El Laberinto

Inclusión forzada

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*Descargo de responsabilidad*

Antes de que lean en vano, aviso que este no es un laberinto para derramar lágrimas conservadoras sobre infancias destruidas por situaciones similares a que cierto personaje acuático imaginario haya sido representado con más melanina de la que recordaban.

Después de meses buscando algo, bajando cada vez más el listón con tal de encajar en cualquier escalafón y  tras dos entrevistas, una prueba de campo y una capacitación, por fin llegaba a este momento donde podría intercambiar los insomnios de las deudas por los de las ocupaciones, el estatus de disfuncional social por el de persona productiva, según la norma vigente.

Dentro del privado de aquella oficina llena de personas buscando o ejecutando alguna labor remunerada, la chica encargada de recursos humanos sonreía con el folder de documentos impresos con mi nombre en ellos, donde se estipulaba puntillosamente  lo ofrecido por ellos y lo que se debe dar a cambio para conseguirlo. De primera vista me pareció un poco raro que se necesitasen tantas páginas para cerrar el trato, pero decidí no pensar mal y pasar por alto mi aprensividad, aunque más tarde me arrepentiría de ello.

Nada era lo prometido y he de señalar que tristemente lo que ofrecíean en un principio era lo mínimo indispensable para no caer en un tipo de esclavitud moderna: las prestaciones, incluido el servicio médico, vendrían con el tiempo, así que mejor accidentarme una vez cumplidos los tres meses de antigüedad, aunque estuviese desempeñando una labor de riesgo, los pagos eran menores en un vergonzoso 30%, las zonas de empleo pavorosamente variables aunque decía que te ubicarían por tu zona, un contrato interno y otro externo, además contradictorios, ya que la cuestión se llevaba a cabo por intermediarios y aún así estaba firmando folio tras folio, mientras pensaba, como siempre que la vida adulta me rebasa, en comida rápida. Llevaba solo dos preguntas sobre las cláusulas cuando a la empleada, que ya no sonreía, la acompañaba su jefa, por si acaso, aunque sus únicos argumentos fueran que incluso ellas habían firmado lo mismo.

Pero me hicieron soltar la pluma al extenderme un pagaré en blanco por si hacía algún fraude y cinco cartas de renuncia con diferentes razones sociales y sin fecha donde aceptaba que no me debían nada y que nunca había tenido un accidente en el trabajo. Usando el don de clarividencia al que habían apelado para redactar dichos documentos pregunté: ¿qué pasaría si ellos quisieran usar todo esto en mi contra? No confían ni siquiera para darte seguridad social, no se vayan a quedar pobres, se amparan por si robas o por si te vas súbitamente, cosa que haría cualquiera con tal panorama, pero esperan que de buena voluntad creas en que todo eso se quedaría en un archivo, a salvo de abusos, como si no hubieran demostrado, ya que abusar es la forma normal de operar, como si el mega despacho de abogados fuera yo y el pequeño civil desempleado ellos. 

Me gustaría decir que es una excepción y que tuve mala suerte por esta ocasión, pero no es así, pareciera que la dignidad, que los derechos, que la estabilidad o el tiempo libre son un premio. Falta mucho por avanzar mientras por necesidad se firma lo que sea y la simulación se convierte en el remedio para cualquier reforma legal que intente mejorar, aunque sea un poco, las condiciones de los empleados y tener que participar de un sistema tan desigual y deshonesto para poder medio sobrevivir o ser independiente, y entonces hacer que tus ingresos dependan de tu labor de convencimiento para que otras personas explotadas inviertan en lo que ofreces, es a lo que podríamos llamar inclusión forzada y esta sí arruina la infancia y la adultez.