Desde el Faro

Frida está viva, se escucha por ahí…

Compartir

Sí, está viva, fresca; no con sus 116 años a cuestas, sino en callejones como este – el De Moyas – en Guanajuato; su imagen también está en bolsas, libretas, tazas para el café, lápices, cubre – bocas, y camisetas; pero la mirada se detiene con especial regocijo en un localito del Mercado Hidalgo, donde Don Nati atesora los dibujos que a lo largo de varios años ha realizado sobre la figura de la pintora. En un rincón, el viejo comerciante de artesanías dibuja y dibuja a la Virgen de Guadalupe, a personajes de Cri Crí, a la Familia Burrón, pero sobresale Frida, “su” Frida.

No permite que los extraños vean sus dibujos, pero cuando entra en confianza, aparece una y otra vez la figura que se ha convertido en la mexicana más conocida en el mundo. De frente, de perfil, de cuerpo entero, recostada, ahí está Frida.

Pero, está muerta, sus cenizas están depositadas, desde aquel 13 de julio de 1954, en la que fuera su casa de Coyoacán, donde vivió y murió, intensa y dolorosamente. Su fallecimiento trajo muchas preguntas, muchas dudas, ¿fue un suicidio, o su debilitado cuerpo ya no aguantó más? todo lo que se diga al respecto puede ser mentira, o verdad, porque así son los mitos, las leyendas. Lo cierto es que muchas veces fue asesinada por la vida, o como ella misma lo dice en la última página de su diario: “espero alegre la salida y espero no volver jamás”.

Algunos de sus biógrafos aseguran que en el homenaje realizado en Bellas Artes, su féretro lucía decorado por dentro con flores y listones, “último esplendor de una vida festiva transcurrida entre colores”. Ahí estaban: Diego, el entonces expresidente Lázaro Cárdenas, el arquitecto Juan O’Gorman, sus alumnos, y mucha gente más.

Otros dicen que la gente lloraba, como el arquitecto que diseñó su casa, ahora convertida en museo; aunque en ese entonces, aún no era reconocida como lo es ahora, su obra es muy cotizada y su fama sobrepasa, incluso, a la de su esposo.

Mujer fuerte, orgullosa de su origen – mitad indígena, mitad judía- mexicana al fin de cuentas, llena de tristeza, amor. Con mucha dignidad enfrentó sus pesadillas. Luchadora social, discapacitada, feminista, mujer. Tal vez porque muchos de sus ideales siguen pendientes, su imagen aún recorre callejones y permanece en muchas otras partes, no descansa.

Mientras, el viejo Don Nati, el del Mercado Hidalgo, con sus dibujos, ayuda a este personaje libertario a seguir de pie, a recordar que la esperanza muere al último, porque “al final del día podemos soportar mucho más de lo que creemos que podemos”.