El Laberinto

“Made in”

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Ayer, buscando la versión física de una quimérica tienda de novedades que normalmente funciona por aplicación y cuya tardanza e incertidumbre en los envíos retaría la paciencia del buen Job, me introduje, junto con mi madre, a un universo peculiar y «Made in China» en el centro de la ciudad.

El reto parecería sencillo, sólo teníamos que encontrar artículos de bisutería y de ropa, contando además con  fotos y precios de referencia y yo aprovecharía, dado que tiendo a perderlos con gran facilidad, para comprar un vaso para agua nuevo y coquetón, aquella torre de Babel cuenta con dieciséis pisos que prometen toda clase de novedades, pero mientras caminábamos  uno a uno los pasillos con iluminación blanca y aires de bodega, de pronto nos sentimos como en una escena de persecución al estilo de las caricaturas de la vieja escuela, no es que el calor o el hacinamiento permitieran que alguien se atreviera a perseguirnos o que los vendedores milagrosamente hubieran abandonado su pereza y desinterés característicos para ir tras de nosotras a conseguir alguna venta, sino que el fondo se repetía una y otra vez.

Mismos productos, de colores idénticos y con envases repetidos aparecían en cada local, marcando precios y condiciones iguales; tres vasos color pastel de diferentes capacidades con frases motivacionales para tomar agua, siendo tan sencillo poner simplemente: “Bebe o morirás pronto”, los mismos equívocos diseños de joyas falsas, repetidos dispositivos de dudosa utilidad cuya misión es ser utilizados un par de veces por frágiles o engorrosos, infinitas prendas de spandex corriente y reluciente con cortes fotocopiados. Sobra mencionar que no encontramos nada de lo buscado y que salimos de una misión de tres horas con un perfume para el cabello que ahora sospecho que solo compramos para que la vuelta y la engentada valieran de algo. Aunque había por lo menos otras dos plazas con solo ver las entradas decidimos no repetir el tormento.

Y ya sentada en el metro me puse primero a pensar… ya que todos tenemos un pequeño racista adentro, que no podía esperar diferencias en productos fabricados por personas hechas en serie, pero luego le cerré la boca al sujeto, porque lo correcto es tratar a ese pequeño racista a bofetadas, pensando que en realidad, esto de lanzar al mundo productos que pecan de exceso en la cantidad pero que se ven extremadamente recatados en cuanto a la variedad, es un vicio bastante occidental también, aunque a veces intentemos ocultarlo.

Como ejemplos tengo muchos: la imposibilidad de encontrar un corte de pantalones distinto al de moda en una tienda de ropa, el hecho de que aunque existan veinte sabores novedosos de mayonesa todos se hagan sobre la base de la bajas calorías, que no existan sobres para preparar aguas de sabor, al igual que gelatinas chicles o refrescos que no contengan edulcorantes artificiales, que todos los celulares tengan la misma forma, que las personas de la farándula se operen hasta que terminen pareciéndose entre sí, que gradualmente los negocios locales se conviertan en cadenas comerciales en las que venden las cosas que mencione arriba en todos, o que en todos los emprendimientos callejeros vendan alitas o hamburguesas, que los políticos vengan todos del mismo sitio, y se conozcan entre sí, que la música tenga que contener toques de la tendencia para aspirar a ser rentable.

Da que pensar esa apariencia de elección o libertad cuando lo verdaderamente importante ya fue decidido de antemano, cuando salirse del molde es complejo y da para ser juzgado, cuando la tendencia alcanza a los humanos y recorta la diversidad a meras formas sin fondo, a piezas reemplazables en la fábrica o en el colchón. «Made in» en cualquier sitio, que todo sale igual.