias que me cuentan de Guanajuato son cada vez más sorprendentes. Los elementos: agua, tierra, aire y fuego, están presentes en esta ciudad mágica trasmutando las energías para mostrarnos un mundo que convive con nosotros desde la oscuridad y desde lo invisible que sólo captamos en las figuras de las llamaradas del fuego, en los vendavales de las culebras o torbellinos del viento, en las figuras antiguas en la tierra, y en la transparencia y fluir del agua.

Ángela me cuenta que las tardes en su casa son de las más tranquilas; vive en el Paseo de la Presa, y ahí el sol del atardecer pardea y cambia la atmósfera de su hogar iluminando, casi al caer la noche, espacios que en el día se disputan en el claro oscuro, a veces ganan las sombras, a veces gana la luz, pero siempre esa lucha la hace contemplar con embeleso el efecto arquitectónico que las casonas viejas del siglo XIX ni por asomo -en esa época- tomaban en cuenta. Así algunas tardes bajaba a caer en el sopor vespertino de las luces cediendo a la oscuridad de su casa antigua.

Antier, me dice, hizo lo propio, pero esta vez la sed le ganó, se sirvió agua para beber en un vaso de vidrio transparente, lo llevó consigo a ese rincón de contemplación y la tarde comenzó a caer, las sombras luchaban por ganar el espacio, la luz parpadeaba, como siempre en esa lucha eterna, Ángela hipnotizada por el vaivén de la tarde, llevó el vaso con agua a sus labios y al primer sorbo vio a través del vaso a una señora sentada en la silla cerca de la ventana; asombrada y negando con la cabeza mi amiga retiró el vaso y vio que la silla estaba desocupada, que no había nadie ahí; pensó que era su imaginación, volvió a tomar agua y a través del vaso y del agua, la volvió a ver, esta vez más cerca, ahora de pie frente a ella, sonriendo como si se supiese descubierta por fin después de cientos de años de convivir con ella en esa casona, mi amiga dejó caer el vaso dándose cuenta que ahí no estaba nadie con ella, sin embargo, sentía una respiración afanosa cerca, tan cerca de su oído que le decía: “no te asustes soy tu bisabuela, disfrutemos la tarde, la casa y el vivir juntas por siempre”.

Ángela no supo más de sí, se desmayó del terror: al despertar, se vio sola, ya la noche había ocupado la casa, sólo las luces de las farolas de la calle entraban por la ventana que espera con paciencia el día siguiente, desde hace más de cien años. Mi amiga escuchaba las palabras de ese espectro una y otra vez, retumbaban en su cabeza, sobre todo el “por siempre”, no quería seguir ahí ni con su bisabuela ni con nadie. Se incorporó, encendió las luces, se sirvió otro vaso con agua y se sentó en la silla donde vio a esa mujer. Bebió una vez más y por medio del agua la vio ahí, frente a ella incólume, viendo pasar la gente por el paseo de la Presa, como lo ha hecho desde hace mucho tiempo. Mi amiga no dijo nada, y así aceptó su destino: la soledad de la muerte no será tanta si se acompaña con ella, el fantasma que ve desde la ventana la vida que sigue su curso, sin ella, sin luz.

Dicen los que saben que el agua es conductora de efectos electromagnéticos, ahora sabemos que es la lupa que nos permite ver si estamos acompañados, no sé, y sí mejor me quedo así sin saber, si existe alguien a mi lado, o en mi casa, o en mi carro, en mi jardín…

Casi estoy segura de que esta historia les hará experimentar en casa y comprobar si hay algún espectro que les hace compañía sin darse cuenta, pero advierto: esto es bajo su propio riesgo, porque esta vez fue un antepasado, ¿y si hay más seres otras dimensiones, muertos, demonios, espectros o fantasmas con ustedes? insisto el riesgo está ahí, pero si quieres experimentarlo, pues ya sabes: ven, lee y anda Guanajuato.